Hace un par de días, tuve la oportunidad de descubrir que programaban por la televisión una película de terror clásico, Víctor Frankenstein. Lo primero que se me ocurrió es ver que opinaba la crítica sobre esta cinta, y la leí.
La crítica opinaba que la película era lo que habitualmente y en lenguaje coloquial denominamos "un truño".

Debo confesar que por el respeto que se suponía hemos de tener a los entendidos en una materia, intuí que la película sería una calamidad... un engendro como la llamaban... pero como amante del cine, incluso director de un largo de terror clásico no comercializado, necesitaba ver el truño... si ello era soportable.

Llegó la hora... Empecé a planear actividades paralelas a mi previsible sesión cinematográfica de bajo perfil. Debía protegerme contra "el truño".
Empezó la película... debían ser los priimeros minutos únicamente... ya que poseía un ritmo, una pasión, y un sentido del espectáculo, (sin basar todos estos contenidos en burdos efectos especiales exclusivamente como a veces ocurre en otros filmes), francamente geniales. Bueno... tendría paciencia... el truño no tardaría en aparecer, y yo estaría ahí atento cuando llegara. Media hora... cada vez mejor... 1 hora... hermosísimos matices de todo tipo, sobre la amistad, el amor, la pasión, la muerte, el arte, la incomprensión... Pero aún quedaba algo de película... el truño sería el final seguro... y finalmente termina la película... e inconscientemente paso a hacer mi propia valoración del film:una película sencillamente extraordinaria, de las mejores que recordaba en su género, a la altura del Drácula de Fisher, o el hombre lobo que protagonizó más frecuentemente Benicio del Toro, y entonces sí... comprendí lo que había pasado: el truño era la crítica.