Puede que sea la peli más mentirosa del 2009, pero la vida también es una gran mentira que demuestra que el secreto de la felicidad no está en hacer lo que se quiere sino en querer lo que se hace.
Calzarse unas zapatillas al llegar a casa.
Comer chocolate negro.
Prepararse un té caliente.
Amar.
Y leer libros como la Elegancia del erizo de M.Barbery.

Si te gustan Frijolito y Pasión de gavilanes esta es tu película. Un film que desmiente el desinterés hollywoodiense por el cine europeo, la nueva película de Banderas es la versión anglosajona de Condemor, el pecador de la pradera pero con menos gracia y más acción. Para optimistas que quieran deprimirse.

La película se olvida de la aventura y el ritmo que destilan los libros de Pérez Reverte, para reflejar silenciosamente la decadencia de la España del XVII, el ocaso de un Imperio bañado magistralmente por la luz de Velázquez. Por cierto, echo en falta que esa luz tiña de rubio el cabello de Verónica de Alquézar, tal y como reflejan los libros.
En cuanto a los actores: Viggo Mortensen, y la cartografía de su rostro, están a la altura del espadachín que malvivía alquilándose a cuenta de otros, mientras que Ariadna Gil luce espléndida como maravillosa metáfora de un sueño perdido, de una dulce derrota. Y aunque es cierto que resulta un tanto pretencioso condensar cinco libros en dos horas y media (Limpieza de Sangre se pasa completamente por alto), asistimos complacidos a una buena lección de historia, que a estas alturas de película ya es mucho.

Dice Julio Medem en una entrevista que cuando se dispone a contar algo lo hace en clave, que nunca tiene certezas y cuando las tiene sospecha enseguida. Quien haya visto sus películas entiende perfectamente las palabras del director. El espectador tiene un papel activo en su cine, está obligado a partcipar de las sensaciones de los personajes e interpretarlas. El cine de Medem no pretende ser una certeza absoluta, si así fuese no existiría ni la poesía ni su cine. Los Amantes del Círculo Polar sin renunciar a estas premisas es la película más asequible para el espectador, más cercana en lo onírico, y lo es porque habla de un sentimiento universal en sus matices, cargado por si mismo de connotaciones mágicas, de sensaciones irreversibles, habla de amor…Un amor lejos del almíbar, tremendamente frío en su desesperación. La película contiene todos los ingredientes del romanticismo literario del XIX, el subjetivismo proyectado en las diferentes visiones que tienen de la historia los protagonistas Otto Y Ana, la frustración de una pasión cargada de espera y soledad, la fuga del mundo circundante que se materializa en el viaje a Laponia, el nacionalismo presente ya en Vacas, la naturaleza que como en los cuadros de E. Hopper el hombre intenta dominar infructuosamente con signos de la civilización (el avión de Otto es un ejemplo).
El director juega maravillosamente con el tiempo y la casualidad, es más toda la película se mueve motivada por el azar. Pero de un modo engañoso porque viene predeterminado, los hechos que se suceden no son más que repeticiones: las muertes, la foto del reno, el paracaidista y el árbol, el autobús rojo. Como un pez que se muerde la cola, es difícil aceptar que este maravilloso Círculo se cierre en algún momento cuando parece que gira sobre si mismo sin parar y que el azar no es tal cuando se busca. El amor no surge de la necesidad sino de la casualidad. Un imprescindible viaje de ida y vuelta que se lee igual del derecho que del revés, como los nombres de sus protagonistas (Otto y Ana) y su director (Medem). La vida en capicúa.

La librería Shakespeare and Company es un pequeño milagro en medio de la ciudad de la luz. Y eso no es poca cosa. Una vivienda con sus habitaciones, fregadero y camas incluidas, tapizadas de libros usados con estanterías dobladas no se sabe muy bien si por el peso de las letras o la humedad del Sena que enamora desde fuera a las páginas gastadas como si de un vecino insolente se tratase. En este lugar mágico empieza una historia, que contradice una vez más, eso de que segundas partes nunca fueron buenas.
En menos de hora y media la cámara escribe una de las más bellas y sinceras historias de amor que nos ha regalado una pantalla de cine en los últimos veinte años. Un libro digno de adornar las estanterías antes mencionadas.
La película transcurre casi en tiempo real, apenas unas horas donde los protagonistas de Antes del Amanecer se encuentran diez años después para pasear y hablar de historias pequeñas, motas de polvo transparentes a la luz del atardecer, cosas intranscendentes a simple vista pero tan grandes e inabarcables como una galaxia. Romper con la soledad, escuchar a la vida y a los sueños, cumplidos y rotos, mirar al futuro con una sonrisa, mientras la brisa de París nos da en la cara, es lo más parecido a ver esta obra de arte. Y contemplamos atónitos como los protagonistas somos nosotros, una generación con 30 años a la espalda, decepcionada e ilusionada al mismo tiempo, demasiado racional y responsable en sus actos.
Lo más increíble del film es que aunque los diálogos son insuperables, como una buena taza de té que nunca te cansas de saborear, Antes del Atardecer podría ser perfectamente una película muda y no perder un ápice de su interés. Las miradas y gestos, sobre todo de Julie Delpy, son poemas a la altura de muy pocas actrices. Siempre nos quedará París.