En ocasiones la vida otorga una segunda oportunidad a quienes se creían al borde del abismo, así es como empieza Doce del patíbulo.

Corre el año 1944 y se está fraguando el amos o Desembarco de Normandía. Para preparar este gran golpe, los altos mandos del ejército aliado consideran importante acabar con un emplazamiento de generales nazis.

Esta tarea peligrosa de infiltrarse en territorio ocupado se la encomiendan al mayor Reisman, oficial indomable y único capaz de controlar a un equipo incontrolable de presos del ejército de los EEUU. Esta operación suicida se les ofrece como alternativa a la pena de muerte, por lo que se trata de voluntarios a la fuerza.

Aunque el argumento es algo previsible, los personajes están muy bien construidos, cada uno tiene su personalidad y te van cautivando a lo largo de la película.

La historia es entretenida y del estilo de películas de la época como La gran evasión, se fundamenta en la creación de vínculos de amistad en situaciones límite. Y con la ventaja de las historias de los sesenta, que aunque eran bélicas, no enseñaban una violencia gratuita como en la mayoría de las que se hace hoy en día.

En definitiva, se trata de una película ambientada en la guerra, con su dosis de acción, pero que deja pie a un desarrollo más emocional y plural de los personajes.

El chocolate es un ingrediente principal en la gastronomía de todos nosotros y representa la tentación en todo momento.

Del mismo modo, esta película gira en torno a lo establecido y a su ruptura. Un pueblo sometido a la tradición que se ve tentado por la llegada de una mujer que abre un tienda de chocolate durante la Cuaresma.

Juliette Binoche nos abre las puertas a un mundo donde todas las fantasías y deseos son posibles, una historia de buscar y luchar por lo que uno quiere.

Para todo aquel que no ha perdido las ganas de soñar y disfruta viendo la vida a través de la óptica de un niño inocente. Tim Burton desarrolla a la perfección el universo mágico que Roal Dahl dibujó en su cuento homónimo.

Charlie, un niño pobre pero feliz recibe, junto a otros cuatro niños, la oportunidad de conocer por dentro la misteriosa y conocida fábrica de chocolate de Willie Wonka. Allí conocerá los secretos que todos hemos querido descubrir sobre la fabricación de chucherías y chocolates.

Aunque se centre en las maravillas del mundo del dulce, hay una gran crítica hacia aquellos que malcrían a sus hijos, muy común en Roal Dahl. No deja indiferente a nadie, está cargada de moral y reflexión para pequeños y mayores.

Un manjar para ojos y mente, muy recomendable para aquellos que se resisten a crecer.

Actualmente tanto el tema de la homosexualidad como del SIDA están bastante asentados socialmente y se han tratado en la ficción, no obstante esta película es el comienzo de esta normalidad.

"Compañeros inseparables" cuenta la historia de un grupo de amigos homosexuales de Nueva York a lo largo de los años 80, al mismo tiempo que transcurren sus vidas va propagándose la enfermedad del SIDA en la comunidad gay de todo el mundo.

Sin caer en el dramatismo ni en escenas morbosas de enfermos terminales, muestra desde un prisma especial lo que debió ser vivir esa experiencia. Es una llamada a la integración de este colectivo, hasta el momento marginado, y que consiguió remontar a pesar de todas las críticas recibidas.

Los hombres pueden ser autodestructivos, pueden entrar en un círculo vicioso de excesos que acabe consumiéndolos. Así se nos muestra Campeón (Jon Voight), un antiguo boxeador echado a perder que tiene que mantener a su hijo pequeño y a sí mismo.

La historia es conmovedora y entra en el interior de todos consiguiendo sacar lágrimas de ternura y tristeza. En ella se cuenta cómo la madre y antigua esposa de Campeón vuelve a sus vidas siete años después, y cómo van reaccionando los protagonistas ante esta nueva situación.

Lo mejor de la película es la actuación del menor Ricky Schroder, quien interpreta con mucha madurez el papel de un hijo que ve cómo el que debe ser su ídolo y referente se va derrumbando poco a poco.