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España España · West Coast
Críticas de Dabi
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Críticas 113
Críticas ordenadas por utilidad
8
17 de noviembre de 2022
185 de 235 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todd Field irrumpió en la escena hollywoodiense en 2001 con En la habitación, cimentó su talento en 2006 con Juegos secretos y… desapareció. Desapareció durante dieciséis largos años. Mientras sus dos únicos trabajos acumulaban prestigio con el paso del tiempo y envejecían con gracia y dignidad, Field fue encadenando proyectos malditos que nunca vieron la luz del día. Su aversión por las entrevistas no hizo más que aumentar su reputación de cineasta brillante y elusivo y de acrecentar el interés y la curiosidad. Dieciséis años. Y por fin, tras tanta anticipación, Field coge la batuta y nos regala una nueva sinfonía.

“El tiempo es la pieza esencial (…) A diferencia de un reloj, a veces mi mano se detiene, lo que significa que el tiempo se detiene”.

Tár es un mecanismo de relojería. Field es director y artífice, y su manejo del tempo y la dinámica es impecable. Con sus planos largos, paneos suaves, escenarios amplios y espaciosos y gélida arquitectura (imponente reflejo del mundo interior de su protagonista), se mantiene en un adagio estable hasta que, a media hora del final, acelera deliberadamente la partitura. Field, con sus innegables excesos, tal vez sea tan megalómano como su protagonista (algo inevitable en una mujer que se percibe a sí misma como ama y señora del tiempo), pero es, ante todo, un áspero observador de la conducta humana. Todos sus trabajos fijan la mirilla y diseccionan, exponiendo conflictos subyacentes y forzando a la audiencia a lidiar con sus propios prejuicios. Su enfoque es confrontativo, pero nunca sermoneador.

“(Bach) no pretende estar seguro de nada, y sabe que es siempre la pregunta la que involucra al que escucha, no la respuesta”.

Para Field, el arte es una conversación entre obra y espectador, no un monólogo. Una obra narrativa que responde a sus propias preguntas es, tal vez, más didáctica que artística. Field, como Lydia, es artista, no predicador. Plantea cuestiones, compromete a su audiencia. Definir Tár como “una película sobre la cultura de la cancelación” es tan cierto como reduccionista, ya que el guion de Field tiene muchas más aristas. La culpa, el control, la ambición, el poder, el abuso, la reconfiguración social en la era de las redes sociales y la corrupción del debate y el discurso son algunos de los temas que se abordan, todos ellos, cómo no, atrapados en el campo gravitatorio que es el fascinante personaje de Lydia Tár.

“El narcisismo por las pequeñas diferencias conduce al conformismo más aburrido”.

La clase magistral de Lydia en Juilliard (un extraordinario plano secuencia de diez minutos que aprovecha cada centímetro del espacio fílmico) utiliza la política de identidad de un estudiante para plantar la semilla de un debate que no es nuevo, pero que se ha vuelto especialmente relevante en el clima actual. La pregunta de Lydia es: “¿Quién es nadie para juzgar a la persona en lugar de al artista?”. La de Field, por el contrario, es: “¿Cuánto debemos permitirle a la persona hasta que, efectivamente, se vuelva inviable priorizar al artista?”. Que considere el castigo necesario no le impide lamentar la pérdida del genio artístico.

“Después de dirigir (La consagración de la primavera) me di cuenta de que todos somos capaces de asesinar”.

Al elegir a una mujer lesbiana como protagonista, Field "desgeneriza" el problema y lo ataca de raíz, dejando al descubierto un planteamiento que puede sonar obvio, pero también es arriesgado. ¿Y si el abuso no es cuestión de género, sino de poder? ¿Y si el poder es inherentemente corrosivo? Y es que Lydia Tár no es, ni por asomo, un ejemplo de virtud ni un icono feminista, y desde luego ella no querría considerarse uno. Meritócrata hasta la médula, su egocentrismo y la poca validez que otorga a las experiencias y los sentimientos de las demás mujeres quedan patentes desde la primera escena. ¿Es Lydia machista? ¿Es una villana? Field deja las respuestas, una vez más, a discreción del espectador, pero se le escapa una salida de tono que me cuesta pasar por alto*. En una de sus conversaciones con Olga, la creación de Field se tambalea. Por un momento salgo de la película, la magia desaparece y las costuras se vuelven demasiado aparentes en un personaje que, por lo demás, parece afinado por un concertista de primer nivel. Por muy bien ejecutado que esté el conjunto, esa nota desatinada permanece en mi memoria.

