Desde el minuto uno, Louisa (joven entusiasta y sin mundo por recorrer) nos contagia con una sonrisa peculiar, su niñez y a la vez madurez de una muchacha que ha de ayudar en momentos difíciles a su humilde familia. Nos emociona con su predisposición y sus ganas constantes de luchar. Cuando conoce a Will Traynor, un hombre rico y tetrapléjico, su personalidad nos engancha todavía más a ella. Pese al pesimismo de él, Louisa, que intenta cambiar el mundo externo e interno de Will, se bate en una incesante guerra entre el amor, y el odio. Y no hablo del odio hacia él, sino el odio hacia todo lo que le ha llevado a estar delante suya.

Tras una hora y cincuenta minutos, no he podido resistir las lágrimas. No sé si por el final acogedor, por la trama estremecedora, o por la gran cantidad de metáforas y de enseñanzas aplicables a la vida diaria de cualquier persona, que se esconden tras apenas dos horas de un film.
Nos enseña que en ocasiones el dolor no puede ser anestesiado con amor, pero que sin embargo, pequeñas dosis de amor en la vida nos anestesian dolores de corazón, lo cual es contradictorio, ¿verdad?

Sea como sea, es una película maravillosa, que se centra en la emoción que ha de sentir el espectador y no tanto en un guión complejo, o propio de películas de acción.