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Go Go Tales

Comedia. Drama "Ray Ruby's Paradise" es un bar cabaret situado en pleno Manhattan, en el que actúan go-gos; es una especie de fábrica de sueños cuyo propietario es el carismático empresario Ray Ruby (Dafoe). (FILMAFFINITY)
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
23 de febrero de 2010
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vuelta a las andadas del entrañable Ferrara tras la que andaba desde hace tiempo y que unos subtítulos recién horneados me permitieron por fin disfrutar ayer. Y digo subtítulos por no decir infratítulos; frases tergiversadas y arrebatos humorístico-literarios del buen samaritano amenizan la función sin descanso, pero a caballo regalado no todo van a ser pulgas, la verdad es que incluso se disfrutan. Pero al meollo, Ferrara, uno de los francotiradores más insobornables del cine americano sigue con su locura intacta y la diana tan difusa como viene siendo habitual en él desde hace ya bastante tiempo. Lejos quedan ya los buenos y breves tiempos de Teniente Calderón, la insuperable El Funeral o The Addiction, pero Ferrara sigue a la suya y es de agradecer. Aquí factura su obra más amable y entrañable, algo que casi podríamos llamar una comedia a la Ferrara, un artefacto de ritmo espídico, saturado de diálogos sin tregua, con un estilo que puede incluso recordar a Altman, en cierto modo, en la manera de colocar una cámara despreocupada en mitad de la tormenta e ir dejando pinceladas del mundo que pretende retratar, en este caso una noche en un nightclub con clase y estilo, esos dos grandes adjetivos, en las últimas, y regentado por Willem Dafoe, en un papel que trae a la memoria, salvando innumerables distancias, al eterno Cosmo Vitelli de The Killing Of A Chinese Democracy de Cassavetes. Sin olvidar a otro ilustre del negocio como el Koteas de Exotica. El Ray Ruby de Dafoe no resulta, ni mucho menos, un personaje tan memorable como aquellos, pero se hace querer. La noche va discurriendo, anárquica, mientras Ferrara deleita e hipnotiza al respetable con un desfile de curvas que, para qué engañarnos, también se hacen querer. Y es que ésta acaba por ser, con todas sus imperfecciones e irregularidades, una película que se hace querer. Ferrara se reconcilia finalmente con sus demonios y le guiña un ojo a a la vida, ofrece esperanza sin vender el culo, remienda sus desgarros y plancha un traje, el de Ray Ruby, que le sienta mejor de lo que cabría esperar. Aunque Ferrara, definitivamente, nunca volverá a ser El Rey De Nueva York, cualquier seguidor del neoyorkino sabe eso, y para ellos, sabedores de este pequeño drama, va dirigida esta sonrisa. El resto puede abstenerse y dedicar sus borracheras a otros delirios.
Peter Gabriel 77
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5 de agosto de 2011
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si nos fijamos en la gráfica de puntuaciones de esta película vemos una forma no habitual. Como un diente de sierra. Como dos bandos. Un grupo mayoritario la puntúa como buena y el otro como mala. Ha desaparecido el término medio. Aunque nadie dice que sea la rehostia o una mierda.

Se debe básicamente a que se trata de una película de Abel Ferrara. Supongo que los que le conocen están en el grupo de los benévolos y los que no en el otro.

Yo le pongo un 6 porque es verdad que contiene tanto aciertos como defectos evidentes.

Empezando por lo malo, Abel Ferrara hace tiempo que no nos cuenta nada de interés. Incluso a veces si intentamos averiguar de qué va realmente la película que estamos viendo nos aburre. No hay mucho mensaje ni historia que digamos. Creo que hace unos años ya que no trabaja con el guionista con el que firmó su par de obras maestras. Go Go Tales, por ejemplo, está escrita por él mismo. Una recomendación si es que puede servir de algo: me parece que Paul Schrader aún está en activo.

¿Lo bueno?: Alguien tiene que hacerlo.

Para lo que sí que está dotado este último mohicano es para meter la cámara en un ambiente concreto. Normalmente el ambiente es el Nueva York más macarra. En este caso un club de striptease. La película parece que esté filmada en tiempo real. Y los personajes no pueden parecer más auténticos. De hecho, como el hilo conductor no es lo más relevante, puedes salirte, fumarte un cigarrito y volver a entrar sin que la visión se resienta.

