Me dispongo a ver Alcarras con el mejor de los talantes, sabedor de que está avalada por un premio internacional y por una crítica abrumadoramente positiva. Gracias a ello han transcurrido ya quince minutos y permanezco expectante a que las fichas se dispongan en el tablero y todo empiece a fluir hacia esa obra maestra del cine patrio. Nada más lejos de la realidad, los minutos siguen transcurriendo lánguidos en esta familia y su entorno agrícola.

Es indudable que cada personaje está cuidado con esmerado detalle y que todo cuanto acontece transpira realidad: la del campo, la de familias que viven por y para él y de como la transformación de la sociedad engulle ese "modus vivendi", pero nada de ello consigue abstraerme en su irreconocible trama ni dejar de mirar el reloj. Me acabo sintiendo como los impúberes de la familia, recorriendo las plantaciones intentando sortear el aburrimiento.

Absorbente y honesta: son dos de los adjetivos que tras su visionado mejor pueden describir mis impresiones y que tomo prestado a los críticos profesionales.

Me absorbe. Soy consciente de que nada de lo que me cuentan excede de la cotidianidad, del callo de la vida, de los sinsabores de esta pero no por ello me deja de atrapar la magistral dirección y la espléndida interpretación de su elenco que hacen que la película pase rauda pero indeleble sobre mi retina.

Me transmite verdad. Aplaudo por encima de todo la huida del maniqueísmo fácil y la capacidad de ahondar en las motivaciones de cada personaje.

Si tuviera que resumirla en un frase, diría que es una historia sobre la maternidad en particular y de la paternidad en general, pero si me exigieran una sinopsis más detallada, tendría dificultades... Diría que trata sobre la vida misma.

Contadas sus bonanzas, pliego parcialmente velas y advierto que no me aporta una de las sensación que mas aprecio del séptimo arte: evasión.

La primera mitad resulta lenta y predecible. Una excesiva exposición de personajes sin gran trasfondo que apenas cuentan en la historia y que girarán entorno a la omnipresente protagonista y sus rocambolescas escaramuzas en un entorno patriarcal. Destaco y apruebo (por los pelos) la recta final de la cinta donde las más que aceptables escenas de acción se suceden captando mi moderada atención.

El estereotipado cine de acción con el que muchos hemos crecido: el consabido protagonista madurito, bien parecido, moderadamente musculado, algo hosco en su trato con las mujeres pero no por ello menos irresistible ha dejado paso a la muchachita a la que los prototípicos machistas de cualquier época subestiman y ningunean, a la heroína que vence la necedad del género tonto siendo más hábil y avispada que sus compañeros varones.

No. No era buen cine aquel en el que la mujer desempeñaba el endémico rol de acompañante de aventuras sin más aspiraciones narrativas que arrojarse a los brazos del bravío pistolero. Pero tampoco lo es este.

Poco más puedo añadir al título de mi crítica. El viaje en tren que emprende por Rusia nuestra protagonista finesa parece querer ser la metáfora de su viaje interior. El paulatino descubrimiento de su compañero de vagón, la reconsideración de las primeras impresiones y de los prejuicios de clases son ideas que se intuyen pero que nunca llegan a cuajar, No me acabo identificando (siquiera empatizando) con nuestros protagonistas, resultando tan fríos y anodinos como los paisajes que les acompañan. Me quedo con la impresión, eso sí, de que hay matices en esa relación finesa-rusa que se pierden en el doblaje y de que probablemente sea más apreciada en sus respectivos países.