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The Flowers and the Angry Waves

Drama. Acción Historia ambientada en el Japón del siglo XIX sobre un minero rebelde (Akira Kobayashi) que lidera una rebelión contra un malicioso tirano. (FILMAFFINITY)
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
6 de mayo de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando Suzuki abordaba el rodaje de esta película llevaba ocho años de carrera y ya había dirigido 30 films, algunos de ellos de los más notables dentro del género negro, cualquiera de las variantes niponas que elijamos. Ese mismo año realizaría otros dos films. Sirva solo ello para demostrar tanto la agilidad como la versatilidad del cineasta japonés, pues no le hizo ascos a ningún genero. Ninguna de las tres películas que rodó este año puede adscribirse al mismo. Hana To Dato, es un filme de aventuras, en cierto modo un chambara, aunque no uno convencional. Suzuki y convencional no son términos que corran parejos, por más que en alguna ocasión el director se dejare vencer por argumentos manidos. Encontramos todos los elementos de un film de aventuras tradicionales: luchas, traiciones, romance, poder... pero nos movemos en un terreno resbaladizo pues los personajes principales no se van a comportar del modo que esperamos. Un chambara que deleitará a los amantes del género por lo que de peculiar tiene, al que hay que añadir el buen uso del color como recurso dramático que Suzuki utiliza
luis a
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2 de febrero de 2021
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The Flowers and the Angry Waves, la genial obra del experto nipón en la serie B Seijun Suzuki, se describe por sí sola. Un par de damas de noche ahogándose en las temibles olas que, despertadas bajo su belleza e influencia, arrastran a todos los hombres a una espiral de violencia en la que nuestro protagonista, el antihéroe Kikuji Ogata (Akira Kobayashi), debe luchar como un salmón contra una cascada de corruptela y yakuzas. Con esta película, un cansado Suzuki teje una red de críticas dirigidas como balas hacia la industria cinematográfica que le dio la espalda, prácticamente, desde el inicio de su carrera en 1956 hasta su reconocimiento tardío en la década de 1980. Hipocresía, leyes y rebeliones son los temas que guiarán la trayectoria del álter ego del maestro japonés, Kikuji, erigido como un agitador, como un Espartaco oriental en busca de la libertad de sus semejantes en una película que se adentra en la política tras los focos, en las ensangrentadas manos que mueven los hilos del negocio, visible tras la indumentaria de drama histórico con las que Suzuki se viste.

Es prodigiosa la forma que tiene Suzuki de barajar tantos géneros en una producción tan pequeña, y que ninguno desentone respecto al otro. Asentándose en el s. XIX, y obviando la impecable sintonía entre drama y romance, el director sabe cuándo y cómo no solo introducir, sino acoplar de forma lógica pequeños ápices de otros géneros que subyacen en el argumento, aportando más leña al fuego de la pasión entre Kikuji y las dos mujeres, y preparando desde el fondo sus más que justificados desacuerdos con la industria cinematográfica nacional. Si bien por momentos pudiera parecer El perro rabioso (Akira Kurosawa, 1949) por su policiaco, El ángel borracho (Akira Kurosawa, 1948) por su thriller, o un chanbara por el incuestionable espíritu rōnin de su protagonista, The Flowers and the Angry Waves no abandona en ningún momento su directa crítica que, a simple vista, puede parecer una oda a la liberación obrera, pero Suzuki hila más fino. Es cierto que este tema está patente desde el rescate de Oshige (Yôko Yamamoto) del poderoso hombre con el que estaba obligada a casarse, y que se extiende desde el planteamiento hasta el nudo, hasta la rebelión minera liderada por Kikuji, no obstante, es a partir de ese momento cuando Suzuki pone el ojo en su mira telescópica.