"(El arco libre) no es lo más atractivo para el público, pero si mantienes concentrados a los intérpretes, el sonido es feroz".

Field sabe que el personaje de Lydia (que ocupa la pantalla durante la inmensa mayoría del abultado metraje) es problemático y muy complicado, por eso lo escribió con un nombre concreto en mente: Cate Blanchett. Con su interpretación, Blanchett consolida de manera definitiva un puesto de honor en el olimpo de reinas del celuloide. Cuesta imaginar a otra actriz capaz de regalarnos una interpretación de Lydia tan intrépida, tan férrea y tan deslumbrante. Viéndola en acción, con su rígida belleza, su esbelta pero imponente presencia y su desbordante seguridad, se hace fácil entender por qué todo el que la conoce se amedrenta y agacha la cabeza en señal de sumisión. Domina cada plano, controla cada gesto y calibra cada emoción. Es un auténtico recital.

"Todo cambia con la Quinta. La Quinta es un misterio".

Todd Field nos ha bombardeado con su proyecto más ambicioso, uno que, cimentado sobre la ambivalencia que despierta su figura protagónica, trabaja a múltiples niveles y culmina en un clímax disonante para luego derivar a una coda resolutiva, perfecta en su inevitabilidad y deliciosamente irónica. ¿Es Tár una película perfecta? Probablemente no. Tal vez no satisfaga plenamente todas sus pretensiones. Y aun así, sus triunfos son tan espectaculares que, en mi humilde opinión, pesan muchísimo más que sus desaciertos. Dos días después del visionado, no puedo dejar de pensar en ella. Bienvenido de nuevo, Todd. Por favor, no vuelvas a irte nunca.

Calificación: Imprescindible
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Dabi
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7
2 de enero de 2021
181 de 240 usuarios han encontrado esta crítica útil
Emerald Fennell no es completamente nueva en la industria. Tiene ya unos cuantos créditos a su nombre, como actriz y como guionista, sobre todo en televisión. Probablemente su trabajo más conocido sea en The Crown, donde interpreta a Camilla Parker Bowles desde la tercera temporada. Una joven prometedora es, además de un guion propio, su debut como directora. Y la verdad es que su título podría referirse tanto a la protagonista como a la misma Fennell, ya que si algo demuestra Una joven prometedora es que estamos ante una cineasta de potencial indiscutible.

Una joven prometedora es, sin duda alguna, un producto de su tiempo, una obra enormemente contemporánea cuya realización habría sido improbable hace cinco años. Captura el zeitgeist mejor que la mayoría de propuestas recientes, al menos en cuanto respecta al movimiento #MeToo. La nueva ola feminista ha ocupado un puesto predominante en el discurso cinematográfico reciente, pero en el debut de Fennell, este discurso no es tangencial: es el núcleo temático. Todo gira en torno a una problemática muy específica, que es la de las relaciones no consensuadas cuando hay alcohol de por medio. Cómo suceden, por qué suceden, cómo reacciona el entorno ante ellas y cuáles son sus consecuencias. Fennell explora este tema con muchísima habilidad.

El guion de Una joven prometedora es ácido en su ejecución, detallista en su caracterización e implacable en su intencionalidad. Fennell aborda la violación de Nina desde muchos ángulos distintos, y no deja títere con cabeza. Cada personaje representa a un grupo, a un estrato de la sociedad que contribuye a que este tipo de cosas sucedan. Más importante aún, casi todos están desarrollados, aunque sea un mínimo. Todos son el resultado de unas circunstancias y, en un momento o en otro, intentan justificar sus acciones. Y son justificaciones coherentes, y a veces, incluso atenuantes. Lo interesante del guion de Fennell es su forma de desafiar estas justificaciones, de limpiarse el culo con ellas. Las excusas no valen. El mensaje de Una joven prometedora es claro y contundente: Si no eres la solución, eres parte del problema. No hay más. Fennell coge ciertas actitudes que muchos espectadores estarán acostumbrados a observar (o incluso a adoptar) y te las escupe a la cara sin ningún tipo de anestesia. Y no, que nadie crea que los ataques van dirigidos solo a los hombres. Aquí no se salva ni Cristo. Y a pesar de eso, mi percepción es que a casi ningún personaje se le representa como "malo", o al menos, no en el sentido más maniqueo de la palabra. Culpables en mayor o menor medida, sin duda, pero no son bocetos irremediablemente malignos. Son productos del entorno social, y la base del problema tiene raíces más profundas.

