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Escipión, el Africano

Drama. Bélico Película histórica que se centra en la figura del procónsul romano Escipión y en sus esfuerzos para terminar con el poder del general cartaginés Aníbal. (FILMAFFINITY)
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Críticas ordenadas por utilidad
14 de marzo de 2020
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dado que el fascismo italiano tomaba buena parte de su parafernalia —si no toda— de la antigua Roma, a priori cabría esperar ciertas dificultades para discernir cuánto de rigor histórico y cuánto de propaganda hay en “Escipión, el Africano”. No obstante, resulta palmaria —cómica incluso— la sobreabundancia de la segunda.
Encontramos una pista ilustrativa en el burdo maniqueísmo que vertebra su argumento: los civilizadísimos romanos llegan al punto de perdonar la vida a un bebé elefante en el fragor de la batalla de Zama, mientras que los cartagineses constituyen una horda malencarada de violadores y cuatreros. También en la proliferación de brazos en alto, tenso el deltoides, prietas las filas y el culo cerrado, venga o no a cuento, por más que se trate del saludo romano “par excellence”.
Annibale Ninchi reproduce las trazas de Mussolini para componer al héroe, decisión perfectamente lógica entonces, pero que, hoy día, con la perspectiva del tiempo y habida cuenta de que el “Duce”, como cualquier salvapatrias, era un mamarracho megalómano, se antoja casi caricaturesca. No quiero ni pensar en los dolores cervicales que debía de sufrir tras cada jornada, no hay cuello que resista ese perenne e impertérrito alzamiento de barbilla.
El resto de personajes compite en ridiculez: Aníbal es un fantoche grotesco y obeso y Masinisa parece una folclórica en horas bajas. Con todo, la palma se la lleva Francesca Braggiotti merced a su delirante interpretación de Sofonisba, a medio camino entre una vampiresa a lo Theda Bara o Pola Negri y la Brigitte Helm pasada de rosca que protagonizara “Metrópolis” (“Metropolis”, 1927).
Respecto a la famosa recreación de la victoria de Zama a guisa de gran apoteosis final tan del gusto de la pompa fascista, sin menoscabo de las dificultades que entraña dirigir a tamaña muchedumbre y el inherente e indiscutible mérito técnico, se trata de una montonera igual de decepcionante que la batalla sobre el lago helado con que culminaba su coetánea y también descaradamente “agitprop”, si bien de signo político diametralmente opuesto —o quizá no tanto, ya se sabe que los extremos se tocan—, “Alexander Nevsky” (“Aleksandr Nevskiy”, 1938.)
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