Una pena que esta escapada de Jovovich y Zahn haya pasado desapercibida. David Twohy ya ha demostrado antes que sabe hacer cosas interesantes con materiales más bien mediocres (Las crónicas de Riddick o Pitch Black). Aquí se embarca en lo que parece una trillada historia de pareja-de-luna-de-miel-en-paraíso-tropical que, a golpes de guión, se va transformando en un thriller, golpes subrayados de forma autorreferente por las reflexiones de los dos protagonistas masculinos sobre la técnica del guión, lo que da a lo que a primera vista parece una peli de psicópatas al uso un toque interesante antes de que salgan a relucir los machetes. Si añadimos la presencia siempre luminosa de Milla Jovovich, la sorpresa de reencontrarnos con Timothy Olyphant aunque aquí no esté (¡qué buenos recuerdos!) hundiendo sus botas en el lodazal de Deadwood y los increíbles paisajes de un Honolulu más agreste que paradisiaco, el cóctel justifica de sobra el visionado de una peli que genera a priori muy pocas expectativas.

Es cierto que la historia que cuenta Cameron podría haber sido más compleja, o más innovadora como narración, cierto que su idealismo ecológico resulta un poco naif (aunque es un idealismo autoconsciente: “aquí tiras un palo y cae en algún sitio sagrado” dice el personaje de Ribisi), pero no estamos hablando de literatura, sino de cine y el cine quiere crear mundos visuales que nos seduzcan. ¡Y vaya si Cameron no ha creado un mundo a la medida de nuestra fantasía! Esos pájaros colgados en los acantilados de imposibles montañas flotantes, esa jungla de luz en la que cada paso es un destello …y los Na’vi que podrían ser iroqueses, pero también massai u hombres-leopardo y entre los que el parapléjico marine se siente a sus anchas desde el primer contacto. Es cierto que hay escenas bélicas y muchos efectos especiales y que el militar malo es malísimo pero esos tópicos no son el corazón de esta maravillosa película. No, el corazón de este viaje flipante al territorio de nuestros sueños es una interrogación sobre la identidad : ¿seguiría siendo yo si viviese en otro cuerpo? ¿o si mi cerebro pudiese conectarse al de un pájaro? ¿quién sería yo si compartiese mi sistema nervioso con un bosque? Las gafas son un poco molestas, eso sí, pero no tanto como la resaca de un ácido y el viaje es más divertido.

Una revisión del mito del hombre-lobo completamente olvidable. Ni el buen oficio de Hopkins, a quien hemos visto demasiadas veces en papeles parecidos (pero de mucha más enjundia: Hannibal Lecter, el Van Helsing de Coppola o el padre de Leyendas de pasión defendiendo a tiros a su cachorro de las zarpas de la ley) y de los que aquí parece hacer una retrospectiva, sombrero incluido; ni el comparable buen oficio de Benicio del Toro, con cara de estar bastante despistado, seguramente traumatizado por las ¡oh, qué dura la vida del artista! largas sesiones de maquillaje que se podrían haber invertido en otra cosa que en producir un hombre-lobo de tebeo, salvan la función. Tampoco la salvan algunas secuencias acertadas e incluso divertidas (nunca terroríficas, por supuesto, eso sería mucho pedir) como la pelea de licántropos en el cuarto de estar, las "modernas" terapias del psiquiátrico, o la estupenda gitana que compone ella solita Geraldine Chaplin. Se nos dice que se ha querido hacer un homenaje a los films de serie B, recuperar el espíritu, etc. como si eso fuese justificación suficiente para un trabajo de segunda. ¿Dónde acaba el homenaje y dónde empieza la cortedad de miras? No todo el mundo puede, como Coppola, releer un mito y darle una vuelta de tuerca, llevarlo a base de estilo e inteligencia a indagar nuevos terrenos. No, no todo el mundo puede pero ¿lo intentaron al menos?