Y este hábil nipón aprovecha lo que tiene a mano, y qué mejor que los modelos económicos que se comenzaron a extender en el país del Sol Naciente en la era Meiji, durante el s. XIX en el que se desarrolla la película, aprovechando la occidentalización a la que el país se abrió dejando de lado los sistemas de castas, acabando así con el período samurái, siendo estos sustituidos por unas versiones más viles llamadas yakuzas. Estos, herederos de hombres poderosos, explotaron el capitalismo que adoptó el país abriéndose paso a través de la economía sumergida, ejerciendo, a base de capital, una gran influencia en la industrialización del país. Es bajo este fundamento que Suzuki se usa a sí mismo a través de la figura de Akira Kobayashi, en mitad de una ciudad dominada por dos clanes yakuza al más puro estilo de Yojimbo (El mercenario) (Akira Kurosawa, 1961), para llevar estos modelos donde criminalidad y ley se dan la mano al terreno personal, donde distribuidoras, estudios y productoras lo condenan a su muerte autoral por el silenciamiento de sus obras, las cuales fueron catalogadas como raras y, sobretodo, poco comerciales para una extensa financiación, actitud que se extendería hasta 1968 y su ruptura con el estudio Nikkatsu. The Flowers and the Angry Waves, a pesar de estar realizada con cuatro años de antelación a su separación con Nikkatsu, Suzuki parecía saber de buena mano el puerto al que navegaban juntos, y casi pareciera plasmar su renacer cinematográfico con ese impecable desenlace en el que Kikuji, tras haber sido comprado y traicionado por los acaudalados de la ciudad, vislumbra un nuevo futuro concedido como un regalo por la ley, ley que ayudó al director a que sus obras no fueran censuradas por el estudio.

Obviando la fantástica profundidad temática, el guion a seis manos de Kazuo Funahashi, Keiichi Abe y Takeo Kimura en ocasiones parece un rompecabezas. La multitud de personajes, planos en su mayoría, y la narración atropellada me ha hecho perderme no más de una vez. Las ideas se encauzan e intercalan de una forma muy abrupta, dándoles un peso injustificado a muchas de ellas que no aportan gran cosa al argumento. La profundización en personajes como Manryu me parece vacua si su empleo es expresamente para poner a prueba las virtudes del protagonista, como la lealtad o, en el caso de Kenji Yoshimura (Tamio Kawachi), su valor. Ambos comparten ese deseo de Suzuki por occidentalizar la visión japonesa, y, eso sí, lo consigue de una manera estupenda; desde el ‘gin’ que sustituye el sake de Manryu hasta la vestimenta de Yoshimura y el camuflaje de su katana como bastón de mano, esto último debido a la prohibición de portarla decretada en la era Meiji, en la era que, recordemos, se abre a Occidente acabando con los samuráis.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tiggy
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4 de agosto de 2022
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Como siempre, el pasado persigue al presente, infatigable, y para un criminal ese pasado está manchado de sangre, violencia, culpa y lo peor de todo, deshonra.
Al igual que el de nuestro héroe, aquí interpretado por el impertérrito Akira Kobayashi...

Una de las más prestigiosas estrellas de Nikkatsu a la que poco le quedaba para irse a Toei volvía a ponerse bajo las órdenes de Seijun Suzuki después de colaborar juntos en "Kanto Wanderer"; éste, por su parte, ya está empezando a rebelarse contra las limitaciones e imposiciones del estudio, poniendo cada vez más énfasis en la inventiva visual. Antes de acometer el caro proyecto "La Puerta de la Carne", que "a su manera" convertirá en una de sus obras legendarias, le es encargada otra historia para seguir promocionando al actor de Tokyo, quien no está pasando por su mejor momento debido a su divorcio con la estrella de la canción Kazue Kato...
Original de un relato, supuestamente una novela, el guión aparece escrito a tres manos, incluso el director artístico y gran amigo de Suzuki, Takeo Kimura, intercede en él. Puede que no se trate de una gran trama, pero al menos "Hana to Doto" cuenta con un inicio que se inscribe entre los mejores de la carrera del cineasta; barcos enfrentándose a las agitadas olas del océano, observados desde lejos por un individuo anónimo con aspecto de rufián, una comitiva nupcial avanzando bajo un precioso atardecer, creando Kimura y el operador Kazue Nagatsuka una paleta de colores pictórica, tremendamente melodramática.

