La película trata con dignidad la explotación minera y la raigambre entre los núcleos familiares que hacían de ser minero una tradición que pasaba de padres a hijos. Capta con planos sucintos los diferentes clases sociales existentes entre el propietario de la mina con su gran mansión coronando la loma y la forma sencilla de vivir de los mineros en las casas familiares acondicionadas con lo básico donde el mayor capital es la relación personal entre sus miembros. Muestra la realidad, extensiva a toda época y condición, de las dificultades para mantener una relación entre personas con status de vida diferentes. La película ha envejecido muy bien no resultando pesada ni aburrida gracias a planos rodados con frescura y a diálogos breves con el personaje de Arturo Fernández como hilo conductor de la trama que relaja con su picaresca maestría la tensión del conflicto entre mineros y patronos.

Tenemos tan interiorizado que si la corrupción tiene una madre patria, esa madre se llama Rusia. Tal vez por eso no nos sorprende el planteamiento de esta obra cuyo desenlace no deja resquicio a la esperanza. Emergen aquí como si el tiempo se hubiera paralizado en la Edad Media, los viejos poderes de entonces. El Alcalde-Señor Feudal con su corte de papanatas aduladores y ejecutores. El Pope de la iglesia ortodoxa que insufla soflamas tanto desde el púlpito como desde los salones. Y la aséptica Justicia con esa vara de medir tan acartonada que distribuye sentencias al dictado con un lenguaje y un vocabulario en el que no queda resquicio para el recurso. Planea en la atmósfera de la película que nada puede acabar bien en un ambiente tan sórdido y aunque las expectativas acaban cumpliéndose, no es menos cierto que el director nos lleva por diferentes derroteros tratando de insuflar algo de ánimo a estas familias, personajes desdibujados que llevan la maldición del lugar -esa playa con restos de naufragios y desperdicios- impresa en sus rostros. Donde parece atisbarse alguna esperanza termina por desencadenarse la tragedia. Como si los viejos dioses de la mitología griega no se hubieran ido nunca y emergieran con todo su furor de ese poderoso océano que hace de las vidas que desfilan por la pantalla un ejercicio de continua supervivencia.

Esta película es como uno de esos vestidos hilvanados de retales de diferentes piezas,colores y gustos. Podemos despreciarla por caótica o inclasificable, pero si nos dejamos llevar sin prejuicios innecesarios es una excelente manera de reirse de todo y dar un vuelco a un cine que con demasía evoluciona de forma plana y estereotipada. Hay colorido, situaciones hilarantes, sorpresas inesperadas, escasa monotonía...y una Kate Winslet sorprendentemente dotada para un papel difícil e inusual en su carrera y no del todo acorde con su físico. Solo por ver la evolución del personaje que interpreta Judy Davis merece la pena pagar la entrada y escuchar los berreos de un querubín que tenía dos filas más atrás y cuyos padres merecían formar parte del elenco vengativo de la protagonista.

Solamente un director con la sensibilidad de Victor Erice podía percibir el genio creativo de Antonio López en su estado más puro. Cine al alcance de unos pocos. Aquellos para los que el "tiempo" no es un estorbo que juega contra nosotros sino un acicate que nos permite saborear la vida.

Una película se califica por cómo se desenvuelve en su tramo final. Aquí el interés se mantiene dentro de una intriga difícil de seguir con tantos flashback pero falla irremisiblemente en el desenlace. El ensañamiento no es una buena fórmula para finiquitar un film que podía optar por otras variantes como la declaración del testigo del túnel o la perspicacia de la policía. Además rompe con el ritmo psicológico del filme que aparenta con este final algo mas propio del cine "gore" que de un drama familiar.