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Abisal

Documental Abisal convoca un limbo malsano de sensaciones ominosas. Nos arrastra a un universo opresivo y enrarecido, permeado de un clima de tensión propio de un film de terror o ciencia ficción de tono postapocalíptico que, paradójicamente, es, a la vez, épico e intimista. Entre esqueletos de barcos arrumbados en un desguace cubano, donde la línea que separa los vivos de los muertos es casi invisible, unos seres humanos acometen su labor. ... [+]
Críticas 1
Críticas ordenadas por utilidad
4 de enero de 2023
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I
Mise en abyme

INT. CORREDOR – NOCHE
ALEJANDRO ALONSO (35), de expresión noble, aspecto adolescente y mirada curiosa, que conserva intacta la fascinación con que un niño descubre el mundo, mira hacia un espejo al incierto final de un corredor oscuro que pareciera no acabar nunca.
Alejandro voltea hacia el lado contrario. Junto a él, otro espejo. Y otro Alejandro. Y otro. Y otro. Y otro…

INT. CUARTO – NOCHE
Alejandro despierta sobresaltado. La frente perlada de sudor, la respiración agitada. Alejandro se sienta en el borde de la cama. Junto a esta, un espejo. Alejandro se mira en él.
En el espejo: RAUDEL (35), de rasgos severos, piel curtida por el trabajo físico, por las horas al sol, y mirada curiosa, que conserva intacta la fascinación con que un niño descubre el mundo.
Raudel mira extrañado el espejo. Se acerca a él. Abre los ojos como platos.
En una pupila de Raudel: un corredor oscuro que pareciera no acabar nunca, Alejandro repetido infinitas veces.


II
Uqbar y las ciudades invisibles

Me gusta creer que Alejandro Alonso Estrella ve en Borges un referente. Me gusta creer que su obsesión con los sueños, que la poética de sus universos donde conviven lo real y lo fantástico, que los espejos y los hombres fractales multiplicados en ellos no son una mera casualidad. Me gusta creer que cuando realizaba Abisal (2021) Alejandro Alonso pensaba en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, como me gusta creer que pensaba en Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, cuando realizaba Terranova (2020), junto a su tocayo Alejandro Pérez.

En Terranova Alejandro Alonso fotografiaba La Habana y reinventaba el mito de la torre de Babel, de manera que la ciudad era ella misma y todas las ciudades a la vez (uno de sus personajes, El Sirio, decía que las ciudades no se repiten, sino que se transmutan). Alejandro recogía una ciudad etérea y real al mismo tiempo, que se estaba destruyendo para formar otra, como lo sugiere la etimología de su nombre. Retrataba una ciudad en declive, apocalíptica, habitada por una serie de personajes (y acaso viva solo a través de ellos) que componían un mundo fantástico y espectral y que formaban parte del gran rito litúrgico en torno a la desaparición de la ciudad.

En Abisal, Alejandro se desplaza hacia un desguace de barcos donde la línea entre la realidad y la ficción (acaso el mundo de los sueños), la línea que separa el mundo de los vivos del de los muertos, se difumina. Alejandro nos adentra en un universo opresivo, en el que se alternan los interiores sombríos, húmedos, estrechos, y los exteriores signados por el percebe en los cascos de los barcos, por el óxido, por el sol, el humo y el fuego; en el que se alternan lo lóbrego y lo árido y casi se sienten, a la vez, el frío de las cámaras de los barcos y del faro y el calor de las horas de trabajo físico. En Abisal se respira un aire enrarecido, los sonidos hidráulicos y mecánicos nos sumergen en ese clima tenso, cercano al de un filme de ciencia ficción; en ese abismo en el que, pareciera decirnos (desde el propio título) su director, están atrapados sus personajes; en ese limbo en el que están suspendidos.

Si Terranova era un filme apocalíptico, Abisal es uno postapocalíptico. Y, si bien aquella era una película grandilocuente y acaso más trascendental, esta es más intimista, por el acercamiento a los personajes y, en especial, a su protagonista: Raudel.

III
Raudel, la paloma y el diluvio

La persona que no sueña cuando duerme está muerto, dice sonriente Raudel hacia el final de la película a un personaje al que luego, al buscarlo, parece haber desaparecido. Antes escuchábamos a Raudel contar entre tartamudeos una historia de ultratumba sobre una luz que vio en medio de la noche y de la que desconocía su naturaleza, aunque la sospechaba diabólica. Sin embargo, para su interlocutor estaba claro, esa luz era un muerto: Pero los muertos no tienen nada que ver con el diablo.

Son estas escenas, a modo de mise en abyme, acaso algunas claves para decodificar la mística del universo de Abisal, que encuentra no solo en el clima y en la belleza de sus imágenes, sino también en la poética de su diégesis, los medios para manifestarse. Quizá la otra escena a través de la que más claro se logra esto sea aquella en que Raudel y otro de los trabajadores del desguace persiguen un animal por los corredores y cámaras del barco. Finalmente, cuando lo atrapan, descubrimos que se trata de una paloma blanca, como la que en el Génesis envió Noé a buscar vida en el mundo tras el diluvio.

Si son los hombres que trabajan en el desguace los sobrevivientes de un cataclismo, si es la paloma otro producto de sus ensoñaciones, o si son ellos mismos sueños, no lo sabemos del todo. Pero algo sí es seguro: son todavía soñadores. Todavía tienen la esperanza en los ojos. Todavía tiene Raudel esa mirada curiosa, que conserva intacta la fascinación con que un niño descubre el mundo. Y todavía la tiene Alejandro Alonso.
Anakin23
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