La novia, a la que Kobayashi, en su papel de Kikuji, rescata, no es otra que la bella Chieko Matsubara, compañera habitual de éste, como Oshige, su amante; y de repente nos sumergimos en las abarrotadas calles de una Asakusa a finales de la era Meiji, de esos saltos espacio-temporales que tanto gustan a Suzuki, con tal de desafiar un poco las leyes narrativas convencionales. Sin embargo, visto lo que sucederá a partir de aquí, podría decirse que estuvo bastante limitado en ese aspecto; la ciudad es uno de los escenarios donde el argumento se desarrolla, el otro es la covacha de los trabajadores de la constructora Daito.
Al ver a Kikuji inmiscuido entre esa multitud sudorosa, vulgar y harta, no tardamos en apreciar que el motivo esencial es la huida, el olvido y quizás la redención, mientras se tocan temas (propio de Nikkatsu) como el maltrato laboral, la tiranía de los poderosos y la pésima situación de la gente de clase baja. La huida como motivo provoca una sensación de claustrofobia inevitable al pasearse la cámara por lugares tan estrechos, callejones sucios, barracones de oxígeno viciado, casas de juego, burdeles de mala muerte...y los personajes se ven atrapados en todos ellos; el protagonista, en especial, estará en constante peligro.

La razón es un asesino que le persigue, personaje extravagante característico de la imaginería "suzukiana", con el rostro del siempre aborrecible Tamio Kawaji. Los elementos acumulados ya nos recuerdan a dos títulos del director, "Sandanju no Otoko" y la previa "Kanto Wanderer" (donde también estaba Matsubara), que no se desviaban del "concepto Zatoichi" (el protagonista mediando en las vidas de diversas gentes, alzándose como héroe de los oprimidos y enemigo de los tiranos (ahora un grupo de gángsters que desean, a fuerza de violencia, detener las obras de la empresa Daito) y siendo acosado por un pasado oscuro (esto estará presente en "Tattooed Life") ).
El contrapunto romántico-trágico lo dan las mujeres entre las que se debate Kikuji, la dulce Oshige y la rebelde geisha Manryu, transformadas en heroínas "mizoguchianas" de pleno derecho al luchar contra la maldad y el deseo de los hombres y sacrificarse continuamente por el amor del primero; tras estas intrigas, romances, traiciones y luchas de clanes, una sociedad nipona modelada de manera extraña por Suzuki, aún teniendo presente los remanentes del Japón feudal (el orgullo samurái, las katanas, el honor en la muerte) mientras se encamina hacia una edad de progreso y conquistas (Manchuria, aquí figurada tierra prometida).

Este marco temporal no definido puede reflejarse en el vivido en la sociedad del momento en que se está filmando película, y más concretamente en el seno de Nikkatsu, donde el género de yakuzas, todavía inclinado hacia una vertiente clásica, parece estar mutando en nuevas vías, más nihilistas y violentas, como ya se está llevando a cabo en Toei; Suzuki, y Fukasaku y Hasebe algo más tarde, serán de los máximos responsables de esta evolución. Kikuji es un homólogo del primero, que sin traicionar sus principios se ve arrastrado por las imposiciones y tiranías de los poderosos jefes y yakuzas, contra las que después lucha fervientemente.
Por desgracia el interés del film tarda en despegar y los secundarios acaparan mucha más importancia que el protagonista, quien sólo se mueve de aquí para allá sin hacer nada hasta pasada la mitad del metraje (de hecho llega a introducirse en la trama cuando ya no tiene más remedio, más o menos como le sucedía a Zatoichi). Destaca la composición técnica de ciertas secuencias, donde el director rompe los convencionalismos visuales de la narrativa, manejando el montaje y la cámara como le da la gana...sin embargo no despliega toda su inventiva de la misma forma que en anteriores obras.

En "Hana to Doto", y pese a su caótico devenir argumental, cumple decentemente sin arriesgarse mucho, aunque prestando una atención especial a las escenas en interiores y sobre todo a los instantes de acción e intensa violencia, que habrá muchos.
Sobresalen la significativa pelea entre los trabajadores y los yakuzas (unos portando katanas, los otros rifles) y cómo no el dramático y confuso clímax en el paraje nevado que lo deja todo en suspenso (¿presagiando una continuación?) y que bien pudo servir de inspiración a Toshiya Fujita para "Lady Snowblood" (y de rebote a Tarantino para "Kill Bill"...).
Chris Jiménez
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