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España España · Granada
Críticas de Kikivall
Críticas 2.035
Críticas ordenadas por utilidad
5
19 de abril de 2022
3 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un tal Rafi (Alfonso Sánchez), sujeto arruinado, se cuela en una montería de alta alcurnia, organizada por la Marquesa, que junta a toda la alta sociedad española para dar el pelotazo. Dentro está Fali (Alberto López), y juntos, descubrirán que la montería es diferente a lo previsto y que en su seno se está decidiendo el futuro de España.

El actor, guionista y director Alfonso Sánchez, también dramaturgo, triunfó hace una década y levantó un proyecto modesto con la descacharrante El mundo es nuestro (2012); vino luego El mundo es suyo (2018), algo más tópica y burda; todo lo cual acaba en esta chabacana comedieta “El mundo es nuestro”.

Sánchez continúa con los personajes de Rafi y Fali, interpretados por él mismo y por el actor Alberto López, para llevarlos a una nueva aventura directamente inspirada en La escopeta nacional de Berlanga, aunque esta es en todo muy superior a la que comento ahora. Y se van de montería para cerrar la trilogía de los compadres, el mejor lugar posible para disparar contra todo lo que se mueva.

Tiene de bueno la agilidad de comedia alborotada que sabe apuntar en algunos pasajes de manera certera, que hace “pupa”, convirtiéndose por momentitos en un grito iracundo y desesperanzado, hacia la España que nos está tocando vivir.

Pero, aunque la película empieza más o menos bien planteando un encuentro internacional de negocios en la finca del suegro del protagonista, con las señas de identidad de la pareja cómica, sin embargo, más allá del jolgorio y el divertimento, la cinta afloja por momentos.

La cosa está en que guste este humor, o no. Pues los cómicos sevillanos no engañan, aunque van a peor, en parte por su vena andalusí excesiva, más chistes vulgares y situaciones más bobaliconas que otra cosa. En fin, esto es lo que hay ¿Dónde quedaron los Berlanga, los Bardem, los Juan de Orduña, los Summers, los Fernán Gómez, los Almodóvar o los Cuerda?
Kikivall
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5
19 de abril de 2022
3 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacer comedia en cine es muy difícil, pues es un género que debe tener un humor fino e inteligente, que provoque la risa o la sonrisa de la audiencia, que sepa profundizar en el espíritu de los personajes. En este cometido la cosa queda cortita.

Es una comedia basada en la serie de TV Camera café (2005-2009). Cinco temporadas, más quinientos episodios de gran éxito, procedentes de una serie francesa de mismo nombre y estilo.

Pero no se puede llevar la serie al cine por razones obvias (cámara fija, personajes poco conocidos, brevedad de los capítulos, etc.).

Por consiguiente, la película se orienta a otro terreno: permanecen mayormente los personajes de la serie original, rasgos, gestos y vestuario; se sitúa en un punto de partida con el recuerdo nostálgico de lo que fue, para permitir un producto independiente y más expansivo pero fiel al humor absurdo como marca de identidad.

Se focaliza el filme a través del personaje de Quesada (Arturo Valls), que es quien sirve de hilo conductor que une los fragmentos humorísticos, para darle un sentido global a la historia.

Quesada, Julián, Marimar, Cañizares, Victoria y CIA, deben afrontar una crisis que presagia el hundimiento de la empresa. Y algo peor, deberá salvarla su nuevo director, un Quesada que es el rey de la vagancia y el escaqueo. La cosa es que todos regresan a la oficina para vivir una aventura, con nuevos empleados y viejos conocidos, y la misión de reflotar a la empresa del desastre y a costa de lo que sea.

Buena, por decir algo, dirección de Ernesto Sevilla en su debut cinematográfico, acompañado en el libreto por Joaquín Reyes y Miguel Esteban, especialistas todos en manejar sketches e imprimir un sentido del humor alocado.

En el filme el espacio se amplía y la cámara se mueve por la oficina tras los pasos de Jesús Quesada (Arturo Valls) y sus afrentas.

Una comedia independiente, turbulenta, absurda con cierto garbo, el punto justo de nostalgia hacia los personajes y no exenta de un encantador surrealismo, a la vez que tiene momentos pop memorables, como cuando aparecen Karina o Andy & Lucas; también batallas samuráis con catanas, los bucles temporales o las tartas alucinógenas.

Adecuada fotografía de Enrique Santiago Silguero. Junto a un reparto que en ocasiones repite la TV con acierto como Arturo Valls, Carlos Chamarro, Ana maría Milán, Carolina Cerezuela, Joaquín Reyes, Marta Belenuer, Álex O’Dogherty o Esperanza Pedreño, entre otras.

