Dicho sin tapujos, sueño febril de un director al que se le ha ido la p**** pinza.

Pomposo delirio con altibajos y una dispersión narrativa que confunde y descoloca. Un elefantiásico espectáculo que a Chazelle se le acaba yendo de las manos.

Esta delirante historia sobre el cambio del cine mudo al sonoro contiene instantes de buen cine (excelente dialogo el que mantiene Pitt con la cronista/crítica) entre mucha bobada insustancial, lingotazos, desnudos integrales, gente copulando, enanos, caimanes y elefantes vaciando el desagüe…

Una locura de tomo y lomo (a ratos moderadamente divertida e interesante, a otros cargante y bastante escatológica) que repelerá e impresionará a personas sensibles. Un estilo de cine diferente. Bajo vuestra propia cuenta y riesgo.

Como concluyera el insigne William Shakespeare con el proverbial tino que tanto le caracterizaba (claro está, de no haber sido "el hombre de paja", ágrafo y putero, que los antistratfordianos afirman que realmente fue): "Cuando llega la desgracia, nunca viene sola, sino a batallones".

El director Will Sharpe plasma tal realidad en "The Electrical Life of Louis Wain", un biopic atípico en el buen sentido del término, alérgico a convencionalismos, que va a tumba abierta para el deleite de los sentidos, con la originalidad como estandarte, adaptando el malditismo de Louis Wain. Un enigmático, caricaturesco y atribulado pintor con una resiliencia inaudita, admirable, laudable. Hasta su último estertor bregó con la adversidad, contra viento y marea en el caos e inmensidad de la vida, con el pincel cual extensión de su propia alma, atormentada y torturada por los inclementes designios de un destino caprichoso, para capturar, pese a todo, la indudable belleza de la vida y pasar a la posterioridad como el autor de cientos, millares de adorables, profundos y exóticos dibujitos de encantadores mininos. Porque más allá de los dolientes acontecimientos que padeció tan aquejado individuo, los cuales desarman y derriten, dejándote con el corazón en un puño, "The Electrical Life of Louis Wain" es una película hipnótica que, en esencia, viene a recordarnos que hay demasiada belleza en esta vida como para perdérsela; y depende de cada uno de nosotros capturarla, compartirla y conectar con terceras personas en este mundo, a menudo, cruel e inhóspito.

Una descarnada historia sobre el dolor; un profundo dolor del que es imposible escapar. Nos encontramos ante el veraz retrato de un juguete roto, un muerto en vida, una carcasa humana que dio todo de sí por el prójimo hasta perder los cabales y acabar desquiciado. Pero, asimismo, nos encontramos ante una historia de amor. Pero no uno cualquiera, sino un amor genuino y enternecedor. También hay paladas de sensibilidad y un plantel de actores absolutamente entregado (fantásticos Cumberbatch y Foy), como timoneles de un barco que en otras manos menos diestras hubiera naufragado en el abismo del ridículo, pero que en las suyas surca la mar embravecida con pasmosa habilidad, haciendo de esta peculiar travesía una experiencia sumamente grata, reconfortante y emotiva, en particular, para aquellos espectadores desdichados que han vivido bien de cerca los estragos de la muerte y a quienes, desde entonces, no dejan de perseguirles sus tormentos.

Historia sumamente interesante (encima, basada en hechos reales) que encierra una carga, un tremendo lastre con el que carga laboriosamente a cuestas, a saber, un guion errático. Su dispersión narrativa desconcierta desde el principio. Lo último de David O. Russell es un popurrí exótico engalanado con actores de postín. Intriga de ritmo distendido, cierto, pero no invita al tedio por mérito de un reparto atinado que te mantiene enganchado (Christian Bale ofrece una buena interpretación). El fondo, la historia real, es novedoso y llamativo.

Al final, ¿qué nos queda? Un mero pasarrato que, de una forma peculiar, nos presenta una historia que -quizá- merecía una mejor película. Con todo, no está nada mal y la ambientación de época se encuentra conseguida.

