La película de Ben Younger carece en todo momento del dramatismo necesario para narrar la épica del boxeo. Los combates resultan anodinos y, si ya nos han contado muchas historias de superación, esta no aporta nada.

La película resulta precipitada a pesar de su metraje: 116 minutos en los que, sin embargo, no vemos el ascenso a la fama de un ídolo creíble, y ni en el momento álgido de su carrera, ni durante su (breve) recuperación, da Miles Teller la talla para mostrarnos un personaje con profundidad, si bien un guion extramadamente plano tampoco ayuda a ello. No hay personaje más allá del boxeo: no hay conflictos interiores, familiares ni sentimentales. Tienes la impresión de estar contemplando un telefilme con muy buena factura.

Lo mejor: Aaron Eckhart en el papel de entrenador, una interpretación sobresaliente de la que se podría haber sacado mayor partido.

Esta nueva adaptación de la obra de Shakespeare cuenta con el discutible privilegio de ambientarse en una en una moderna, fantástica y poco creíble Verona, donde la enemistad entre las familias Montesco y Capuleto se asemeja a una disputa entre bandas rivales y las espadas han sido sustituidas por pistolas con iconografía religiosa.
Convierte a los Montesco en unos ridículos gangsters enfundados en ropa negro y a las Motesco en unos horteras tipos vestidos con camisas Hawaianas, habiendo que destacar a un Mercucho transformado en Drag-Queen.
Con esta horrible escenografía y personajes la mayoría de las escenas rozan el esperpento, preguntándote durante toda la película si es una adaptación serie o una sátira de la obra.
La música presenta una gran importancia acompañando especialmente las escenas de acción y orientada, como el resto del largometraje, a un público juvenil, y buscando aportar grandilocuencia donde la imagen no lo consigue.
La moderna propuesta no altera los escritos de Shakespeare, siendo estos lo único que mantienen a flote la película, pues si bien en muchos casos resulta grotesco ver a estos modernos y caricaturescos personajes hablar como si estuviesen en el siglo XVI, es en los diálogos de los dos enamorados cuando los textos muestran su atemporalidad y logra transmitir el romanticismo y la emoción que se espero de Romeo y Julieta. Es también en estos momentos cuando la atronadora banda sonora de la película da paso a algo más apropiado para la ocasión e incluso la puesta en escena parece someterse a la belleza de las palabras y se amolda a lo que ellas necesitan.