Ignórela ipso facto quien vea el cine como un simple divertimento, por otra parte, postura harto respetable y frecuentemente practicada por este mindundi. Pero ante el celuloide de Truffaut no cabe más que sombrero y reflexión: ¿Civilización o estulticia? ¿Salvajismo o pureza? ¿Educación o autoritarismo? ¿Cariño o interés? Aquí la balanza se mantiene en equilibrio hasta el fotograma final, en el que una indeleble mirada implica al espectador para que decida.

Hubo un tiempo en que los niños salíamos del cole y solamente pensábamos dos cosas: una, en jugar y dos, en como escaquearnos de los deberes. Ni actividades extraescolares, ni judo, ni esquí en pista cubierta acaparaban nuestras horas de ocio. Un buen vaso caliente de leche con galletas, una hora de tele (no había más) y la compañía de los añorados teleñecos nos alimentaron a base de carcajadas, sonrisas y alguna que otra lección que aún hoy algunos se empeñan en recordar.

¡Ven a Fraguel Rock! Esta estrofa cerraba la serie los domingos, pasadas las siete de la tarde, y empezaba lo que desde entonces denomino el síndrome Fraguel Rock. Era domingo, de noche y ¡no tenía mis deberes hechos!
Los peluches de Henson, no obstante, daban aquí un resultado coral excelente: aparecían decenas de Fraguel actuando simultáneamente. Revisitada de adulto aburre un pelín, pero si mañana tienes obligaciones y no te sientes preparado: ¡¡¡Ven a Fraguel Rock!!!

Hete aquí que no hace demasiado la repusieron de madrugada, en algún canal de reciente creación. Y mi sorpresa fue mayúscula. La serie era tal y como la recordaba: un doblaje excelente (no soy partidario del doblaje, pero reconozco que en España en ocasiones se mejora el original), un humor corrosivo, unas interpretaciones creibles y un guión que le da mil patadas a las tristes Escenas de Matrimonio que campan a sus anchas por la a menudo pésima programación de hoy en día.

Solamente un dato a fin de ser lo más útil posible a quien tenga a bien leer esta crítica. No recuerdo excelentes interpretaciones (la expresión de Macnee era no obstante magnífica), ni siquiera recuerdo con exactitud guiones redondos (sí recuerdo, con agradable regusto, algún final sorpresa). Lo que nunca olvidaré es como siendo niño, a la hora de acostarme, me provocaba ataques de asma con el polvo de la habitación para que mis padres tuvieran compasión y me dejaran verla.