Beavis y Butthead forman la pareja más cerda y macarra que nos ha brindado la MTV. El retrato perfecto de la sociedad adolescente americana de finales de los 90, casi extrapolable a cualquier época posterior. Absténganse de disfrutar de esta película los cerebros con patas, radicales defensores de ese humor elitista calificado de "inteligente": esta cinta herirá, con certeza, su sensibilidad. Entre tanto, el resto (el vulgo) seguiremos partiéndonos el culo con las situaciones, personajes y diálogos que se nos presentan (muy en la línea de la serie homónima) y venerando, eternamente, al dios Porculio, así como a su real ojete.
"¡Wooo!! Eh, Butthead, controla: esta pava dice que en Las Vegas hay muchas perras que tragan".
"Te quiero o algo. Ven con Butthead.. eeeh... je,je,je... estoy preparado para el amor".

Tenía mis reparos a la hora de animarme a ver Borat, sobre todo recordando el anterior trabajo de su protagonista en la horrible Ali G. Pero he de reconocer que me he reído a carcajadas y me he quedado con ganas de más.
Socarrona, fresca y entrañable. Aunque en el último tercio decaiga un poco, nunca me cansaría de ver la escena de la cena de parejas decentes y estiradas amenizada con los fallidos intentos por integrarse en una cultura compleja y ajena de ese estandarte de la espontaneidad y la incorrección política llamado Borat. Y no desvelo más.
Risas y entretenimiento asegurados.

El Ataque de los tomates asesinos es al universo freak lo que Beavis and Butthead a la Generación X o el Alex Kidd a los videojuegos de plataformas. Clásico indispensable, obra de consulta y objeto de constante referencia, veneración y amoroso escarnio. Absurda y sublime, cutre a rabiar. Cine de culto con creces y sin precedente. Indescriptible.

Ahí va un fragmento del tema principal de su sin par banda sonora (para la traducción buscaros la vida, oye):

“Attack of the killer tomatoes! Attack of the killer tomatoes!
They'll beat you, bash you, squish you, mash you
Chew you up for brunch and finish you off for dinner or lunch!
They're marching down the halls - They're crawling up the walls
They're gooey, gushy, squishy, mushy - Rotten to the core
They're standing outside your door!

Remember Herman Farbage while taking out his garbage
He turned around and he did see tomatoes hiding in his tree
Now he's just a memory!
I know I'm going to miss her - a tomato ate my sister (BUAJAJAJAJA)
Sacramento fell today - They're marching in San Jose
Tomatoes are on their way!"

Por favor, vedla.

P.D.: ¡Adoro ese cartel!

En la formación de la casi sistemática identificación, tan extendida en la actualidad, de la ciencia-ficción de los años 50 con la más cachonda cutrez han contribuido en enorme medida las nada desdeñables comedias involuntarias o auténticas parodias de la serie B de los años 60, 70 y posteriores, que para los más inexpertos en la materia por juventud o dejadez (entre los que por supuesto me incluyo), marcados a fuego con la indescriptible Plan 9 from Outer Space, constituyen las únicas referencias al género que conocemos. Al menos las únicas anteriores a Alien, que muchos consideran como la primera aproximación seria y atemporal del Cine a la cuestión de la vida extraterrestre. Pero nada más alejado de la realidad...

Quede por delante que El enigma de otro mundo (también conocida por muchos como La cosa)no es 2001: Odisea en el espacio (sería de locos medir todas las obras del género a partir de tal patrón). Pero si bien resulta prácticamente imposible experimentar el terror y la fascinación que provocó a sus primeros espectadores en su día, los que asistimos por vez primera a su visionado, casi seis décadas después de su estreno y sin demasiadas expectativas pero con el debido respeto a las limitaciones materiales y referenciales de otras épocas del Cine y cierta permeabilidad a los grandes logros de antaño al respecto, este estupendo enigma llegará a sorprendernos con la seriedad demostrada en la cuidada elaboración de sus planteamientos y a admirarnos con su vigente capacidad para producir intriga y mantener en todo momento nuestra atención en todo lo que acontece (especialmente en uno de los puntos más fuertes de la película: las teorías del doctor Carrington); para entreteneros y a la vez hacernos reflexionar un poco... para ofrecernos muchísimo más de lo que pedimos y dejarnos boquiabiertos y desarmados de argumentos justos, meditados y consistentes, capaces de cuestionar la calidad y seriedad de una de las obras más influyentes del género.

Y ya como mera curiosidad podremos percatarnos de que, si bien el remake de Carpenter era todo él un alargado anuncio de whisky JB (con no menos escandalosas alusiones a la factoría Windows), en esta ocasión la RKO tampoco se cortó mucho en meter en al menos 6 o 7 planos (como en tantas otras ocasiones) la distintiva torre eléctrica que constituye su logotipo. Eso si omitimos la más que considerable posibilidad de que la presencia de las torrecitas de marras se deba una mera casualidad o, mejor aún, a la necesidad de dotar de verosimilitud los decorados. En cualquier caso, a diferencia del descaro al respecto de su sucesora, este supuesto ejercicio autopromocional fue realizado con discreción y (¿por qué no?) pertinencia, cosa que se agradece.

Buffalo 66 arranca con la personal odisea de un Vincent Gallo recién salido de prisión y muy elegantemente calzado en busca un lugar adecuado para hacer un pis. El chico es pudoroso y discreto (como recordarán aquellos que hayan visto The Brown Bunny), así lo demuestra su calzado, y no parece dispuesto a sacarse la minguilla en cualquier esquina pestilente. Así llega a los escusados de una academia de baile y, tras un último intento de descarga frustrado, rapta a una que pasaba por allí, la lleva hasta el coche, y la fuerza a conducir hasta la casa de sus padres, donde deberá fingir ser su modélica esposa. De camino acaba meando en un árbol, en plena calle. Eso sí, tomando mucho cuidado de no salpicarse el calzado.
A partir de este punto la película se convierte, contra todo pronóstico, en una ácida y entrañable fábula sobre la dependencia y el amor, llena de momentos mágicos. Y aunque el protagonista se comporta como un hijo de la gran puta la mayor parte del tiempo, inexplicablemente acabas deseando que por fin le vaya bien en la vida.

Escenas estrella (casi todas):
- La del hogar familiar, donde se presenta a los esperpénticos progenitores del chico: ambos extremadamente incomunicativos, egoístas, fríos, negligentes, totalmente desinteresados por la angustia de su único hijo y sus intentos por agradarles y fabricar normalidad a partir de la nada. El colofón es el número musical del padre
- Las de la bolera: En realidad, exceptuando el momento en que abren la taquilla, son de las más flojas (la coreografía de la Ricci no transmite, eso lo sabe hasta el jurado de Fama), pero tenemos la oportunidad de ver momentáneamente al héroe luciendo un calzado distinto, bastante menos glamuroso que el habitual.
- Wendy Balsam vs. Wendy Balsam en el restaurante: donde sigue perfilándose la fragilidad del chico, y la chica da por fin muestras de tener sangre en las venas.
- La secuencia del motel de cabo a rabo, aunque no aparece en plano el calzado. Una pena.
- Confirmación: La acción dentro del bar, en slow motion y a ritmo de la parte instrumental de Heart of the Sunrise, una de las mejores canciones de todos los tiempos. Momento de aparcar definitivamente los sarcasmos, los prejuicios y el recelo (con respecto a Gallo, al cine independiente, lo que sea...), de callarme la bocaza y aplaudir desarmada, creo que incluso emocionada. Y con la empatía al 200%.
- Desenlace.