Una pequita: los gags están lanzados al aire y resultan dispersos para tratarse de una obra con genuina vocación de película. A pesar de eso tiene momentos con alguna inspiración, incluidas las sorpresas musicales de Flipe Melo que, aunque un tanto azarosas, tienen su puntito.

En fin, que vale. Para pasar el ratillo.
Kikivall
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8
30 de noviembre de 2023
2 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con una sólida estructura emocional en el relato, vemos cómo el traslado de Nat al pueblo de La Escapada, la ha llevado a una zona rural en absoluto idílica, a la sombra de una enorme punta de roca y permanentemente bajo nubes. Un pueblo gris rodeado por un impresionante y austero paisaje de peñas, tajos rocosos y matorrales.

La casa que ha arrendado está ruinosa y el casero es un hombre autoritario, hosco, machista y mal encarado y especialista en pequeñas pero constantes agresiones. A Nat le resulta difícil de asimilar. La relación e intercambios con Nat son de terror, difíciles de contemplar, lo cual que permanentemente hay un clima amenazador que impregna esas escenas... y otras, como ahora explicaré.

El casero le regala un perro callejero al que pone de nombre Sieso, curioso nombre («malaje») , especie de superlativo para un «desagradable» con todas sus letras. La muchacha se encariña mucho de él y el perro y la casa acaban por ser parte de la protagonista.

Hay otros miembros en la comunidad como Piter (Hugo Silva), un aspirante a artista, sospechosamente servicial; está también el «feliz matrimonio» compuesto por la joven Lara (Ingrid García-Jonsson) y Carlos (Francesco Carril). Hay igual un esposo con su mujer demenciada que pedirá ayuda a la protagonista.

La protagonista está allí para dejar atrás su pasado. En ese lugar establece con los habitantes una relación, mezcla de hostilidad y paternalismo, la cosifican, la humillan, a veces la invitan y agasajan. Un averno rural, en el que todo el mundo se conoce, se espía y se calumnia: «pueblo pequeño, infierno grande».

Entre los parroquianos hay un trabajador de nombre Andreas (Keuchkerian), hombre rudo, solitario y taciturno de origen indeterminado (luego sabremos que es armenio) al que conocen como «El Alemán», un outsider como Nat. Su estatus de marginación compartido lo anima a llamar a la puerta de Nat una noche y preguntarle de dormir con ella, a cambio de reparaciones gratuitas en el hogar. Esta, sorprendida, se niega y Andreas inclina la frente y sigue su camino, aunque antes le ha regalado verduras de su huerto.

Pero impulsada por su soledad, Nat aparece en la puerta El Alemán cambiando de opinión. Finalmente, el consentimiento sexual abrirá la caja de Pandora en el corazón de una mujer en huida constante de sí misma y sin saber bien dónde se mete.

Este raro y confuso encuentro deriva en una pasión intensa, obsesiva y desbordante que envuelve a la chica por completo. Además, es justo esta propuesta sexual el gran disparador de la historia, lo que deja al espectador perplejo y a la protagonista rota. Pues todo estalla tras este encuentro sexual que resulta tan inquietante y que Coixet rueda como si fuera un thriller. Lo que menos importa es lo que pasa en la cama y, lo que más, lo que le pasa a ella, que en ese momento es el propio espectador.

Uno de los puntos fuertes del filme son las escenas de sexo rodadas con franqueza, audacia y con la fuerza y la potencia que podemos ver. Y contar con la complicidad y la entrega física y emocional de dos actores sensacionales: Costa y Keuchkerian.

Avanzan las cosas en forma intrigante e incómoda, con Nat viéndose obligada a repensar a fondo sus suposiciones mientras la relación sexual con el Alemán continua, pero declinante, con el control de los vecinos, bajo la vigilancia virtual, individuos básicamente antagónicos, de quienes se va alejando cada vez más y para más y las infidelidades palmarias del Alemán.

Laia Costa hace un excelente trabajo como actriz, con capacidad para llevar de la mano al espectador a través de movimientos autodestructivos y emocionalmente complejos. Hovik Keuchkerian tiene una magnífica presencia en la pantalla y es su par. Acompañan Luis Bermejo, Ingrid García Jonsson y Francesco Carril, muy bien. Y la Coixet que captura escenas poco iluminadas, tonos sombríos bien modulados y temblorosos en el atardecer, con la singular fotografía de Bet Rourich.

