Comenzar a ver una película cuyo ilustre director tiene en su currículo obras como Mortal Kombat, Alien vs Predator o las ¡cinco! entregas de Resident evil es ya de por si una temeridad. Pero bueno, el contexto histórico y la posibilidad de encontrar al menos una recreación fidedigna de lo ocurrido hacen que uno haga locuras como esta. A pesar de que luego se arrepienta.

Si a alguien le gusta el mundo del Imperio romano o tiene interés por el cataclismo que provocó la desaparición de una de las ciudades más importantes de occidente que se vaya olvidando de Pompeya. Y el resto de la humanidad también.

Acumulación de tópicos, falta de rigor histórico, pésimas actuaciones y situaciones ridículas, Pompeya es el enésimo ejemplo de cómo una cinta, además de ser mala, ni siquiera es entretenida. Algo imperdonable pero que parece cada vez más difícil de conseguir.

Solo os puedo recomendar que antes de verla (si aún os atrevéis) cambies el chip y os lo toméis como una comedia. Al menos así podréis disfrutar del encuentro entre el esclavo y la chica de clase alta (como no enamorarse de un chico que le rompe el cuello a un caballo), el increíble tsunami que es detenido por una simple muralla de piedra o las eternas peleas de espaditas y cuerpos untados en aceite corporal en una versión B de Gladiator (banda sonora incluida).

Lo único que agradará comprobar a las féminas es que bajo el uniforme de la Guardia de la Noche, el señor Harington esconde un estomago donde se puede rayar queso. Pero no hay abdominal que merezca los 105 minutos que vais a pasar. Os lo aseguro.

Lo mejor: que no vaya a tener segunda parte.
Lo peor: su protagonista femenina.
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¿Puede haber algo más raro que mezclar una comedia romántica al uso y los viajes en el tiempo? Pues eso es lo que hace el director y guionista Richard Curtis (Cuatro bodas y un funeral, Notting Hill), todo un especialista del tema, en su última película.

A pesar de todos los reparos que uno puede tener ante el loco argumento de un joven cuyo padre le revela que los hombres de su familia pueden realizar viajes temporales, Una cuestión de tiempo sabe encajar con mucha naturalidad esta aparente estupidez. Y lo hace, en un principio, para explotar el lado más cómico de un tipo normal que intenta ligarse a un chica a base de repetir una y otra vez sus encuentros. Una vez que esta faceta se agota, Curtis va girando poco a poco al drama para acabar con un tono que en nada tiene que ver con el que comienza la cinta.

Una cuestión de tiempo no es la maravilla que muchos críticos han dicho o, al menos, a mí no me lo parece. Es un film digno, amable, decente, pero que, por mucho que quiera darle un toque de realidad a la manera en que cuenta las relaciones amorosas, no puede dejar de caer en los tópicos: chico feo pero simpático que acaba ligando con mujeres mucho más guapas que él, familia loca a la par que encantadora con casa de catálogo de decoración y mensaje de optimismo.

Al menos regala algunos momentos divertidos y no se pasa (por los pelos) de empalagosa. Soportable para el género masculino y, como todo lo que hace Curtis, irresistible para las mujeres. ¿Hay alguna a la que no le encante Love Actually?.

Lo mejor: la escena del metro.

Lo peor: creerse que el protagonista puede ligarse al personaje de Margot Robbie.

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Un genio de la inteligencia artificial, a punto de desarrollar un programa que imita la mente humana, sufre un atentado por parte de un grupo terrorista contrario a las nuevas tecnologías…Y contar algo más sería hacer spoiler de esta nueva cinta de ciencia-ficción que viene avalada con el sello Nolan en su labor de productor y supone el debut en la dirección de uno de sus habituales directores de fotografía, Wally Pfister, que también colabora en el guión.

Dubitativa en sus inicios y prometedora en su desarrollo, Transcendence acaba haciendo saltar por los aires todas las expectativas positivas que uno pudiera tener en un tercer acto en el que cada minuto es peor que el anterior y que, por si fuera poco, acaba estirándose como un chicle. Un final, además, lleno de incoherencias y agujeros de guión del tamaño de un cráter de volcán que coincide con la presencia de un Morgan Freeman que demuestra una desgana preocupante en el 90% de sus actuaciones. Casi como la insípida cara de Johny Deep, que al menos nos ahorra sus mohines habituales que le han hecho tan famoso (se nota que no me cae muy bien ¿no?).

Aunque plantee temas muy interesantes como la relación entre tecnología y religión (ahí es nada) las ansias de acción y espectáculo acaba tirando por tierra lo que en otras manos, quizás en las de Nolan, habría sido una gran película. Tanto nadar para ahogarse en la orilla.

Lo mejor: su interesante planteamiento.
Lo peor: lo fácil que es encontrar fallos en su guión.

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Precedida por la habitual y avasalladora campaña publicitaria que acompaña a todo aquello que produce Telecinco, El niño es el regreso de Daniel Monzón, aquel crítico de Días de cine que hace ya unos años decidió pasarse al otro lado alcanzando un merecido y unánime reconocimiento con Celda 211.

Jesús Castro es el “niño” del título que junto a su colega “compi” se iniciará en el tráfico de hachís en ese triangulo perfecto del contrabando que forman Marruecos, Gibraltar y el puerto de Algeciras. En su camino se cruzará un policía (Luis Tosar) deseoso de finalizar con éxito una investigación de más de dos años que empieza a impacientar a su jefe (Sergi López).

Con un arranque de los más clásico (persecución de coches incluida), la cinta se vuelve, con la aparición de sus dos jóvenes protagonistas, en casi una comedia costumbrista. Porque, buscado o no, El niño es, en gran parte de su metraje, más comedia que otra cosa. Si a eso se le añade un guion al que le falta originalidad y fuerza, el conjunto se transforma en un inesperado coctel que combina brillantes escenas de persecuciones e investigación con los más sonrojantes clichés románticos de telenovela. Y además, si a uno se le ocurre poner a un novato al lado de Tosar o Eduard Fernández (por muy guapo que sea y que se parezca Faruq) las carencias interpretativas acaban siendo más que llamativas, lo que afecta mucho al resultado final.

El niño es finalmente un brillante ejercicio técnico que idealiza el contrabando de droga como una historia de bandoleros de Sierra Morena, en la que los narcos casi acaban siendo más buenos que los polis. Probablemente se lleve un montón de Goyas el año que viene. Esperemos que no sea al mejor actor revelación.

Lo mejor: lo bien que dirige Monzón y el reparto de “policías”.
Lo peor: está muy claro quién es el malo desde el primer minuto.