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¿Qué tienes debajo del sombrero?

7,3
493
Documental Judith Scott es una escultora norteamericana de 62 años a la que le llega el reconocimiento internacional después de vivir 36 años en una institución psiquiátrica. Judith tiene Síndrome de Down y es sorda. Su historia, contada a través de su hermana gemela, Joyce, sin discapacidad, es el detonante de una película que viaja al Creative Growth Art Center de California y descubre a otros personajes que, como Judith, buscan expresarse a ... [+]
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
26 de diciembre de 2009
46 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
La siguiente carta apareció en el periódico El Mundo el 23 de octubre de 1997. La firma Francisco Justicia, redactor jefe de dicho diario en esa época y padre de una persona con Síndrome de Down.



NUNCA ME LO PERDONARÉ

Querido Diego:

Fueron sólo unos instantes, los más amargos de mi vida, pero sólo unos segundos. Desde entonces nunca te he negado. Sin embargo, aquel día mi falta de coraje impidió que, cuando te cogí en brazos, te cubriera de besos.

Ocurrió en la fría madrugada del 13 de febrero de 1986. A las seis y veinte de la mañana. Por fin habías venido al mundo, con llanto y rabia, porque abandonaste el cómodo refugio que durante nueve meses te había mimado, acunado, alimentado, hablado, dormido.

Cuando te vi por primera vez y me di cuenta de que tenías «ojos de chinito» -nunca se borrará de mí la imagen de la monja que te mecía-, se me vino el mundo encima. Fui un cobarde que se atragantó de miedo ante ti y ante la vida. No tuve valor para besarte. Sólo te abracé y lloré.

Es probable que nunca seas capaz de entender qué pasó, pero, Diego, mi Diego, mi Kue, mi Ronaldinho, mi Robertinho Carlos, nunca me lo perdonaré.

Tampoco sabrás cuántas noches he pasado en vela pidiéndote perdón en el silencio, en la soledad de ese silencio interior que grita y aventa el alma, imaginando mil formas nuevas de darte cuanto estuviera en mi mano en el mismo instante en que cada mañana, a las siete, matemáticamente puntual, llegabas a nuestra cama con tu lengua de estropajo para espetarnos: «¿Qué pasa aquí? Ya es la hora».

Fueron sólo unos minutos, pero nunca sabrás cuánto he deseado borrarlos, que no hubieran pasado, que tuviera una segunda oportunidad para redimirlos. Inmediatamente aprendí a quererte. Con locura. Con pasión, como te quiso tu madre cuando supo antes que nadie, la primera, que serías parte nuestra. Como luego hizo María cuando entendió que alguien vendría a entrometerse entre ella y nosotros.

Cuando comprendí que tu sonrisa no tenía doblez, que tu llanto era de verdad, que le hacías un mohín a la vida y un guiño a mi corazón, no dudé más.

Tampoco te acordarás, pero otra noche te arranqué dormido de la cuna -y tú sonriendo y yo llorando-, te juré que siempre serías feliz, que nada ni nadie, mientras yo tenga un hálito de vida, podrá impedir que seas feliz.

Me has dado tanto, me has enseñado tanto, soy tan afortunado teniéndote a mi lado que por nada de este mundo ni del otro cambiaría un solo instante de los que he pasado contigo a lo largo de tus 11 añazos.

Esta mañana, como cada día desde hace tanto y como cada día haré durante el resto de mi vida, he pensado qué podría hacer por ti, y lo mejor que se me ha ocurrido es escribirte, con motivo de estas jornadas tan especiales, sólo para pedirte perdón ante todos, sólo para decirte, sin cansarme jamás de este juego eterno de palabras a menudo tan vanamente pronunciadas, que no te negaré más, que no te traicionaré más, que te quiero, hijo.


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He reproducido esta carta aquí primero para compartirla y luego porque creo que ese sentimiento de cariño que se desprende de las palabras de ella es el que impregna durante todo el metraje a “¿Qué tienes debajo del sombrero?”. Por este motivo vale la pena verla, algo de lo que no pueden presumir la mayoría de films sobre el tema.

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Mi padre, lector diario de El País, trajo aquella tarde El Mundo, fue una novedad, lo desplegó sobre la mesa; señaló la página, mi madre y yo lo leímos en el viejo sillón de mimbre del salón. Tengo una imagen entrañable de ello, emocionante. A pesar de que en la hemeroteca de dicho periódico no se encuentra la foto que acompaña el escrito, también la recuerdo: el padre y el hijo, plano general de ambos, pasando los dos uno de sus brazos por la espalda del otro, sonrientes. Es curioso, años después soy el único que se acuerda de esta lectura en mi casa.

