Una película que se hace lenta hasta la extenuación, y que además va decayendo rápidamente desde el inicio (que promete algo) hasta un final en el que se precipita a lo más bajo.
Una peli de acción con trasfondo policíaco sin el más mínimo interés (el protagonista no corre ningún peligro ni es amenazado por nadie, y sólo es perseguido realmente por una inverosímil pareja de policías tipo serie americana que no sabemos si se acerca a él para detenerle o para darle buenos consejos). Qué fácilmente podría haberse incrementado la tensión si en un momento determinado los mafiosos sanguinarios hubieran sabido quién tenía el dinero de verdad, y éste hubiera corrido algo de peligro real, ante el cual se hubiera cagado de miedo... Pero no, los mafiosos y delincuentes se matan entre ellos, dejando a salvo en todo momento la integridad física del inofensivo filósofo de pacotilla.
Una fábula muy, muy didáctica, con una curiosa moraleja según la cual los chicos que han leído a Kant hacen bien en robar dinero, defraudar impuestos y tener una fortuna en paraísos fiscales, y no importan las consecuencias de sus actos, siempre y cuando den una parte de sus enormes riquezas a los pobres que son amigos suyos para poder sentirse así buenos y caritativos. Qué malo es el dinero pero qué bien les viene al filósofo repartidor y a la prostituta de lujo, unidos para siempre por su amor incondicional a los más desfavorecidos.
De vergüenza ajena hasta tener que apartar la mirada de la pantalla varios momentos situados hacia el final de la película. El que más: cuando todos, hasta los policías, terminan guisando y cortando verduras en juliana para los pobres del albergue, mientras discuten las implicaciones sociales de su trabajo, etcétera. Pero también ese momento en el que la pareja protagonista regala la casa al amigo que siempre quiso tener una vivienda propia, donde parece que la cámara intenta captar la emoción del instante haciendo ver lo buenísimos que son ellos y lo agradecido que les está el pobre.