Los dos grandes enemigos del cine independiente son el aburrimiento y la pedantería. Doors parte de una premisa fascinante: la existencia de inteligencias extraterrestres inconcebiblemente extrañas a nosotros los mamíferos de nuestra Tierra. Lástima que la buena idea de la que parte se pierda en majaderías (perdón por el término) y en masturbaciones mentales en medio de un ritmo caótico y cacofónico. Al final dices "venga ya, ¿tú de qué vas?" No vale la pena.

No es Terminator 2, por supuesto. Pero tiene sus aciertos. Me parece muy destacable Linda Hamilton como una Sarah Connor sabia y amarga. Me parece una gran elección Mackenzie Davis como luchadora atlética de mirada tierna y determinación infinita. Y no lo puedo evitar, me cae simpático un Schwarzenegger que da un paso más allá en su naturaleza cibernética.Como reboot, esta película es bastante coherente. Sólo para disfrute de tecnofrikis de mayor o menor intensidad. Vale la pena.

Escuela de genios es una comedia suave y ligera, que deja buen sabor de boca sin grandes pretensiones. Gustará a los frikis de la ciencia. Gags tontorrones y muy divertidos, y una historia original bien hilada. La adolescencia en una escuela de superdotados que se ven envueltos en un turbio proyecto del Departamento de defensa con una gran traca final. Porque es bueno evadirse de vez en cuando.

No sé por qué mucha gente considera el cine una especie de literatura con imágenes. La historia de Cabeza de metal es escueta, no inexistente. Y visualmente es una delicia, aunque muchos olviden que el cine es un arte visual. Impecable blanco y negro, impecables infografías e impecable recreación de los perseguidores. Pienso que está infravalorado, pero si a ti te gusta qué más da eso.

Es una película interesante, con un discurso en torno a unos soldados ingleses cautivos en un campo japonés de prisioneros que soportan el horrible sentido del honor y la disciplina de los japoneses en guerra. Choque cultural, a veces diálogo de sordos, cuenta con las excelentes interpretaciones de Tom Conti como Lawrence, paradigma del sentido común, David Bowie como el obstinado y atormentado Celliers, y en el campo japonés, Ryuichi Sakamoto y Takeshi Kitano. Los cuatro están magníficos, pero el ritmo de la película no acaba de estar conseguido, defecto que ayuda a reparar el interés que para el espectador inquieto conlleva un estudio sobre el pueblo japonés y su moral, tan extraña para Occidente. En definitiva, vale la pena de ver y de meditar.