Ya si se quiere buscar el sentido a la importancia de este paso en una de las carreras más autenticamente independientes del cine americano de las últimas décadas se puede decir que se trata de exactamente de lo mismo que hizo John Cassavetes en "El asesinato de un corredor de apuestas chino". Todo coincide. "Soy un artista independiente. Realmente me siento como un chulo de putas. Pero un chulo de putas dentro de lo que cabe 'decente'".

Para apreciar: el ambiente hedonista. Si te gusta salir de noche, esta película te transportará sin levantarte del sillón. Las tetas y los culos. Y la música. Poner un poco más de volumen de lo habitual. Estamos en un local de fiesta.
Pippen
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2 de junio de 2012
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
1.
Ferrara no explica una trama sino que se mete en un mundo, lo comprende, se une a él y nos lo propone en una perfecta adaptación visual. Son zarpazos de aceite. Los problemas del Cine los junta a la vida, como John Ford, y se sobrepasan estos problemas para tocar la materia inenarrable.
2.
Va de tratarnos igual, de respeto, del destino auto-mortal, de sistemas de vigilancia.
3.
¿Quién manda sobre quién? ¿La cámara sobre las personas o al revés? Se juega a que sean los últimos días del Paraíso.
Fuerza Vital
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16 de mayo de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos apiñados, como una gran familia, embarcados hacia el mismo destino, o al menos en el mismo barco, cuyo nombre es Capitalismo.
Ray va y no al timón, ya que se está dejando llevar por las corrientes del azar. ¿Le llevarán a un verdadero paraíso o a las cataratas del Infierno?

Es desde luego un nuevo viaje de Abel Ferrara al inframundo urbano, de esos que suele practicar de cuando en cuando en su filmografía, y un cambio de registro enorme con respecto a su controvertida y aplaudida obra anterior. En este caso habla una vez más de Manhattan, de cómo sobrevivir y prosperar y el temor a no pertenecer a ella, pero no desde la propia Manhattan (del mismo modo que en "Inland Empire" Lynch habla de Hollywood sin introducirse nunca como tal en sus dominios); para más inri "Go-go Tales" está filmada en Cinecittà, su hogar desde hace muchos años.
Pero nada se nota ya que la mayor parte de la acción se concentra en un escenario interior único, desarrollando un rodaje un tanto caótico en el cual, sin embargo, el veterano director crece, aprende y se siente muy cómodo. Como su propio título indica este es un lugar donde vamos a escuchar muchas historias, procedentes de y alrededor de su instrumento de supervivencia, las go-gos, aunque todo parece surgir de la mente del maestro de ceremonias del club donde trabajan, ese Ray encarnado por un Willem Dafoe demasiado ocupado con el presente como para pensar en el futuro y a quien conocemos en su instante de reflexión.

La cámara se mueve con fluidez por este escenario artificial y tan glamuroso como sucio, el movimiento humano ocupa todo el encuadre y en su centro un diálogo de uno o más personajes se cruza con los de otros que emergen del lateral y se esfuman como si nada. Cuerpos femeninos brillando bajo los focos y los neones, en una armonía que nos puede parecer depravada, y no obstante defendiéndose su principio de inocencia; el berrido del jefe de seguridad (Bob Hoskins iracundo y mordaz) a unos clientes lo deja bien claro: las mujeres están para mirarlas y admirarlas, pero no para mancharlas con las manos.
En el piso de arriba y observando su reino por los monitores cual deidad corrupta, Ray tiembla de impaciencia y miedo, desde primera hora de la mañana hasta última hora de la noche de ese jueves que cubre el argumento. Porque Ferrara también nos hace saber que su protagonista no es maestro de nada, si hay en el Paradise un maestro de ceremonias es el dinero; sin una trama como tal se dejan las presentaciones y conversaciones banales de los primeros minutos y se escudriña un hervidero, de mujeres con sus problemas, hartas de no tener su sueldo; de individuos hostigadores, hartos de no ver sus deudas saldadas; de un hombre que debe hacer frente a la depredación materialista mientras intenta mantener vivo un sueño.

