Una de las magnun opus de la cutrez y la cochambre. Esta no es una de esas películas malas con las que te ríes en un par de escenas y soportas el resto. Samurai cop está repleta de detalles que hacen dudar si el engendro fue deseado o realmente se quería hacer algo serio.

No se queden ahí, señores y señoras, pasen y vean a uno de los protagonistas más histriónicos que haya podido dar el cine de acción de los ochenta (decir que pone una cara distinta en cada escena parece poco), no sólo eso, el chico además es experto en cultura japonesa, deléitese descubriendo lo qué es el kárate o una katana. ¿Le cuesta a usted ligar? Pues atento porque también imparte el curso de ligoteo con frases de 0’60, una colección de recursos que en el mundo real supondrían una orden de alejamiento. En este apartado se nota la influencia de Amir Shervan escribiendo los diálogos cuando apenas dominaba el idioma, la película está plagada de frases mal construidas que los actores no se molestaron en corregir, “pa’ lo que me queda en el convento, me cago dentro” debieron pensar.

Mención aparte merece el montaje, con continuos cambios de escenario, incluso en la misma escena, y una narrativa que casi cuesta seguir pese a que el argumento se puede escribir en una servilleta. Todo esto aderezado con furgonetas cargadas de cocaína que explotan al menor impacto, coreografías de lucha que parecen propias de niños en el patio imitando a los Power Rangers, balas que se esquivan con un leve movimiento de cabeza y el plato fuerte… Sexo, multitud de escenas de sexo que el mismísimo Pajares daría por excelentes, incluyendo algunas bochornosamente largas.

En fin, un chorongo altamente disfrutable en estado alterado de conciencia, un reto para la mente, tanto buscando todos las cutreces que esconde como descifrando la trama. Disfruten o vomiten.

Normalmente el proceso para realizar estas tiburonáceas obras consiste en hacer girar dos bombos repletos de papelitos con los conceptos en los que se basará la película, en el primero sólo se encuentra la palabra tiburón, en el segundo cualquier cosa que se te ocurra. Han sido muchos años de tradición respetando este proceso, lo que nos ha permitido disfrutar de mogollón de truños de lo más disparatados: tiburones de hielo, de la arena, de fuego, de las lentejas a la riojana… Sin embargo, esta vez Mark Atkins ha querido innovar. La película sigue la estela que el mismo dejó en “El planeta de los tiburones”, es decir, el mundo de “Waterworld” pero infestado de nuestros escualos favoritos.

Nuestra aventura comienza cuando el “señor de la guerra”, un malo maloso que controla a los tiburones rapta a una chica cualquiera, en clara alusión a “Centauros del desierto” (me gusta imaginar que el director tiene referentes muy grandes). Por supuesto, esto causa indignación en la comunidad local. Y ya está, en apenas unos minutos ya tenemos a nuestros particulares cenutrios de los mares decididos a desfacer este entuerto.

Los efectos siguen siendo lo más salchicheros que se puede imaginar uno, (estoy convencido de que los planos aéreos los hacen con el Age of Empires I). Aun así hay una buena cantidad de atrezzo, algo no tan habitual, por supuesto, comprado con las vueltas del pan y diseñado con los consejos de Art Attack. En cuanto a la labor actoral se ve una clara mejora respecto a jolgorios tiburonáceos anteriores, veo auténtica pasión en esas actuaciones que aprobaría el mismísimo Fernando Esteso, el método Stanislavski ha llegado a Asylum.

La historia no llega a ser aburrida del todo, como siempre, se recomienda ingerir estos truño en un estado alterado de consciencia al menos tan grande como el de Mark el día que escribió el guión, si además lo haces acompañado para podrás sacar el máximo partido a esta maravilla de la cutrez.

