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Venezuela Venezuela · Caracas
Críticas de Saul_Briceno
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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
7
1 de julio de 2012
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nuestros puertos albergan historias. Relatos con olor a mar, textura arenosa y cantar de gaviotas. Cuentos de coloquio criollo, y también cuentos sazonados por otras tierras. Historias de marineros, de pesca, de naufragios, y amoríos. Una magia que rodea esa tierra que bordea el Caribe, y que bastó para redactar un cuento firmado por el escritor nacional Guillermo Meneses que, posteriormente, llegaría al cine.

‘La Balandra Isabel llegó esta tarde’ tiene como título esa obra literaria que saltó a la gran pantalla. Un proyecto cinematográfico que reunió una riqueza de miradas latinoamericanas –Argentina, Chile, México-, sobre esta humilde tierra, Venezuela, personalmente grande y gloriosa, cuna del criollo y del viajante a su vez.

Bajo la dirección de un reconocido argentino, Carlos Hugo Christensen, y la participación del poeta venezolano Aquiles Nazoa en los diálogos, ‘La Balandra Isabel llegó esta tarde’ nos relata una historia de pasión en las costas de La Guaira, al norte de Venezuela. Una historia que pese a presentar una serie de condicionantes que detienen un amor encubierto en un barrio costero –como son el tópico del adulterio y la familia-, logra crear un ambiente que rompe con la monotonía en esta clase de obras.

Y es precisamente ahí donde resalta la calidad técnica que recubre esta obra filmada en 1949. Un film que engloba el género dramático latinoamericano de la actualidad, pero que, dando cuenta a su fecha de creación, sirve como base de un sinfín de dramáticos que han dado paso por la pequeña y gran pantalla venezolana.

Una aplaudida y bien recibida fotografía, ganadora del Primer Premio del Festival de Cannes en 1951. Unos primeros planos impecables, cuyo manejo de los zoom en las escenas más dramáticas forjan la sobriedad en una basta variedad de escenas.

Igualmente, una mención especial a la enorme interpretación de Tomás Henríquez como Bocú, gran figura de la televisión venezolana, con más cincuenta años de vida artística, y cuya muerte aún pesa en buena parte de los espectadores venezolanos. Y es que Henríquez logra transportarnos a ese elemento de ocultismo y la brujería que tanto ha enriquecido la llegada de la cultura afroamericana al país, formando un personaje bastante redondo, repleto de misterios, pero que en ningún momento logra causar recelo alguno.

Un contrapeso quizás a buena parte del elenco que, pese a demostrar cualidades interpretativas dignas, terminan a veces exponiendo unos personajes que no cuajan en la venezolanidad, ni del ayer ni del hoy –caso resaltable la esposa del protagonista-, convirtiéndose en figuras cuya sensación de empatía queda un poco en deuda.

Una obra dramática que resulta imprescindible de la filmografía nacional.
Saul_Briceno
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8
17 de mayo de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una figura escalofriante sube fantasmagóricamente las escaleras que dan a la habitación de la atormentada mujer. Una silueta oscura, aterradora, que alta sus filosas manos como garras hacia la manilla de la puerta. Al otro lado, en la habitación, agonizante, sucumbe de miedo su víctima ante la saciedad del más temible ser…
Una escena magnifica, deleitante, que se graba cuadro por cuadro en nuestras retinas y nuestras mentes, manteniéndose como uno de los más claros e importantes momentos del cine de terror clásico occidental. ‘Nosferatu’, dirigida en 1922 por el alemán Friedrich Wilhelm Murnau, no nos relata una simple historia de vampiros.
Y es que en ella se resaltan una serie de simbolismos que se presentan brillantemente sutil, entre un conjunto de magnificas interpretaciones y un elevado sentido del trucaje cinematográfico –las desapariciones del antagonista así como el pesado ataúd siendo montado mágicamente sobre el carruaje, sin ir más lejos-, y ello considerando las técnicas presentes para la época. Una obra muda sublime, imprescindible para todo amante del género de terror, y del cine clásico en general.
Murnau, inspirado precisamente en una obra literaria reconocida alrededor del mundo, del escritor irlandés Bram Stoker, Drácula, nos expone una sociedad sumamente abrumada, producto de una Alemania debatida por las graves consecuencias que conllevó la Primera Guerra Mundial. Un desamparo que se esparcía en el espíritu de los hombres, de los paisajes, que como la plaga que acompañaba al famoso vampiro en forma de ratas, desquebrajaba el ánimo y la vida de un sinfín de personajes.
Sin embargo, un ambiente de tales características que en ningún momento desdibuja el contenido del film. Al contrario, lo enriquece a un nivel inimaginable, convirtiendo el relato en una obra poderosa en el aspecto dramático, e incluso romántico. ¿Y es que la naturaleza de Nosferatu de saciar su deseo de sangre no es un simbolismo de los deseos más carnales de nuestro ser? La película ahonda en un segundo plano los sacrificios del amor a un nivel profundo, contadas veces igualados en el cine actual.
Y necesario e imprescindible mencionar el importante papel de Max Schreck como antagonista principal de la obra, el alargado y escalofriante ‘Nosferatu’ –muy alejado del refinado vampiro de Stoker, posteriormente interpretado por el correcto Gary Oldman en el 92- cuya interpretación es sin duda lo mejor durante los 94 minutos de metraje.
Una película que realza maravillosamente la figura del vampiro como un personaje terrorífico apasionante, que lo rescata de las actuales y banales versiones del cine de hoy en día, y que eleva en un pedestal uno de los primeros movimientos cinematográficos vitales del cine como elemento artístico, como lo fue el reconocido expresionismo alemán. En pocas palabras, una verdadera joya.
Saul_Briceno
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8
1 de mayo de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘Viridiana’, realizada en el año 1961, fue otra obra más de la gran trayectoria cinematográfica del reconocido director español Luis Buñuel que, tras exiliarse de su país durante la dictadura franquista, se refugió unos buenos años en México y, posteriormente, en la República francesa.