La interpretación de Cassie, protagonista de la historia, corre a cargo de Carey Mulligan, una mujer que lleva ya unos diez años demostrando que, en su generación, pocas actrices están a su altura. Desde que su perfil estalló con su espléndido trabajo en An education, Mulligan se ha labrado un currículum realmente impresionante, regalándonos interpretaciones de gran calado en Nunca me abandones, A propósito de Llewyn Davis, Sufragistas, Shame y Wildlife, casi todas películas demasiado pequeñas como para hacer ruido en las temporadas de premios. En Una joven prometedora, Mulligan es un todoterreno, y atraviesa las escenas como una bola de demolición. La rabia, la tristeza y la actitud desafiante de Cassei están plasmadas a la perfección, y por si fuera poco, recita las líneas más cargadas de ironía y bilis con una vena cómica que ya quisiera más de un monologuista. Es una actuación redonda, una de las más potentes del año y puede que la mejor de su carrera.

Es evidente que el resto del elenco no está a la altura de Mulligan, pero lo cierto es que todos los actores hacen un trabajo sólido. Bo Burnham (guionista y director de la maravillosa Eighth grade) está estupendo, consiguiendo defender a un personaje complejo y muy ambivalente, probablemente el que más reacciones polarizadas genere en la audiencia. El resto del elenco, formado en su mayoría por actores ya consagrados (aunque no hiper famosos) cumple sobradamente en apariciones breves, destacando la divertidísima aportación de un Christopher Mintz-Plasse cuya carrera parece haberse estancado considerablemente desde los días de Kick-Ass 2 y que aquí, en una sola escena, demuestra por qué, dado el material adecuado, merece la pena tenerlo en la plantilla.

En resumen, Una joven prometedora me parece un proyecto muy interesante, y un éxito en prácticamente todos los sentidos. Probablemente sea demasiado vehemente en su discurso para el paladar de muchos, y tal vez su desenlace, por peliculero, no sea tan robusto como el resto del metraje, pero en mi opinión es un trabajo de bastante resonancia, que plantea debates necesarios y los desarrolla con una voz muy personal. Además, independientemente de su discurso, está escrita con considerable ingenio y transita los diferentes géneros con solvencia, siendo a ratos thriller, a ratos drama y a ratos comedia negra. Su apartado visual es competente, y su interpretación protagonista, sobresaliente. Y cuidado, en ningún momento la definiría, como he leído en más de una ocasión, como "transgresora", más que nada porque me cuesta llamar así a una película que, a pesar de alguna que otra decisión arriesgada, se inserta de manera relativamente cómoda en una línea de pensamiento bastante común a día de hoy, pero sí que creo que es capaz de diferenciarse de otras propuestas de su mismo corte explorando sus ideas con considerable gracia y personalidad y añadiéndole, en mi opinión, cierto nivel de profundidad y la cantidad justa de mala leche. Por todo esto, y también debido al bajísimo nivel que ha habido en la producción cinematográfica de 2020, Una joven prometedora me ha gustado lo suficiente como para ser, por el momento, una de mis películas favoritas del año.

Calificación: Notable
Dabi
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6
23 de diciembre de 2019
171 de 220 usuarios han encontrado esta crítica útil
Taika Waititi ha tenido una década muy interesante. Su estupendo mockumentary Lo que hacemos en las sombras vio la luz en 2014 y se ha ido convirtiendo poco a poco en una de las películas de culto de la década. En 2016 enamoró al público de Sundance con la comedia de aventuras Hunt for the wilderpeople, y tan solo un año después plantó su sello en Marvel, la propiedad cinematográfica más valiosa del momento, con una Thor: Ragnarok que revitalizó al personaje de Thor y que es probablemente una de las mejores películas de la saga. Dos años después nos trae Jojo Rabbit, una comedia sobre la Segunda Guerra Mundial que le hizo ganar el People's Choice en Toronto, el premio más importante de todo el Festival. La anterior ganadora de este premio fue Green book en su camino al Oscar a mejor película el año pasado.