Ahora la releo, con la diferencia del tiempo pasado, por entonces no era más que un chavalín, pero me sigue pareciendo igual de próxima. Un testimonio valioso, una intimidad compartida, probablemente terapéutica para él.

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A mi hermano Miguel, por tener siempre disponible una sonrisa, un beso sonoro, un “buenas noches, hermanito” y un abrazo los días de tormenta.
Dromedario
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21 de junio de 2009
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizás piense uno de entrada que hay que realizar un esfuerzo de condescendencia para apreciar el arte de la gente discapacitada que aparece en este documental, pero resulta que las obras son formalmente preciosas y consiguen transmitir lo que se esconde en la mente de sus creadores de una manera mucho más poderosa y expresiva de lo que el lenguaje verbal o corporal puede lograr.

Una de las ideas centrales es el interesante concepto del "outsider art" como expresión artística liberada de motivaciones económicas o intelectualidad pretenciosa, un tesoro casi exclusivo de estas personas a las que les trae al pairo el reconocimiento social o el enriquecimiento económico. Es impagable la escena en la que un extravagante artista "oficial" se muestra avergonzado al reflexionar sobre la pureza de estos trabajos.

Todavía más emocionante es comprobar que el cine sí puede mejorar el mundo. No sólo este documental es una prueba rotunda de la valía de los discapacitados sino que la iniciativa pionera del Creative Growth Art Center de California ya se ha exportado a otros lugares del mundo, incluida España, gracias al impacto de esta producción de Julio Medem.

El mejor cine español que he visto últimamente proviene del documental, como me ha demostrado el trío formado por "La silla de Fernando", "Las alas de la vida" y esta "¿Qué tienes debajo del sombrero?".
Felipe Larrea
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12 de junio de 2012
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En este documental se entremezclan dos temas que a unos llegarán más que a otros. Por un lado está la discapacidad psíquica, concretamente el Síndrome de Down. Aquí, todos los que conocemos a alguien cercano con esa característica, empezamos a relacionar lo que vemos en la peli con lo que conocemos de la realidad. Mi pariente con Síndrome de Down sufrió en su paso a la etapa adulta un cambio total en su educación, que la privó totalmente de su espíritu creativo y del aprendizaje que en su infancia se le procuraba. Pasó de estar en un colegio en el que se la enseñaba, a trabajar en un taller, haciendo carpetas 8 horas al día. Eran otros tiempos, pero mi madre siempre me cuenta cómo esa persona dejó de hablar, dejó de comunicarse, se aisló… le cambió el carácter totalmente. Fue un error tremendo y a día de hoy yo no me atrevo a decir si esa persona es feliz o no, pero desde luego está mucho más limitada que lo habría estado de haber continuado con un entorno favorable. En el documental vemos cómo puede cambiar la vida de una persona con discapacidad cuando se le ofrecen los estímulos adecuados, cuando se confía en las capacidades existentes en esa persona, en lugar de centrarse en los factores limitantes.

Por otro lado el tema del arte… yo frecuento un centro de arte abstracto o moderno o como se llame. Lo cierto es que casi siempre voy con un amigo que tiene tanta idea como yo de arte, y no entendemos nada, y algunas cosas nos parecen auténticas tonterías y otras al menos nos parecen bellas u originales. Y yo jamás me atrevo a decir eso de que ese arte es una tomadura de pelo, porque no entiendo, pero reconozco que a veces bien lo pienso.

(Sigue en spoiler por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ari
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15 de septiembre de 2007
7 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es razonable, e incluso loable, querer remarcar las cualidades terapéuticas que sin duda el cultivo de las artes ejerce en las personas, en especial en enfermos mentales y disminuidos psíquicos. Lo que, en mi humilde opinión, no es de recibo es calificar de obras maestras y genialidades algunas de las creaciones artísticas de los discapacitados psíquicos que aparecen en este documental. Este juicio sobrevalorativo de sus creaciones, a todas luces perteneciente al terreno especulativo, nos hace perder la perspectiva real tanto de lo que es el Arte, como de los verdaderos valores de la arteterapia. Pese a ello, su emotivo desenlace compensa su en ocasiones errada visión.
FERNANDO BERMEJO
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23 de diciembre de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando uno se pregunta qué es el arte o para qué sirve, debería recurrir al visionado de este documental profundamente humano, visceral y honesto que cuenta la historia de esa artista sin pretensiones -Judith Scott-, que hizo y deshizo porque lo suyo era necesidad no pretenciosidad, no moda, no apariencia. Ella y sus compañeros se bastan para relatarnos en qué consiste eso de crear, el significado real de "creatividad" y la verdadera función del arte en nuestra sociedad. Para las personas que dudan del valor de esa medicina llamada "arte". Es emocionante tener cerca a estas personas, aunque sea por un rato y en un documental.
gpiqueras
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