Estamos acostumbrados a que el dinero lo puede todo.

Pero hay excepciones como la de la tribu Osage, que después de ser desplazada de sus tierras originarias por el gobierno del tío Sam a otras más pobres en Oklahoma, por una ironía del destino encuentran petróleo en su reserva y se hacen inmensamente ricos.

E inmensamente desgraciados.

El dinero no estaba en las manos adecuadas, esto no formaba parte del guion social de Estados Unidos de aquel entonces (y quien sabe si tampoco del de la actualidad).

Así que mil moscas blancas acudieron a la reserva a parasitar a los nuevos ricos indígenas.

Y también “benefactores” como William Hale (Robert DeNiro) para “ayudarles” a gestionar sus riquezas.

Entonces uno se da cuenta de que el dinero no es suficiente cuando el Sistema no te ampara.
Eres una oveja rodeada de lobos que no dudarán en hacer lo que sea, desde seducir y casarse con tus hijas hasta asesinarte, con tal de beneficiarse a tu costa.

Una historia bien narrada por el gran maestro Scorsese, que demuestra seguir en forma, a través del personaje Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio), un veterano de la primera Guerra Mundial sin muchas luces que acude a la llamada de su tío William Hale para formar parte de sus maquinaciones. Un tipo pusilánime, que poco a poco se ve abocado a un dilema moral entre el amor y la compasión por su esposa Mollie y el miedo y la codicia que le infunde su tío Hale.

Tanto DeNiro como DiCaprio brillan en pantalla como consumados actores que son, especialmente DiCaprio, que se luce en un papel complejo y lleno de matices que bien le podría merecer un galardón.

Pero la auténtica revelación aquí es Lily Gladstone interpretando a la mencionada Mollie. Digámoslo así, la brújula moral de esta historia. Ella se convierte en el estandarte de la dignidad de la tribu y la estoica heroína del film lastrada por un amor tóxico.

Un trabajo interpretativo brillante, muy contenido, capaz de decir mucho con una sola mirada o un mínimo gesto.
Sobre la polémica duración del metraje apuntar que, pese a que no me disgustan las películas contemplativas, creo que si lo hubieran acortado media hora la cinta habría ganado dinamismo, aunque si bien es cierto en ningún momento se hizo del todo pesada gracias al buen saber hacer de Scorsese.

De todos modos, comentar que la narración resulta en algunos momentos un tanto enmarañada debido al elevado número de nombres de personajes secundarios, aunque la idea general del argumento siempre queda clara.

Respecto a la factura técnica como las actuaciones del resto de actores de reparto decir que son más que correctas, si bien nada especialmente memorable.

Lo mismo decir de la BSO compuesta por Robbie Robertson, funcional y totalmente al servicio de la narrativa.
En resumen decir que es un film más que estimable, reivindicativo y que de nuevo vuelve a meter certeramente el dedo en la yaga de los pecados sobre los que se cimienta la sociedad estadunidense.

Una bendición dado los tiempos que corremos. Viva el cine.

Últimamente me ha venido a la mente esta película, especialmente la escena que cito en el título de esta reseña.
Y es que esta entrañable comedia ochentera de sobremesa, a pesar de ser una apología del capitalismo, tiene un puntillo subversivo que la hace interesante.

La historia es tan rocambolesca como sencilla. Monty Brewster es un mediocre jugador de beisbol que de improviso hereda la nada despreciable cifra de 30 millones de dólares de un tío rico que tenía por ahí olvidado.
Pero hay trampa, porque la herencia real es en realidad de 300 millones. Monty tiene que gastar los 30 millones antes de un mes o se quedará sin nada.
Naturalmente no todo puede ser tan sencillo. No podrá acumular posesiones, ni donar más de un cierto porcentaje a obras de caridad. Ni que decir tiene que tampoco puede contárselo a nadie.

Un trama digna de un reality show, vamos. Así que ahí tenemos al bueno de Monty derrochando a manos llenas ante el jolgorio y la estupefacción de la plebe.
A partir de ahí se van desarrollando una serie de situaciones de lo más delirantes y divertidas algunas de ellas. Resulta inevitable jugar mentalmente a ser Monty en algunos momentos.
Por supuesto, como mandan los cánones hay una historieta de amor y unos malos malosos encorbatados.

De todas formas, a pesar de su predictibilidad y de algún que otro bajón en el ritmo narrativo típico de las comedias ochenteras, resulta una película divertida y simpática.

Pero sin duda, el corazón del film es Richard Pryor, uno de los grandes humoristas de la década de los 80. Que sirvan estas líneas como homenaje a una de las caras televisivas más carismáticas de mi infancia. Esta crítica va por ti, Richard.

