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España España · Sevilla
Críticas de Atlantis
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Críticas 27
Críticas ordenadas por utilidad
8
15 de marzo de 2011
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno no puede evitar pensar mientras contempla el peculiar viaje del señor Straight (con una sonrisa imborrable durante todo el metraje) que, en cada una de sus paradas en los arcenes de la larga ruta desde Iowa hasta Wisconsin, el anciano nos está regalando lecciones de la vida.

Lecciones desde la experiencia que hablan de la familia, de la integridad, del pasado doloroso y del perdón. El suyo es un viaje a lo más profundo de su propio corazón, y lo hace de la única forma que puede hacerse: solo. Solo, aunque ayudando y dejándose ayudar por los que le rodean. Cada parada le supondrá una experiencia sobre la vida, bien una en la que sabrá aportar su propio conocimiento o bien una que le resulte tan imprevisible como le podría resultar a cualquiera, porque a ninguna edad se está exento de descubrir cosas nuevas.

Especialmente inspiradora es su breve charla con los jóvenes ciclistas, en los que da una demoledora sentencia sobre la fugacidad de la juventud y los fantasmas de la vejez. Al viejo, los ojos cristalinos de un conmovedor Richard Farnsworth, le harán volver atrás en el tiempo y sentir nostalgia por el tiempo que fue. Al joven que comprenda el mensaje, le hará entender que es momento de vivir la vida, y que ya llegará el momento de ser viejo y recordar lo vivido. Al que se encuentre en medio, le hará pensar que debe aprovechar mejor cada instante.

David Lynch nos hace pensar, sí. Pero en ningún momento desde el aleccionamiento, ni desde la pretenciosidad. Ya el propio vehículo escogido para el periplo de Alvin (un cortacesped de segunda mano) dice mucho de las intenciones: un viaje sencillo, una historia sincera (que le vendría mejor que "verdadera" al título en español), de un hombre, ya en la recta final de su vida que, literalmente, se levanta desde el suelo y emprende un camino.
Atlantis
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6
23 de noviembre de 2010
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como thriller funciona. La historia está bien contada, mantiene enganchado, entretiene. Incluso se podría hablar de un antecedente de Munich (Steven Spielberg), rodada solo un año después. Comparándolas se ven similitudes hasta en la banda sonora; claro que, presupuesto aparte, el talento con el que Spielberg filmó esa obra maestra del thriller de acción arrolla esta cinta, más modesta en todos los aspectos, sin que esto desmerezca su calidad.

Lo que sí lo hace son las divagaciones político-históricas en las que el relato se introduce, especialmente en su parte final, con teorías conspiranoicas de veracidad dudosa. La reflexión, además, le queda grande y los momentos donde se pretende tal, chirrían, dando lugar al subrayado excesivo del fanatismo de ambos bandos, privándolos de toda lógica, como si fuera una pelea de niños -como la incoherente evolución del Inspector Ricardo (no obstante, interpretado por un creíble José Coronado), con pretensiones dignas de supervillano de comic-.

Eduardo Noriega aparte, limitado y poco expresivo, encontramos algunas interpretaciones mejores que otras, destacando la del citado Coronado, la de Santiago Ramos y la breve aparición de un sorprendente Jorge Sanz.

Lo mejor, como decía, es la buena mano con la que el director desarrolla un thriller de ritmo impecable y con esa necesaria sensación de peligro constante, dentro de una España en los '70s ambientada perfectamente, entre convulsiones políticas, atentados terroristas, con los grises repartiendo estopa y con carreras por las calles al ritmo de Deep Purple... Ehh... No, realmente este último detalle le sobraba.
Atlantis
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7
24 de octubre de 2010
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque sean evidentes muchos de los defectos de esta película, el propósito del director se cumple con creces y, en este caso, es un propósito de carácter más estético que argumental: homenajear el clásico musical hollywoodiense. La historia bien importa poco y eso afecta negativamente al ritmo dramático, ya que las tramas de los personajes van y vienen, aparecen y desaparecen, al antojo de un Woody Allen más interesado en resaltar lugares, personajes o temas que le interesan (Venecia, París, Groucho Marx, el cambio estacional en Manhattan...), que en construir una verdadera y sólida trama entre de relaciones entre personajes. En este aspecto sólo consigue atrapar el triángulo de amor-desamor entre Joe (Allen), Steffi (Goldie Hawn) y Bob (un muy divertido Allan Alda, como es habitual). El resto de las tribulaciones familiares son anecdóticas, aunque se permite introducir cuñas como una poco disimulada crítica al pensamiento conservador, encarnado en Scott (Lukas Haas), hijo de Bob.

Pero el gran error de esta película se encuentra, precisamente, en los números musicales, teniendo en cuenta que, dentro de una comedia musical, las secuencias cantadas deberían llevar un gran peso argumental. La mayoría de las escenas musicales no sólo no hacen avanzar la trama, sino que más bien la entorpecen, aburriendo (como el interminable baile a lo Groucho), llegando al ridículo (como el baile de los fantasmas) o símplemente por lo relamido de la canción o la puesta en escena, como toda la relación entre Skylar (Drew Barrymore) y Holden (Edward Norton). Y si la pretensión del musical no era la de avanzar la trama sino la de recrearse en las propias secuencias musicales, el conjunto tampoco resulta acertado por esas razones.