Cinta contada con rigor y penetrante interés humano. Su sencillo título desmiente una panoplia de matices detrás de la idea del amor (de uno mismo y de los demás) y de cómo éste nutre, nos construye o nos destruye.

Puede no ser mayormente agradable para el espectador medio, pues la mirada de la perspectiva de género es compleja (encomiablemente), y su análisis del sexo como moneda social de cambio es franco y sin duda turbador.

Película que invita a un debate sobre las motivaciones y la posición moral de diversos personajes, incluido el de Nat, una heroína comprensiva que ha significado sin duda un trabajo exigente para la actriz Costa.

Esta empresa de Coixet de adaptar una novela exitosa y reciente al cine, en mi opinión sale airosa y con nota. Consigue, dentro ese naturalismo que el relato demanda, encajar momentos de mucha fuerza, pasajes de inquietud y partes de poesía muy interesantes.

Está, sin ir más lejos, el comienzo bestial en las peñas bañadas por la niebla y entornadas por oscuras nubes; un paisaje que no parece presagiar cosas buenas con buitres sobrevolando y anuncio de borrasca.

O el momento final, un «the end» apoteósico al ritmo de los arpegios de la guitarra de Palast Orchester y la voz de Max Raabe en «Es wieder gut», canción cuya letra promete: «Todo estará bien, desaparecerá el dolor, y verás que todo volverá a estar bien».

Sin olvidar la danza catártica de la protagonista, movimientos exaltados e inconexos, como de quien se quiere liberar de sus más arraigados demonios interiores, hasta caer exhausta al suelo del puro campo, y es entonces que aparece Sieso a reconfortarla.

Publicado en revista de cine Encadenados: https://encadenados.org/criticas/un-amor-4/
Kikivall
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9
29 de enero de 2023
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Epopeya llena de ímpetu, de potentes imágenes y escenografía sensacional. Con esta obra Damien Chazelle regresa a ese mundo cinematográfico de la ciudad de oropel donde hizo su gran avance con La La Land, ganadora del Oscar en 2016. En este caso trata sobre el caos y el exceso de la era muda de Hollywood en la década de 1920, un tema que aborda de forma estridente, caótica y excesiva. Escandalosas escenas de fiestas orgiásticas, con tomas aéreas que muestran a las mujeres exultantes y desnudas surfeando boca arriba

Estamos ante una gran película y todo un tributo al cine. El “Hollywood mudo”, con sus estrellas, fiestas fastuosas y transgresoras, el advenimiento del sonoro, y cómo muchas de las estrellas del cine silente, productoras e industria en general, caen estrepitosamente cuando el cine dialogado hace su aparición.

Este último trabajo de Damien Chazelle es ambicioso y enorme, incluso irresistible. Por entero una película descomunal, extravagante, salvaje, un peliculón. Como decía trata del Hollywood de los años veinte, de la orgía festiva y creativa de unos aventureros que habían inventado el cine y estaban en los trámites previos a “destruirlo” con la llegada del sonoro, para a renglón seguido, reconstruirlo ya en otro formato.

Varios personajes se arremolinan en la locura de la película: Brad Pitt interpreta a Jack Conrad, un apuesto protagonista casado y divorciado y vuelto a casar y así, entrando en la madurez, cuya carrera está en declive; oculta su aburrimiento alcohólico con una apariencia de gentil suavidad. Li Jun Li es elegante y carismática en el papel de Lady Fay Zhu, una cantante de club gay y un andar y maneras felinas muy sugerentes. Jovan Adepo es Sidney Palmer, un brillante trompetista de jazz afroamericano a quien finalmente se le da un tiempo en pantalla en el cine sonoro, a expensas de la humillación racista que hace que le pinten la cara con betún negro para conseguir una cara bien “negra".

También tenemos a Margot Robbie interpretando a Nellie LaRoy, una chica espabilada que viniendo de lo más bajo pero con un ímpetu y un talento imparables, logra meter la cabeza en un set de rodaje e incluso hacerse conocida entre el público; es decir, impresiona con su habilidad para llorar en el momento justo, pero necesita algunas lecciones de alocución de Elinor St John (Jean Smart), una bromista británica altiva e inaguantable. Y Diego Calva, que interpreta a Manny Torres, el muchacho mexicano deslumbrado por el cine que consigue un trabajo en una filmación, un don nadie, un chico para todo que sube en la cadena del estudio, finge ser español para evitar la intolerancia antimexicana y está secretamente enamorado de Nellie.