Nuestro troglodita favorito, Mel Gibson, alcanzó su mayor momento de gloria en 1995 cuando le cascaron 5 Oscars, ni más ni menos, por este cuento para niños de pelo en pecho.
Nuestro capitán cavernícola se calza el kilt de guerra, y a base de sentimentalismo barato y mucha sangre se gana nuestros corazoncitos revolucionarios.
El argumento es una especie de Payback a la escocesa (y es que con Mel no se juega).
Trata de un tal William Wallace, un culto políglota escocés, que en un día de furia ocasionado por el asesinato de su chorba a manos de pérfidos ingleses invasores, decide él solito derrocar al malísimo Zanconudo, rey de Inglaterra, y al mariconazo de su hijo (di que sí Mel, y aún le pasa poco, eres el rey de las sutilezas. Ver spoiler).
Naturalmente no está sólo, porque Obelix (su amigo de la infancia) y todos los escoceses de a pie hacen suya su desgracia y se unen a la revuelta popular. No te digo más que hasta el rey de Irlanda de incógnito se suma a las huestes vengativas.
Si no fuera por los cochinos corruptos de siempre, los nobles escoceses (políticos de época) otra gaita cantaría.
Mención especial para el cagao de Robert Bruce, que se pasa toda la peli pensando de qué lado está, y cuando logra aclararse las ideas, va y se ha acabado la fiesta.
Así que el tío se monta otra por su cuenta y sale un desastre.
Gracias a Mel también averiguamos como suena LIBERTAD sin intestinos. Le sale tan bien que hasta hace llorar a los propios ingleses.
En resumidas cuentas una película muy visceral, que se disfruta mucho si no se usa en ningún momento el Telencéfalo.
Mi recomendación es que si quieren ver una película más digna, de parecida temática, vean Rob Roy.

Hola criaturitas del señor. Pues sí, James Wan estrena peli. ¿Hay sustos? Sí ¿Está bien rodada y sabe crear una atmósfera de tensión? Claro que sí, es el p… James Wan! ¿Música chunga malrollera? Of course. ¿Hay algún tipo de profundidad psicológica? Ahí me habéis pillado. En verdad es una historia llena de clichés y bastante superficial (Ya sabéis: oscuridad, terrores infantiles, voces carajilleras, caras pálidas con ojos nazis deformadas en muecas amenazantes, muebles con más vida que los que salen en La bella y la bestia de Disney, electrodomésticos sin garantía que se estropean, esas cosas….)

Pero…¡Hey! ¡Sale un demonio! Uno que parece Marilyn Manson con hábito de monja y nombre de cromo futbolero.

Y también un jubileta fantasma en plan okupa que vota a Margaret Thatcher (Es muy probable que quisiera poseer a la niña para seguir votándola y así perpetuar a los conservadores en el poder. ¡No estoy loco! ¡Es una amenaza muy real!)

Ah, y Jack Skeleton hace un par de cameos… Por eso de que le han ofrecido hacer un spin off y tal… Porque lo de mejorar la Navidad como que se está poniendo muy cuesta arriba.

Y naturalmente no puedo olvidarme del matrimonio milenio 3. Unos incomprendidos. Quién no tiene un desván lleno de trastos chungos endemoniados y yogulado en el congelador. Quién no se cuelga un cuadro de una monja chunga de mirada asesina en su despacho. ¡Con lo que mejora el rendimiento laboral! Pero nada, la prensa siempre tan escéptica y borde.

Total, no sigo que si no a lo mejor suelto un spoiler de verdad. Como este (*)

Y alguno dirá: Wes, tienes razón y se quedará dormido entre hermosos planos de exquisita composición cromática y simétrica.

Desde luego no es esta una película fácil de ver. El célebre director, cada vez más radical en su estilo, apenas hace concesiones al espectador, a excepción de algún que otro gag visual y narrativo que es posible que arranque una sonrisa (las niñas, el muchacho desafío, la incorporación a una autopista que nunca existió, la persecución inacabable de polis y cacos, la máquina expendedora que vende terrenos, y otras muchas muchas más).

Pero eso no quita que el ritmo y la estructura narrativa sea desconcertante. Sumamente coral y plagada de estrellas, rompiendo constantemente la cuarta pared y navegando entre la ficción y la metaficción, este film parece rico en un simbolismo que nunca alcancé a comprender.

De nuevo está presente en sus planteamientos el duelo por la pérdida de un ser querido, amores juveniles, adolescentes genio, heridas del pasado, la familia… Pero todo extrañamente onírico y existencialista, pareciendo querer decir mucho sin llegar a decir nada. Una suerte de poema a descifrar que tal vez esté lleno de metáforas interesantes o quizá sea un paripé vacuo y caprichoso contado en una pseudopelícula que parodia clichés de los Estados Unidos de los años 50. El tiempo dirá.

Por lo pronto una marcianada con el sello Anderson.