Los vampiros, los cuatro o cinco, de Gran Bretaña se reúnen como las brujas de Roald Dahl para discutir de sus cosas de chupasangre: que si el forro de los ataúdes ya no dura tanto como antes, que si las dietas modernas bajan la calidad del plasma… total, que en estas por motivos desconocidos, pero que son lo de menos, alguien intenta aguarles su fiesta del tupperware.

Película hecha con las vueltas del pan, y les sobró para un par de chicles, aun así goza de de unos efectos decentillos y de una dirección bastante notable, sobre todo en las escenas de más acción. Lo malo es que estas escenas llegan bien pasada la primera mitad, hasta entonces el ritmo brilla por su ausencia. Además durante el desarrollo se espolvorean algunos puntos de humor de efecto muy dispar yendo desde los reguleros a los flemáticos, ni fu ni fa.

La guinda del pastel sin duda la aporta el final con tomas falsas, los nostálgicos de los ochenta se volverán locos pero algo que debería estar prohibido por ley a estas alturas.

Si obras como estas hacen olvidar poco a poco los vampiros brillantes y cariñosos habrá merecido la pena.

En este mundo en el que ya todos, o casi todos, logran buenos efectos y maquillaje zombi y sobresaturado de historias malas o manidas hasta la náusea de vez en cuando surgen pequeños halos de esperanza.

La historia comienza con Melanie y otros niños de aspecto peculiar dando clase en un extraño búnker. No contaré mucho más porque su gran virtud es que hace al espectador preguntarse continuamente qué está pasando durante al menos la mitad del metraje a pesar de que estemos en un terreno a priori conocido, tiene mucho mérito que una peli de zombis haya una pregunta que supere al clásico y simple “¿Cómo comenzó la plaga?”.

Aunque la historia se deshincha un poco durante su segunda mitad, apetece saber un poco más sobre ese mundo, se siguen desgranando detalles muy interesantes y ampliando su imaginarium propio. Además llega a sorprender en bastantes puntos, posee unas actuaciones convincentes, muy especialmente la de la niña (Sennia Nanua), que hacen sentir la angustia y urgencia de los personajes.

Como no todo el monte es orégano, hay que añadir que la película cojea un poco de terror, sólo unas pequeñas píldoras diseminadas a lo largo de la trama, aunque bastante bien compensado a base de suspense y una fotografía muy digna a la hora de mostrar un posible mundo postapocalíptico.

En definitiva, una buena película para cualquier espectador pero que el amante del género va a disfrutar enormemente.

Un pueblerino pasea con su ranchera cuando decide desprenderse de un barril con residuos tóxcos (las posibilidades de que esto sea un crossover de “Zombies Paletos” son máximas). Al mismo tiempo en un lugar cercano, un científico trabaja con una peligrosa sustancia, ¿cómo sabemos que es científico? Lleva bata y trabaja en una habitación vacía en la que sólo hay una mesa con algunas cosas de cristal y un microscopio, lo que viene siendo un laboratorio en ningún lugar nunca en la historia.

Ya tenemos el apocalipsis desatado ¿de dónde salen los zombis? No se sabe. ¿Qué tipo de lugar es ese en el que se juntan “científicos”, granjeros y algún despistado? Tampoco se sabe. Qué narices, no sabemos nada de nada, ni siquiera lo más importante ¿dónde está el Bigfoot que nos prometieron (a.k.a. señor con un disfraz de Caramelos Paco)? No sea impaciente, pequeño consumidor de diarreas fílmicas, ya llegará. Mientras puedes disfrutar de actores suplentes en quinta regional, zombis desesperadamente lentos a los que podemos pillar riéndose en más de una ocasión y maquillados por estudiantes de primero de pinta y colorea, efectos de tripas y sangre hechos con plastiquetes y témpera naranja y efectos de plastidecor hechos por ordenador (suponiendo que la Atari 2600 sea uno).

Tiene algo bueno, es bien cortita y puedes echar un ratillo en compañía contando las veces que un zombi se ríe o deja a la vista piel sin maquillar.