Líbano

Son pocas las películas que provienen de Israel y se distribuyen en Europa. Eso sí, las que se estrenan no hacen otra cosa más que dejar una buena senda y diría que dejan hasta huella. ‘Vals con Bashir’, ‘Los limoneros’ y ahora ‘Lebanon’ sitúan en buen lugar a la cinematografía israelí como referente de un tipo de cine tan comprometido como impactante.
Tampoco hay que olvidar la serie ‘Be’Tipul’, que ha sido adaptada en Estados Unidos con el nombre de ‘In Treatment’ con igual éxito de crítica y público.

En lo que se refiere a ‘Lebanon’, nos encontramos ante una angustiosa cinta con un inicio espectacular: unos soldados del ejército israelí “encerrados” en un tanque a plena luz del sol, en pleno campo de batalla y a la vez en plena naturaleza. Su ritmo, ansioso e intranquilizador, se une a unos personajes trastornados y perturbados que poco pueden hacer más que seguir una serie de directrices impuestas de una forma u otra.

Si bien podría haber sido más redonda en su desarrollo, poco hay que reprocharle a esta valiente película, que, pese a su alto componente dramático, no esconde su etiqueta de bélica en ningún instante. Por eso, nos hace asomarnos al infierno, a una lucha guerrera y psicológica de infarto, para hacernos ver algo más (o menos) aberrante de lo que ya nos tienen acostumbrados los telediarios.

La primera imagen de Lebanon muestra un campo de girasoles mustios: incapaces de levantar su mirada hacia un sol que todavía no llega a imponerles su fuerza. Inmediatamente después la cámara se va hacia el interior de un carro de combate israelí y se queda encerrada allí, adentro del tanque, junto a los cuatro soldados (más algún otro hombre que circunstancialmente entra al rinoceronte, clave utilizada para denominar a ese tanque en las comunicaciones militares). Así durante todo el tiempo que dura la película del director israelí Samuel Maoz. Por más de noventa minutos quien mira acompaña el encierro de un día de esos hombres durante la invasión al Líbano de 1982. Hay tres ojos diferentes que se entrecruzan las miradas: los ojos del tanque, cuyos visores sirven para ajustar la puntería de sus balas y sus cañones y también para atrapar el horror de afuera y meterlo adentro; los ojos de la cámara, en el interior del tanque, en sus rincones, enfocando los rostros, las botas, el lubricante derramado, ojos que no sólo se utilizan para mirar: la cámara capta también los aromas de ese interior abarrotado: olor a diesel, a sudor humano, a sangre, a miedo; y nuestros propios ojos frente a la pantalla, ojos que no son precisamente los que mejor y más pueden mirar, pero son los únicos que de verdad pueden ver lo que los otros miran. He leído que Lebanon es una película antibelicista. No me atrevería a afirmarlo, diría sí, que es angustiante. He leído después que la película tiene demasiados golpes bajos, que su director Maoz estuvo dentro de uno de esos carros de combate cuando tenía veinte años, durante la invasión israelí, que los miedos de los soldados en el interior del tanque expresan los antiguos temores del director. Habrá que aceptar que los soldados israelíes, además de una reiterada costumbre de sacarse fotos con sus prisioneros árabes como souvenir de guerra, también suelen tener miedo. Una hora y media o un día completo adentro de uno de esos tanques, con los cuerpos encogidos, meando en latas, viviéndose como una excrecencia del exterior, achica las esperanzas de cualquiera. De nada sirve el último cuadro: el tanque, capturado por primera vez desde afuera, detenido en medio del mismo campo de girasoles mustios del inicio de la película. El rinoceronte rodeado del amanecer. No hay redención. En la lógica de las invasiones y de las guerras el amanecer no existe.

Samuel Maoz obtuvo cierta repercusión cuando su película, "Lebanon", ganó en el Festival de Venecia en 2009 a pesar de que había otras candidatas que eran a priori más claras para recibir el galardón. Desde entonces había tenido muchas ganas de echarle el guante a la que era considerada como una de las grandes obras del pasado año. Después de verla no sólo se entiende perfectamente que haya ganado premios sino que uno se entristece de los motivos por los que lo ha hecho, al margen de su calidad como producción cinematográfica (que la tiene). Sin ir mucho más lejos, es mejor que "Ajami".

El problema de "Lebanon" es que cae una y otra vez en el sensacionalismo, en el amarillismo más lamentable, busca la lágrima fácil a toda costa y además usa un truco no muy correcto (en mi opinión) basado en el vender una idea y en realidad tener en mente otra. En teoría, Maoz nos lleva durante hora y media al interior de un tanque. Vivimos, respiramos y sentimos lo mismo que los soldados que se encuentran dentro, sin respiro. Todo es una trampa. A través del punto de mira del cañón del tanque, la cámara enfoca al exterior. Esto cubre más o menos un 20% de la película total, por lo que la opresión o sensación claustrofóbica que si existe en otras producciones (una de las más claras es Das Boot, de Wolfgang Petersen) aquí desaparece por completo.

Si a esto le añadimos uno de los personajes más maniqueos jamás imaginables (soldado sensible con corazón), planos de sus ojos saliendo de las cuencas y que cada vez que la mirilla del cañón apunta al exterior, es para enfocar a un niño ensangrentado, un cuerpo medio mutilado o una mujer maltratada (además de cierto episodio con una niña), la cosa chirría demasiado y hace pensar que Maoz más que un artesano intentando generar una crítica, es un sentimentaloide que busca el éxito a través de la lágrima fácil. Afortunadamente "Lebanon" sólo se aprovecha a lo bestia de esto durante sus primeros 30-40 minutos y luego queda una obra cinematográfica no muy brillante pero ciertamente entretenida, bien llevada a pesar de su final, en el que ocurre otra cosa totalmente innecesaria* (en spoiler) que funciona como traca final del sentimentalismo llevado al extremo.

Maoz ha conseguido crear una buena película bélica, pero no podría estar más de acuerdo con Sergi Sánchez en su apreciación del film: "digna película bélica que no sabe ahorrarse molestos sensacionalismos".

Sorprende ésta película hebrea sobre la intervención militar israelí en el Líbano durante el año 1982. Y decimos esto porque es poco usual referirse a la guerra como un acto de barbarie e infamia. Y además, que el glorioso y super entrenado ejército israelí tenga entre su tropa gente capaz de tener miedo y de equivocarse matando civiles inocentes en vez del enemigo, ya es algo para quitarse el sombrero. La guerra es un homicidio en masa, un mal cuya recurrencia nos hace palidecer sembrando dudas sobre las bondades de la naturaleza humana. Bravo por el cine israelí, en ser capaz de producir semejante y valiente denuncia. La mejor guerra posible, es aquella que siempre puede evitarse.

Película no facilísima de ver debido a que no tiene un trabajo de guión al estilo tradicional, es decir, narrativamente clarísimo (estilo americano), sino todo lo contrario, justa elección del director en mi opinión que de esta manera refleja la más que incomprensíbile y vergonzosa actuación israelí en la 1ª guerra del Libano. Es de destacar el trabajo de los personajes a nivel psicológico, absolutamente magistral, una fotografía fantástica y un trabajo de la puesta en escena y de montaje absolutamente maravillosos. En mi opinión merecidísimo el León de oro y sin duda una de la mejores peliculas de guerra de la historia.