Acabo de ver Golpe de estado. Los 101 minutos más jodidamente angustiosos de mi vida desde Hotel Ruwanda.
Primero la ejecución de un pseudodictador ministerial y con un backup (una vuelta al pasado como quien dice) de diecisiete horas nos topamos Owen Wilson como padre de familia viajando en avión por negocios hasta un país asiático cuando se encuentra con un 'simpático' y 'afable' Pierce Brosnan con pinta de puto amo, aquí nos empezamos a poner en situación.
Se me acaba el refresco y me acomodo en el asiento, esperando a que el hielo se vuelva agua para bebérmelo.
Empieza la acción, Owen recorre unas caóticas calles para volver a un aún más caótico hotel que recorre para volver a reunir a su familia.
Cuando creíamos que Pierce Brosnan alias big boss no saldría más salva la situación matando a varios tipos como si fuese lo más normal del mundo y vuelve a desaparecer.
El agobio me inunda, tanto a mí como al resto de la sala, se puede oír a la gente suspirar cada vez que una bala falla o cambian de escena.
Me maravillo ante la pantalla a pesar de tener un jodido nudo en la garganta y un agobio que puede conmigo y me provoca jugar con las cuerdas de la sudadera.
Pasa el rato y ya nos hemos olvidados de big boss cuando vuelva a aparecer salvándoles el culo a nuestra familia protagonista y soltando algunas frases que pretenden hacernos reír y descargar tensión, pero no lo consiguen, al menos no en mí. Estoy demasiado metido en esas calles.
Llegan a un lugar seguro y siguen las bromas fuera de lugar, quizás ese sea uno de los puntos débiles de la película, mezclar un drama social con intento de comedia. Podría funcionar, pero no así, pienso mientras miro la sucesión de imágenes.
Vuelve a empezar la acción, acción, acción y más acción.
Termina la película, suspiro y me levanto. Observo por última vez los créditos antes de salir de la sala.
Estoy en el coche, mierda no me he bebido el hielo derretido.