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Críticas de Lovochancho
Críticas 1
Críticas ordenadas por utilidad
10
23 de enero de 2013
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reza en uno de los tantos cuadros existenciales que brotan de la nostalgia de Tarkovsky. Las paredes rústicas y las ventanas silvestres le sirven para mostrarnos una obra de arte maestra, acabada. Son las pinturas elegidas para el orden de su universo una vez que superó el caos de la gran explosión creativa. Las imágenes ruedan ralentizadas ante los ojos del iniciado, es como si estuviera presenciado una exposición pictórica del genio que ha capturado el mito y la magia, que tiene abiertas las puertas de la percepción de corrido, no como una graciosa inspiración callejera sino como un despertar místico inherente a su conciencia de vividor. Si cae un trillón de gotas de lluvia en un bache seco hace una charca y no un mundo de gotas aisladas. Si colocas una gota de agua sobre otra gota de agua en tu mano, no hacen dos gotas de agua separadas sino una más grande, afirma el general “loco” del pueblito montañés petrificado en vahos de aguas calientes, sulfurosas, santificadas por la fe del esclarecido. Las ruinas del castillo del general “loco” están rodeadas por los verdores de la campiña otoñal, colindando con un pueblo de callejas entregadas al amor de líquenes y musgos. Llueve, llueve, por todas las habitaciones de la morada invadida por los charcos y las botellas que tintinean proveyendo la última sinfonía acuática a los sobrevivientes –el general y su perro-, que están en un tris de abandonarla sin retorno. El general “loco”, no regresará a sus nublados óleos montañeses porque va a inmolarse por el agua que ensucia el hombre indiferente a la sencilla belleza de la creación, porque la humanidad se ha convertido en una efigie ajena a la naturaleza prístina. Magnífica arenga la del general “loco”, en un italiano eufónico, seguida por los activistas que protestan dispersos en los graderíos y en la plaza del capitolio romano, interpretando con sus cuerpos rígidos como estatuas la inacción humana ante su autodestrucción. El general “loco” representará la capacidad que tiene la humanidad para arrasar consigo misma, lo hace ardiendo desde lo alto de la escultura ecuestre del emperador, poeta estoico, Marco Aurelio, que esculpió Miguel Ángel.

Los versos de Tarkovsky nos rinden sin tapujos a la contemplación de los chispazos del pasado que inventan la música del agua del presente, que se impregna en toda la película, ya en vapor, ya en lluvia, ya estancada en una piscina, ya corriendo cristalina por el soleado remanso del ritual de los adioses. La habitación claro oscura del hotel, pintada con una soberbia monocromía y sobriedad minimalista, muestra una riqueza espiritual abombada, tumefacta, por sensual humedad. El máximo adorno de esa habitación que invita a poseerla, a hundirse en su cálido regazo, son el baño y las ventanas. El baño no tiene puerta para ser un cuadro romántico de luz blanca enmarcado dentro de la pintura grande que es la habitación que se refleja en el espejo. Las ventanas son visillos que se bambolean con el viento y dejan pasar una lánguida luz aunque vigorosa, lo justo para que el mortecino cuarto entre en pálido calor. Esta sobria habitación de alquiler contrasta vivamente con el cuartel colapsado del general “loco”, ahí sólo él y su perro pastor conocen las islas con techo entre un sinfín de charcos y botellas melodiosas. Nostalghia, de Andrei, no es el sentimentalismo absurdo del ser humano que desea perennemente la utilidad de lo que lo rodea para nunca calmar a su fantasma famélico, es la sobreabundancia que brota en las montañas tras la tempestad, es conectarse con la intemporalidad del hogar fundido al sol, a la luna, al bosque, al estanque y al silencio. “Los sentimientos no hablados son inolvidables...”.
Lovochancho
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