Película elefantíaca y enorme (más de tres horas), como el elefante que finalmente introducen en la gran fiesta. Aunque sólo muestre parcialmente el universo que trata, sin embargo, el guion del propio Chazelle dosifica con ingenio aspectos capitales, como pueden ser el milagro de ser actor e interpretar a lo Roobie un personaje dentro de la película y su capacidad de producir lágrimas, una, dos, las que le pidan; o un Pitt borracho que al sonido de la palabra “¡acción!” borda con gran estilo y pasión uno de esos besos fin de película.

Damien Chazelle asume lo extraordinario de un trabajo que muestra las dificultades de cualquier rodaje, la exigida vida de los hombres y mujeres del celuloide (agitados e impelidos al consumo de alcohol y otras drogas), el enigma de mantener el tipo en las peores circunstancias y el milagro de las oportunidades que podían darse en aquellos rodajes tan improvisados como pedestres.

En el reparto sobresalen Margot Robbie y Brad Pitt que no solo se saben las estrellas más brillantes del firmamento, sino que dejan claro que han disfrutado de la experiencia, sin olvidar a un estupendo Diego Calva, inmejorable en su rol de hombre auto-hecho en un mundo que no es de mejicanos.

“Babylon” es la prueba fehaciente de que el cine es un arte superior capaz de sobrevivir a todas las tormentas. Ojalá.
Kikivall
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7
31 de mayo de 2021
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los primeros minutos del filme se desarrollan con una suavidad tonal y calidad y nos tropezamos con tres generaciones de la familia Blackledge viviendo juntas en una cierta armonía, pues queda claro que la madre y abuela de la familia es la que manda.

El padre y abuelo, un ex-sheriff con cara de póker (Costner), tampoco parece muy accesible para su hijo Ryan. Toda la familia está unida por su amor al bebé recién llegado, Jimmy.

El hijo y padre de la criatura Ryan muere en un extraño accidente montando un caballo y al poco la nuera contraer matrimonio, cuando el niño cuenta con tres años; lo hace con Donnie Weboy (Brittain, como el inicuo Donnie Weboy), un joven oscuro con tendencia a comportarse de forma violenta. Al poco ambos se irán a Dakota del Norte con la familia de él.

Resulta que Margaret resuelve ir a buscar al nieto, a pesar de que el esposo le previene de las consecuencias, pues el nieto no es propiedad de ellos. Pero continúan adelante drivando el asunto en una odisea con tintes de road movie. El escenario está listo para un guirigay sexagenario de venganza cocinándose a fuego lento, mientras los abuelos se abren camino hacia el país de Weboy: ¡peligro!

Hay por cierto un personaje muy interesante: un joven nativo americano y fugitivo (Stewart) llamado Peter; un muchacho huido de un internado para indios; será con su ayuda que puedan conseguir algo de la tal aventura.

En el reparto sobresale un exultante Costner en el rol de sheriff jubilado y abuelo. Sobresale igualmente una actriz de enorme repertorio que es Diane Lane, madura, hermosa y de expresiva mirada: ambos con química en pantalla. Acompañan con efectividad y profesionalidad Jeffrey Donovan (violento Bill Weboy); muy bien Lesley Manville como la malévola Blanche Weboy; y otros actores como Will Britain; Booboo Stewar (el joven indígena); Kayli Carter como la nuera.

Me ha resultado llamativa y envolvente la música de Michael Giacchino, un reconocido compositor del actual panorama. Hermosa dirección de fotografía de corte naturalista de Guy Godfree.

Podemos visionar en la pantalla explosivas descargas de violencia rodadas con gran realismo, donde se traza la discordancia entre dos formas desiguales de entender la crianza, la educación de los hijos y la vida. Los honestos y civilizados Blackledge versus los psicópatas y atrasados Weboy.

Asistimos también a sendos matriarcados totalmente enfrentados con Diane Lane y Lesley Manville representando ambos extremos, con interpretaciones distintas: la primera sensible y contenida; la segunda manipuladora y astuta.

Todo lo cual predice el conflicto, que acabará estallando y desatando una violencia extrema e insólita.

Thomas Bezucha cambia parcialmente caballos y carretas por un gran Chevrolet Bel Air Nomad del 58 para abrazar y a la vez subvertir los cánones del “cine del oeste”, en una cinta más que interesante en que la abuelidad, la maternidad, el duelo y los lazos de sangre envuelven un relato lleno de contrastes.

Estamos ante un estupendo western sobre la pérdida, un intenso drama familiar hecho realidad en una atractiva película. Bezucha consigue crear una consistente obra tintada de un cálido clasicismo con un final trágico pero esperanzador.
Kikivall
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