Digamos que es un álter-ego muy poco disimulado, o nada, del propio cineasta; para él Hollywood fue ese club de striptease donde cada carne (especialmente la de mujer) tenía un precio y todos querían poner sus manos sobre ella. Pero Dafoe halla un predecesor en la ficción tan legendario como el Cosmo Vittelli del "Asesinato de un Corredor de Apuestas Chino", otro individuo acorralado desde todas partes que hacía lo imposible por mantener su propio paraíso. Lo único que hace Ferrara es eliminar la trama "noir" de John Cassavetes y sustituirla por algo más cercano al humor, negro y crudo, pero humor, y no poco ligado en esencia al de Altman, Scorsese y Allen.
En la lucha desesperada por recuperar un billete de lotería ya premiado pero perdido, Ray se encuentra con los clásicos personajes del director en el camino de la adicción; del mismo modo que el teniente corrupto lo era a las drogas y al alcohol, Frank White al poder o Kathleen lo era a la sangre, Ray lo es al juego, a perder y a verse obligado a dejar que su existencia la conduzca el azar, la pura suerte, en un mundo donde eso no tiene cabida. Se tiene si uno carece de conciencia, como Johnnie o ese productor que quiere a Debby para su película, o si sabe administrarla, como el tiparraco que promociona el restaurante disfrazado de langosta y engatusa a los clientes chinos.

En este agujero caótico de capitalismo podrido podemos creer las sinceras palabras de Ray cuando afirma que se siente parte de una gran familia, un padre que ama a sus hijos a pesar de tener que explotarlos. Surge entonces la mayor reflexión, siempre latente, de este cuento de la calle y los suburbios, descubriendo una realidad amarga: si la explotación y el comercio son necesarias para mantener vivos el arte y la belleza; pareciera que Ray se guía por su pasión, por amor al arte, y así lo demuestran, quitándose las máscaras, sus trabajadoras y otros colaboradores al llegar la noche.
Porque de repente el bullicioso club se transforma en un elegante local de entretenimiento. Claro, el arte y quienes lo practican han de ser explotados dentro de esa cultura capitalista tan norteamericana, pero por unos instantes Ray se permite dejarles soñar y no ser parte de nada atado a intereses monetarios, puros artistas. Así se ve Ferrara en Cinecittà, su paraíso. Dafoe, cuyo nerviosismo interior se acrecienta junto a la tensión exterior y anuncia un violento giro de acontecimientos, descubre su alma frente a todos en un monólogo magistral, de las mejores cosas que el anterior haya filmado en toda su vida.

Es ahí donde la película, que no el personaje, merecía una solución menos piadosa y más dura, la que no queremos ver: que todo, en efecto, se va por la cloaca si no hay presencia del vil material. Porque la sociedad funciona así.
Ésto y una estructura más coherente y menos desorganizada son los hándicaps que impiden a "Go-go Tales" situarse un escalón por encima de otros títulos del nativo del Bronx...y tampoco aprovechar a esa fuerza de la naturaleza que es Asia Argento.
Chris Jiménez
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3 de noviembre de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comedia áspera y oscura. Abel Ferrara planta la cámara en un mundo nocturno para desnudar al personaje más allá de lo literal.

El declive de un negocio sustentado por el capitalismo de alguien ajeno a él es el punto de partida. La comicidad de alguien que perdió el norte. La absurda búsqueda de la suerte para remedio de males. Nada puede salir bien en una trama de perdedores buscando soluciones en el lugares incorrectos. El director otorga el imposible a su historia y hace ganadores de un boleto de lotería a sus desdichados personajes. La comedia danza delante de la cámara como si de otro personaje se tratara. La perdida del boleto ganador o las peripecias de personajes que viven en alerta y a la defensiva son claros ejemplos.

El elenco de actores le da cierto empaque a la función. Hace que cumpla sobradamente de sostén para evitar altivajos. Todo gira en torno a un Willem Dafoe solvente y carismático. De él nacen las posibles escenas con mas fuerza de la película: Su magnifico alegato final, frente a una multitud enfurecida y su actuación en el escenario mientras la versión mas irritante de Mathew Modine es seducida por Asia Argento.

Ferrara nos regala una simpática historia de gente normal, narrada en la parte oscura de su querida Nueva York. Infelices deseando la gloria que ellos mismos se niegan.

Me quedo con esa última mueca de Willem Dafoe y su capacidad de decirlo todo con tan poco.
La puerta de Tannhäuser
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