Lo primero que pensé al verla: Ahí va, ¡qué Gabriel Byrne más joven! Acostumbrado a verlo en In Treatment con esa precavida frialdad, me topo aquí con un personaje semejante. En este caso, ingenio tras una cortina de engañosa frialdad. Byrne no conmueve, ni atemoriza, y difícilmente empatizas con él. Pero es un zorro que con la mirada lo dice todo.

Visualmente tiene unas escenas y una fotografía maravillosas. Un par de ellas son para emmarcar, como el momento cumbre en Miller's Crossing o el asalto a Leo.

Es cine negro contemporáneo, a ratos en clave paródica y sarcástica, con ecos a Bogart. Aquí los Coen ya afinaban su puntería para lo que vendría después, con películas de guión flexible y movimientos inesperados. La película tiene algo poético en el flujo y reflujo de la trama que mueve en todo momento el personaje Tom Reagan, como William H. Macy haría en Fargo o Bridges en The Big Lebowski o Bardem más tarde.

He de admitir que me hubiera sorprendido mucho más si antes no hubiera visto la primera temporada de esa tremenda serie de Terrence Winter, Buscemi y Scorsese que es Boardwalk Empire, donde en cada capítulo se suceden las distintas tramas gangsteriles en idas y venidas tan, o más complejas, que esta propia película.

Lo cuál no la desmerece, puesto que siempre hay que tener en cuenta el momento del rodaje.

La red social podría haber sido simplemente un entretenido biopic. Pero es algo más. Sin duda es mucho más. Es una película densa, distante, con un poco del aire turbio que a David Fincher le suele gustar, mezclado con la modernidad, el elitismo y la cultura pop propios de la sociedad actual. Excelente el montaje en general, con alguna escena en la que Fincher imprime un toque más personal.

Volviendo al guión, se nos muestra el más o menos objetivo retrato de Mark Zuckerberg con la monotonía de la cuotidianidad que conjuga el ocasional lujo y la festividad de los ambientes universitarios, con la introspección más fría, minuiciosa y persistente. Al fin y al cabo, la película es un retrato de un tipo ambicioso con orgullo, un neurótico resentido, o miles matices más. Y todos esos aspectos no sólo los logra transmitir el personaje de Eisenberg, sino también la película en su conjunto.

Con Eisenberg habría que ir con cuidado. Pronto será un nuevo Larry David o Woody Allen y conformará la tríada de los judíos neuróticos hollywoodienses. Más allá del carisma del personaje, los actores en general no me han sorprendido en exceso. Me han parecido correctos, poco más. Tanto Eisenberg, como Garfield como Timberlake. Y luego están, para mi, los mejores aspectos de la película junto con la siempre magnífica dirección de Fincher.

Se trata del guión de Sorkin. Sólido, minuicioso, complejo. No hay que olvidar que Sorkin ha sido un excelente guionista con series como El Ala oeste de la casa blanca o Studio 66, y en esta película hace gala de un ejercicio de compresión de guión que pese a que pueda parecer tediosa por momentos, no llega a aburrir nunca.

Y bueno, olvidarse de la banda sonora sería un crímen. No sé de quien fue la idea de llamar a Trent Reznor, de Nine Ich Nails, para proporcionar un par de acordes, pero me ha encantado su uso en la película. Muy electrónico, muy moderno, muy la red social. No es la película que logrará enternecernos, ni tampoco la que logrará conmovernos ni emocionarnos, pero si es una muy buena película. Y eso, hoy en día, ya es más que suficiente.

Deadwood es puro lirismo, poesía pura. Deadwood es palpar el mismísimo viejo Oeste en su vertiente más sórdida, y por tanto, real. Deadwood es conocer a tipejos cuyos inamovibles principios son la codicia y el poder. Deadwood es mirarlos y quedar instantaneamente acojonado, sabiendo que realmente tu vida depende de ellos.


Deadwood es el origen del capitalismo feroz, despiadado, que no entiende lazos ni deudas sentimentales. Deadwood es intentar hacer frente a una pistola, a un cuchillo y a un tipo que derrocha un carisma y una capacidad para la oratoria tan punzante, que realmente acaba por dejarte con la duda de a qué sería más fácil enfrentarse.

Deadwood es Al Swearengen, la personificiación de la ambición y de las mentes retorcidas que tienen espacio para mantener un corazoncito. Deadwood tiene a personas veraces, ergo, tienen contradicciones y todo lo que ello acarrea.

Deadwood es desmitificar al mito y darte una soberana ostia de realidad. Deadwood es sentirte involucrado en planes y artimañas que juegan con la inteligencia, la moral y la dignidad de uno mismo y de los demás.

Y si ves la serie y realmente no consideras que hayas percibido todo esto, probablemente sea hora para volver a ver una serie que no te tome por tan inteligente. Porque Deadwood es, y será, una de las series más inteligentes que ha creado la televisión.

Regreso a esta película, en esta ocasión, a su clavadito "remake" americano. Sólo puedo decir: Mike Haneke es Dios. Funny Games no es una película de terror convencional. No hay escenas de gores explícitas. No hay escenas donde de repente te metan un susto monumental. No. Eso no es Funny Games. Funny Games no es Freddy Kruger, ni Scream, ni Saw, ni todo eso que satura hoy en día el cine de terror/miedo/thriller.

Funny Games se sirve de la sutileza para atemorizar. Te coje y te va destrozando lentamente, como les ocurre a los protagonistas. Probablemente, acabes esta película sin sensación de haber pasado miedo. Pero es imposible, y repito, imposible, acabar esta película sin ponerte a pensar sobre ella, sin darle vueltas a la cabeza, y sobretodo, es imposible acabarla y no haber pasado un desasosiego y un mal rato tremendo. Frustración, impotencia...

Mike Haneke es un moralista enmedio de un cine al que han querido catalogar sus películas, de "Terror". Mike Haneke logra que acabes la película y te acabes preguntando porque esos dos tipos de blanco hacen lo que hacen. Es una película desesperanzadora. Y sobretodo, y aún más importante, no es convencional. Se salta cualquier norma de los thrillers de terror convencionales. Y es por eso, que Funny Games es tan grande.

Mención especial al mejor Tim Roth que probablemente haya visto nunca. Y Naomi Watts no se queda lejos. Y de esos dos chavales de blanco del póster...Sólo hay que mirarles a los ojos. Ellos marcan el juego.

Hace mucho tiempo, alguien me dijo que una tal HBO había fabricado el mejor western de la historia. Con un unos diálogos elaboradísimos, de toque sheakespeariano. Obviamente, para un tipo con prejuicios como yo, acostumbrado a relegar al género western a un segundo plano por considerarlo un sub-género de acción, no me lo creí. Pero la vi.

Se llamaba Deadwood. Y es el mejor western que he visto en la historia y una de las mejores series de la televisión.

Hace unas semanas, la misma persona me dijo que la emergente AMC iba a fabricar el mejor relato sobre zombies de la historia. Con un factor humano y dramático superior al factor de terror. Donde la introspección psicológica de los personajes serían importantes. Una vez más, no me lo creí. Ayer vi el capítulo.

Se llama The Walking Dead. Y si esto sigue así, del mismo modo que Batman de Nolan rompió con todas las ideas preconcebidas del género, The Walking Dead puede convertirse en otro milagro. Un milagro andante, por cierto.