Dadas las características de nuestras carteleras semanales, Un dios salvaje es un donut de chocolate en una dieta hipocalórica. Te permite reflexionar sobre la hipocresía social (es curioso que casi todos parece que la vemos como algo ajeno de lo que nunca participamos...), nos hace mirar con altanería a esa pedante de grandes principios morales, o identificarnos con la defensora de los derechos de los roedores... Reflexionamos sobre el apego desmesurado a las cosas (un móvil, unas revistas de arte, un bolso...), observamos a los papis malcriadores de niños... y todo lo que dice la crítica sobre las apariencias y los instintos naturales. Pero algo falla: no es aburrida, no hay malos actores, no es tan tópica como otras... es que es el escenario de una obra teatral, y sin embargo no estás en el teatro. La concentración del género dramático resulta algo incompatible con el cine, queda raro. No sólo por mantener un único espacio, sino también por la teatralidad de los personajes, que tienen que evolucionar tan rápidamente en un supuesto rato que dura la visita. Y para qué darle más vueltas: no es verosímil.

En palabras del propio director, "estoy convencido de que las emociones contenidas son más intensas y más auténticas que aquellas de las que se habla abiertamente. Contener una emoción no es eliminarla, sino filtrarla. El reto consistía en inyectar un toque de ligereza en el drama, filtrarlo mediante una capa de humor, sin por eso perder la emoción". En ello reside, a mi parecer, el éxito de esta cinta.
Muy recomendable para todos aquellos cansados de americanadas, que disfruten con películas que aunque sin grandes pretensiones técnicas o formales, ofrecen emociones veraces y auténticas, reconocibles por el espectador; y evitándonos además, el melodrama fácil.

Desde los primeros minutos de la cinta el espectador ya sabe lo que va a encontrar: el coco y los incorruptibles ángeles... Hacer una película tan maniquea sobre la Guerra Civil a estas alturas me parece poco novedoso. Cae además en el dramatismo facilón, sin aportar tampoco ningún logro técnico (La nana metida con calzador es ya la "repanocha" del folclore casposo) Por no hablar de los topicazos sobre andaluces y/o gente pueblerina. Entre otras cosas, creo que el habla y modalidad lingüística deben cuidarse más si queremos hacer una recreación más o menos fidedigna de un grupo social. Ay, ay, Zambrano... ¡que un cordobés jamás dirá <"la" ponemos Tensi>! Y no aspirará las eses finales de palabras como un sevillano, sino que abrirá las vocales... Y bueno, independientemente de estas curiosidades lingüísticas, no puedo terminar sin decir que me pasé la película entera pensando que en cualquier momento Pepita se iba a quitar la peluca e iba a convertirse en el Luisma diciendo que ni él ni el Barajas son tontos...

Vaya por delante que cualquier película de Woody Allen es una pequeña (o gran, grande) muestra de arte, y que suele dejar una sensación placentera de buen cine; sin embargo, no creo Midnight en Paris sea "el retorno del gran Woody". La película adula de forma simplona al país galo, ya desde esas fotografías iniciales, excesivas desde mi punto de vista, e hilvanadas bastante lejos de la profundidad y cariño que utilizara para retratar Manhattan; ¡son postales turísticas!. Igualmente resulta simplón el homenaje a la bohemia y al arte de principios de siglo, ninguno de los grandes escritores o pintores que se pasean por la cinta está retratado con maestría (quizá lo mejor sea el homenaje al T. Lautrec como lo veíamos en Mouline Rouge). Por otra parte, los personajes principales no llegan, no calan... son anodinos e incluso un poco odiosos. (Es cierto que Carla Bruni tiene un papel simpaticón...).
Lo mejor, el aire optimista que se respira en toda la cinta, y las reflexiones a las que nos empuja: ¿seguro que cualquier tiempo pasado fue mejor?

Hay películas que cobran valor cuando se ven por segunda vez, o cuando tienes la posibilidad de interpretarlas como un eslabón más de la cadena de la filmografía del director; esto ocurre con Scoop. Sin estar entre mis favoritas de Allen, y sin ser considerada una de sus obras maestras, no deja de ser una película representativa e interesante. Una vez más, Allen deja su seña de identidad en cada escena del film, pero dando una pequeña vuelta de tuerca a cada elemento:

- Obsesión por la muerte, sí; pero cada vez es más difusa la frontera entre este mundo y el de más allá, cada vez es menos trágico el trance inevitable. ¡Y qué nostalgia esa imponente figura negra con guadaña, como ya apareciera en La última noche de Boris G...! La muerte impasible, ajena a los sobornos del periodista, haciendo de barquero de la laguna Estigia.

- Woody Allen reinterpretándose a sí mismo, con su verborrea interminable, su torpeza y su extravagancia... pero en un mago entrañable, un Esplendini que al final no es tan cobardica como cabría esperar (insuperable la parodia a la alta sociedad inglesa con su caza del zorro y sus fiestas ostentosas)

- Intriga amorosa, esta vez sin final feliz. Scarlett Johansson no acaba de estar convincente en el papel de chica boba cegada por el príncipe azul, pero Hugh Jackman consigue sorprendernos, sobre todo en la última parte de la cinta. Woody parece decantarse cada vez más por una visión desengañada del amor y la honestidad del ser humano.

Con todo esto, Scoop es una película divertida que retoma la intriga de Misterioso asesinato en Manhattan, y que en definitiva hará pasar un buen rato a los seguidores del director neoyorquino.