El gran poder de los simbolismos, la sutileza erótica, la dura pero ingeniosa crítica que hace a temas tan polémicos como lo son la religión católica, los sentimientos reprimidos, la misma benevolencia, y que son inteligentemente expuestos a partir de sutiles pinceladas que van engrandeciendo el contenido del film.

Son precisamente esos simbolismos los que permiten al director, con una brillante imaginación, dar rienda suelta a las expresiones más sorprendentes, en una época tan conservadora como lo era la América de los años sesenta, en comparación a la actualidad. Su escena final, inolvidable sin lugar a dudas, el cual marca el fin de una represión, del deseo sublime de satisfacer los deseos más humanos expuestos por una voluptuosa Silvia Pinal. Una idea asombrosa la presencia de un juego de cartas, que invita a un contenido sexual mostrado entre líneas, y que dejó callados a los organismos de censura.

Pinal, cuya presencia es aplaudida durante todo el metraje, fue convertida posteriormente en musa del cineasta español, siendo recurrente en posteriores películas tales como ‘El Ángel Exterminador’, filmada el año siguiente, y ‘Simón del desierto’, realizada en el año 1965.
Un reparto de actores muy acorde, en los que resaltaría el trabajo de Fernando Rey, con el papel de su solitario tío político, y el de algunos de los pintorescos personajes, tales como el ciego o el cojo, quienes son inocentemente recibidos por la joven religiosa. Una riqueza interpretativa en su conjunto, con figuras bien diferenciadas y que al final, forman parte junto a la religión de una mirada que contrasta con el modernismo que se abría paso por esas tierras.
La presencia de Buñuel en Sudamérica duró más de dos décadas de su vida, con más de veinte obras cinematográficas en su haber, y cuyos resultados fueron indudablemente extraordinarios. Prueba de ello fue su gran acogida en el público mexicano en general, así como la prensa especializada de dicho país, donde se resaltaban magnificas producciones tales como ‘El Ángel Exterminador’, obra que también tuve el privilegio de visualizar años atrás.

Una joya cinematográfica que enriqueció al creciente cine mexicano durante la mitad del siglo XX, y que gracias a la productora del también actor Gustavo Alatriste, nos permitió el lujo de considerarla un producto fílmico latinoamericano. Imprescindible.

Saúl Briceño
Saul_Briceno
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9
12 de junio de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue a principios de la década de 1930 cuando el brillante y multifacético Charles Spencer
Chaplin empezó a forjar las bases de una producción cinematográfica que exhibiera, de manera asombrosa, a una sociedad en plena Era Industrial. Y es que desde 1931 el talentoso británico ya había escrito una serie de textos donde explicaba el gran impacto que la industrialización causaba al hombre como individuo, y cómo ésta lo convertía en un ser sin identidad alguna, completamente mecanizado.

‘Tiempos Modernos’, exhibido en el año 1936, fue entonces el producto de una afilada crítica social llevada a las cámaras, recurrente ya en una diversidad de obras del reconocido cómico, actor, productor, compositor, entre otros tantos oficios. Una obra magnífica, protagonizada por nuestro querido Charlot, memorable y torpe personaje interpretado por el mismo Chaplin, quien nos iba mostrando, entre diversos tópicos, la deshumanización del hombre frente a la nueva industria y la posterior hambruna que acarreó ésta transformación socioeconómica –y a su vez consecuente del famoso Viernes Negro-, en poco menos de 90 minutos.