Neil Marshall, director irregular donde los haya, pero con indudables fogonazos de talento (véase la laudable "The descent" o la simpática "Centurión"), nos muestra en "The Reckoning" su versión más apática, abúlica y sosa como director. No juega a su favor que la protagonista y productora del filme, Charlotte Kirk, haya decidido ir divina de la muerte durante todo el metraje. Esto último no es broma ni tampoco una exageración. Con independencia de que sea flagelada y torturada de las peores formas imaginables por la mente humana más enfermiza, en cada plano la señorita luce fetén. Miss Mundo del medievo parece salida de una pasarela de moda, lo cual inevitablemente te sustrae de una película cuyo eje central precisamente es la tortura física de la protagonista y su derrumbamiento, tanto mental como espiritual.

Lo anterior podría tener un pase, pero "The Reckoning" adolece de otro irremisible y flagrante defecto, esto es, su pulcritud formal, su nitidez, su imperdonable falta de cochambre. En una historia contextualizada en la Edad Media, en plena peste bubónica, resulta impensable concebir tanta limpieza, tan poca enfermedad, salud a raudales, por doquier, están todos como robles... Un descuido que, ya sea por insuficiencia presupuestaria o por simple dejadez de los implicados, pone de relieve lo artificial del conjunto. La recreación de esa lúgubre y aterradora época caracterizada por la peste negra que asoló y aterrorizó a Europa debería ser uno de los aspectos más cuidados de la presente propuesta, uno de sus principales pilares, no obstante, fracasa de forma estrepitosa en ese punto.

Con todo, incluso con la mala actuación de su modelo protagonista y la paupérrima ambientación, la cosa sería más o menos salvable si fuera divertida de ver, diese miedo o ambas cosas a la vez. Por desgracia, ello no es así, siendo "The Reckoning" un tostón deslavazado que se encuentra en el limbo y carga con el pesado lastre de la indeterminación, sin pertenecer a ningún género en concreto, pues Neil Marshall jamás encuentra el tono adecuado. En ningún momento queda claro qué historia pretendía contarnos. No es una película gore (no tiene nada en ese sentido), tampoco es de terror (las escenas del demonio -escasas- desentonan una barbaridad y parecen fragmentos de otra película), ni siquiera es una de venganzas. Si acaso es un muy mal drama que los de marketing lo han querido encuadrar en el género de terror con calzador, utilizando al decadente Neil Marshall como reclamo publicitario por si algún incauto picaba de esa forma.

En resumida cuenta, mala, sin más. No merece la pena, a pesar de su impactante y prometedor trailer. No es de extrañar que no haya sido editada en España y que, en su momento, pasara sin pena ni gloria por festivales de cine.

Sueño húmedo. Fantasía lúbrica de generalísimos desquiciados y estados dictatoriales. Desde Rusia, con amor, Nikolai Pigarev nos trae el remedio para una manifestación, el opio para el pueblo, el antídoto con el que soterrar las voces disidentes. ¿El qué?, os preguntaréis muy probablemente, con ansia, deshambridos, con vuestros voraces apetitos, dispuestos a engullir las respuestas que resolverán los grandes misterios de la vida, el universo y todo lo demás. Pues el remedio con el que acallar las protestas populares es, ni más ni menos, que... ¡¡una plaga de zombies!! La zombieficación masiva como cura al libre pensamiento. ¡Larga vida al aborregamiento masivo!

¡Qué locura! ¡Qué jolgorio! Un festín del ridículo que no tiene parangón. Mala de solemnidad. Comedia involuntaria, serie z voluntariosa, en vena, pero, oh là là, de la carroña, de esa miasma que desprenden los infectos primeros cuarenta minutos emerge un personaje antológico, un mesías, un siervo de Dios, imperial, demencial, épico y glorioso. Agua bendita para el espectador moribundo. El personaje del cura es el alma de "Metelesta". Él es el faro que alumbra el camino y nos guía en mitad de las tinieblas. Un robaescenas de libro, insuperable. Tan pronto como cobra cierto protagonismo la película se eleva, vuela, y el divertimento está servido. Memorable regüeldo bizarro. Impagable cómo el cura empuña el hacha y se abre camino entre su rebaño a hachazo limpio, con las cabezas siendo separadas de sus troncos correspondientes... Virgen santa, ¡si es que no se salva ni el apuntador!

De haber sido el cura el protagonista absoluto, nos encontraríamos ante todo un clásico del cutrerío casposo. Y si encima el personaje del aspirante a político-revientazombies lo hubiese interpretado Vladímir Putin, ya estaríamos hablando de una jodida obra maestra.

Amén.