Pero no sería justo tildar a esta película de fallida o mala, ya que existen en ella elementos que denotan su calidad, empezando por el propio riesgo de tal propuesta. Poner al servicio de una comedia musical el repertorio temático de Woody Allen no es tarea fácil. La nostalgia y la dureza que suelen desprender sus películas (tanto las puramente dramáticas como las cómicas) se ven adaptadas al ilusorio e ingenuo estilo del musical clásico, con ese regusto especialmente positivo y vitalista que dejan. De esta predisposición emerge la mejor secuencia de la película, el mágico baile a orillas del Sena entre Steffi y Joe, donde el propio Allen se presta al baile y al cante, dentro de sus limitaciones pero con un entusiasmo que es de agradecer.

Pd. No siendo yo un detractor (ni un fan) de Julia Roberts, cabe comentar que su presencia es totalmente prescindible y anecdótica, no aporta nada resaltable y cualquiera podría haber hecho su papel. Lo mismo comentar, aunque su personaje es más que secundario, de una de las primeras interpretaciones de una jovencísima Natalie Portman.
Atlantis
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7
9 de noviembre de 2010
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el cine de Woody Allen, el entorno condiciona el comportamiento y las actitudes de los personajes. Teniéndonos acostumbrados al psicoanálisis de la clase media neoyorquina y, en menor medida, al esnobismo londinense, es normal, hasta cierto punto, que se levantarán voces preguntándose en qué se había convertido su cine. A simple vista la película difiere en cuanto a estilo de casi todo lo anterior (aunque no tanto), pero es que el entorno lo requería, o más bien la visión de este entorno particular, el Mediterráneo, que Woody Allen guarda.

Bien es cierto que se trata de una visión romántica algo tópica y trasnochada, en la que la guitarra española casi provoca orgasmos a la estirada Vicky (Rebeca Hall) y que el arrebatador artista bohemio, Juan Antonio Gonzalo (Javier Bardem), consigue también lo propio casi con solo mirar a la soñadora Cristina (Scarlett Johansson). Pero pasando por alto estos detalles, meramente artísticos y circunstanciales, la película se adentra en los mismos tejidos ideológico-reflexivos por donde se pasea el cine de Woody Allen desde hace más de 30 años. Y lo hace con calidad, con mucha calidad.

La película nos habla de la insatisfacción en la pareja y el cambio radical -en este caso, traumático- como vía de escape, al igual que la experimentación, casi artística, en cuanto a las relaciones amorosas. El arte también se filtra en el entramado amoroso, la condición del artista que tanto gusta al director de representar, esta vez concretamente en la pintura y el arte contemporáneo.

Contada la historia a través de un narrador que realmente sobra, llevada a través de música de guitarra y una bella fotografía de Javier Aguirresarrobe, la historia se parte en dos y pasa de una comedia de enredo ligera a un verdadero drama pasional a través de una llamada de teléfono nocturna que despertará a Juan Antonio y a la película en general. En este momento toma protagonismo Penélope Cruz, que fue justamente reconocida y que compone a una María Elena que es pura pasión, arte en movimiento. Se lo cree y nos lo hace creer; parece que haya nacido para este papel. Sus duelos con Juan Antonio, mezclando castellano e inglés (indispensable ver la versión original, por supuesto), aparte de conservar esa chispa del diálogo incisivo y mutuamente crítico en el que Allen ya se inició con Manhattan, desprenden paradigmáticamente ese torrente de emociones exaltadas, esa visión con la que el director, y la mayoría de la sociedad anglosajona, ve a la cultura mediterránea. Y lo hace tan bien, que hasta los de aquí nos lo creemos. A ver si va a ser verdad...
Atlantis
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7
4 de noviembre de 2010
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"Melinda y melinda" reflexiona sobre los géneros cinematográficos del Drama y la Comedia, perfectamente combinados en las mejores películas del director. Pero, en esta ocasión, en lugar de contar una historia con acontecimientos dramáticos y situaciones cómicas, decide contarnos dos historias, una dramática y otra cómica. De esta división surgirán los problemas de la propia propuesta cuyas intenciones son captadas pronto y cuyo visionado se limita a esperar cómo de trágica será una situación y cómo de divertida será la otra... lástima que ni una resulte especialmente intensa, ni la otra sea especialmente divertida, a pesar del buen intento de Will Ferrer (el alter-ego particular de Woody Allen en esta ocasión).

El director pone en juego dos historias superpuestas con un eje "en común", la joven de turbulento pasado Melinda. Alrededor de ella, una gran cantidad de personajes que llegan a confundirse, van configurando sus propias vidas, de las que muchas sólo se ofrecen pinceladas y se verán perdidas en la narración de ambas historias, como ocurre con el personaje de Lee (Jonny Lee Miller), interesante pero intermitente durante toda la película.

Woody, con esta película, nos habla de que todo depende del cristal con que se mira, pero el traslado de este estudio sobre las formas de manifestar artísticamente la vida a un relato cinematográfico no resulta totalmente satisfactorio. Sin ser una mala película (algo que no existe en toda su filmografía), esta bipolar propuesta pierde interés desde muy pronto precisamente por ese carácter ambivalente, por no centrarse en unos personajes y seguirlos desde el principio hasta el final. Su virtud da lugar a sus errores. Eso sí, estupenda muestra de cine de arte y ensayo.
Atlantis
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