En ella, Chaplin apela a un estilo discursivo sobresaliente, bajo la herramienta de la historia paralela, donde mezcla una serie de encuentros y desencuentros entre los dos personajes protagonistas, quienes se complementan de manera fantástica, formando una dualidad que traspasó mucho más allá de las cámaras.

Igualmente, aquella desidia que iban padeciendo principalmente los dos protagonistas durante el metraje –con una radiante Paulette Goddard como el amor de Charlot- jamás ahonda en lo melancólico, o en la pesadumbre, no. Chaplin logra cuestionar el sistema social presente, exponer la pobreza, y mostrar a su vez los diversos medios de insurrección existentes en esa época –robos, huelgas, atracos, paros, enfrentamientos armados- sin recurrir a un drama desenfrenado que afecte al espectador. Las escenas, en su inmensa mayoría, se nutren de un humor y una ironía impresionantes.

Y sin dejar atrás las aventuras de Charlot entre palancas, llaves y tubos, composición cinematográfica imprescindible para todo amante del séptimo arte, y con una maquinaria, tan poderosa como misteriosa, que fue construida como fruto de los recuerdos de la niñez de Chaplin frente a una prensa Wharfedale.

Una obra que despide a uno de los personajes más entrañables del cine mudo, maravillándonos con su voz, hasta entonces oculta, cantando enérgicamente una ‘Charabia’, curiosa mezcolanza de francés, italiano, y una que otra pizca de inglés. Un adiós del bombín, del pantalón ancho, del curioso caminar, y de ese bigote tan particular que hacía burla al conocido dictador alemán. Pero de eso último, cuatro años después, ya Chaplin nos contaría una historia.

Saúl Briceño
Saul_Briceno
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7
1 de mayo de 2012
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los principales cambios que realizó la sociedad europea tras establecerse en el continente americano fue la imposición de su religión. Una religión monoteísta, misericordiosa pero también castigadora, que fue esparciéndose con mano dura y poca benevolencia en buena parte de las comunidades indígenas. O al menos es eso lo que se nos enseñó en las escuelas, en los liceos, en los hogares, sin hacer tanto énfasis que tal transformación social que padecieron los indígenas, también fue aplicado a la principal mano obrera de ese entonces, los negros, quienes eran vistos como unos seres semisalvajes.

A partir de ello, el reconocido cineasta cubano, Tomás Gutiérrez Alea, nos hace un esbozo a la cruda realidad vívida por el esclavo africano en la Cuba de finales del siglo XVIII, ofreciendo una cronología de los últimos cuatro días de la Semana Santa cristiana.

En ella, el director latinoamericano nos muestra a un Conde, amo pintoresco, paternal, cuyas costumbres y tradiciones colisionan con la forma de ver de doce esclavos negros que son llevados a su mesa, haciendo alusión a la famosa escena cristiana de Jesús y sus doce apóstoles: La última cena. Los contrastes entre ambas culturas se van poco a poco evidenciando en esta maravillosa escena que da nombre a la obra, filmada en 1976.

Los doce personajes de color, con una riqueza interpretativa destacable, y tan diferenciados en perspectivas unos de otros, van relatando a base de historias, risas y cánticos, las distintas opiniones que tienen tanto del amo, como de sus enseñanzas sobre el catolicismo y la idea de libertad, revelando a su vez el folklore del continente africano.

Gutiérrez, considerado uno de los principales representantes del Nuevo Cine Latinoamericano, relata una historia de carácter histórico, con gran énfasis en su contenido narrativo, de toque dramático y humorístico, alejándose algunas veces del aspecto estético, pero buscando ofrecer una mirada crítica al neocolonialismo.

Una época de grandes avances en el plano ideológico, en el que la lucha por la igualdad social –difundida por la Revolución Francesa- fue acogida poco a poco por el Caribe, dando paso a las independencias de Haití y República Dominicana, mencionadas de forma magistral en el film. Y a su vez, mostrando, en un segundo plano, el notable papel que tuvo el negro africano -en su llegada a América- en el impulso de la industria cafetera y azucarera como desarrollo económico de diversas naciones de Centroamérica y el Caribe.

El dramático desenlace de la obra, filmado de forma sobresaliente –con un escalofriante plano general explicando el fin de once de los esclavos- permite al espectador comprender la posición reacia de los conquistadores ante la rebelión y la exigencia de derechos, pero también la presencia naciente de una rebeldía imponente, libertaria, que cabalgaba poco a poco por esas tierras.
Saul_Briceno
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