Desafortunadísima elección del título en su versión española para una historia tierna, bibliófila, trasatlántica y platónica, de dos seres condenados a conocerse de modo epistolar. Magnífica Anne Bancrfot. Interesante resolución y puesta en escena de una obra teatral basada en hechos reales. Emotivo guiño al Breve Encuentro de Lean.

Bill Murray hace como nadie de Bill Murray (repetiría en Lost in traslation). Desde el slapstick al surrealismo, pasando por la comedia de género y la reflexión más metafísica. Formidable y arriesgada en su planteamiento. Mordaz, ágil e inteligente. ¿Quién dijo que el género de la comedia no podía tocar los temas más trascendentales? De las mejores, y menos valoradas, comedias de la pasada década.

Revisaba ayer por la noche una de mis películas de juventud. Quería saber si los años habían desdibujado su recuerdo. Pero lo importante, las razones por las que había descubierto a los Coen al principio de los 90, seguían ahí. El dominio del lenguaje cinematográfico, la atmósfera de una fábula de Navidad, las constantes referencias al cine de los cuarenta -Hawks (Luna nueva) y Capra (Juan Nadie, Qué bello es vivir...y gran parte de su filosofía fílmica)-, todo ello aún estaba presente. Si cabe ahora veía cierta inocencia en partes de su guión, cierta artficiosidad en la puesta en escena; pero el dibujo de sus personajes, el ritmo de algunas secuencias (la irrupción en el departamento de correo, la suelta de hula-hoop por las calles, Jason Leigh en la redacción del periódico y el fantástico comienzo entre rascacielos y nieve) y por supuesto, la partitura de Kachaturian y el Adagio de su Spartacus, todos ellos confirmaron su vigencia en cada una mis sonrisas. Ya ven, será "cosa de críos..."
Si, yo tambien saltaría desde el piso 44 para volver a empezar.

Pocas veces un beso ha sido rodado con tanta frescura y belleza.
Pocos planos apuntan, de un modo tan claro, el camino hacia la Nouvelle Vague.
Joya indiscutible.

Tornatore sabe a nostalgia. Cada uno de sus títulos beben de la melancolía y la ternura. Quizás por ello, cada vez que volvemos a la sala del Paradiso, lloramos con antelación. Homenaje sentido de un cinéfilo sin remedio a los viejos cines, y canto bello e inmenso a la amistad. Pocas secuencias plasman con tal acierto el poder emotivo del montaje. La primera vez acabé hipando mientras hablaba a la pantalla, hoy me sigue reconciliando con el mundo.