¿Que por qué menciono Green book? Pues porque una vez vista Jojo Rabbit, se entiende que ambas ganaran el mismo premio, ya que, aunque el trabajo que nos ocupa me parezca superior, sí que creo que comparten ciertas similitudes. Ambas cogen un tema delicado (el racismo en la década de los 60 en Estados Unidos vs el antisemitismo nazi durante el Tercer Reich) y lo convierten en una comedia dramática bastante accesible para el gran público. He leído en varias ocasiones que Jojo es una película irreverente, y no puedo estar más en desacuerdo. De hecho, creo que aborda el asunto con muy poco riesgo. Parodiar a los nazis no es algo novedoso, y el tratamiento en esta película es bastante inocuo. La interpretación de Hitler que hace Taika Waititi es moderadamente divertida, y su función de contrapunto es efectiva a la hora de retratar el conflicto psicológico de Jojo, pero el humor de la película es bastante blanco, le falta mala leche. Que oye, tampoco me parece mal. El resultado es simpático, y la progresión temática de la relación entre Jojo y Elsa es tierna, previsible, a menudo sensible y ocasionalmente sentimentaloide. Funciona. Ahora bien, ¿irreverente? Vamos, no me jodas. Irreverente es Ser o no ser.

En mi opinión, el punto fuerte de la película está en las interpretaciones. La vena cómica de Taika está más que demostrada a estas alturas, aunque en ocasiones se acerque demasiado al sketch. El debutante Roman Griffin Davis hace un trabajo más que sólido y Sam Rockwell y Scarlett Johansson (vaya pedazo de año está teniendo esta mujer) están fantásticos. Dicho esto, para mí quien se hace con la película es la magnética Thomasin McKenzie, quien ya demostró el año pasado que es una de las promesas actorales de su generación con su papel en Leave no trace. Por el contrario, Rebel Wilson repite el tipo de interpretación que lleva haciendo siete u ocho años, y ya me empieza a dar bastante pereza.

En el resto, Jojo Rabbit es lo suficientemente solvente. La banda sonora, con clásicos de la música pop cantados en alemán, es una idea interesante. La factura técnica está muy en sintonía con el resto de trabajos independientes de Waititi. Encuadres simétricos pero alejados de la obsesiva perfección formal de Wes Anderson, cámaras sobre todo estáticas, montajes al servicio de la comedia. En este aspecto, todo bien, pero tampoco nada para tirar cohetes.

En resumen, como pasó el año pasado con Green book, creo que Jojo Rabbit acabará siendo una de las películas del año, y a mucha gente le flipará. A mí me ha gustado, especialmente por la calidad de sus interpretaciones y la absurdez de buena parte de su comedia, pero me parece demasiado segura para ser una sátira. Su intención no es provocar, sino trasmitir un mensaje de fraternidad y de igualdad de una manera afable y asequible. Una decisión noble y muy loable, no digo que no, pero personalmente el resultado me parece correcto, no memorable. A pesar de eso, la recomiendo, pero tienes que saber lo que vas a ver. Si la falta de veneno y el mínimo atisbo de sensiblería son cosas que te echan para atrás, tal vez Jojo Rabbit no sea tu película.

Calificación: Recomendable
Dabi
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4
14 de enero de 2017
201 de 281 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Figuras ocultas" es el enésimo producto de ese género tan común en esta última década de "películas sobre injusticias raciales en Estados Unidos que son lanzadas a las pantallas en el momento adecuado para competir en la temporada de premios", uniéndose así a cintas como "12 años de esclavitud", "Selma", "El mayordomo", "Concussion", "Precious", "Fruitvale station", "Chi-Raq", "Criadas y señoras", "Lincoln", "Fences" (también de 2016 y, dicho sea de paso, muy superior a "Figuras ocultas" en todos los aspectos) y alguna más que me dejo por ahí. La calidad de estos productos es variada, desde la notable "12 años de esclavitud" hasta la, en mi opinión, horrenda "Chi-Raq". "Figuras ocultas", la a priori interesante historia de tres mujeres afroamericanas que fueron capaces de superar las barreras raciales en la NASA en el clima opresor de los años 60, trata prácticamente todos los tópicos de este subgénero, siendo el resultado bastante mediocre, si me preguntáis a mí.

Dirigida con el piloto automático puesto (no hay absolutamente nada en el apartado técnico que sea digno de mención) por Theodore Melfi, quien ya demostró su gusto por el melodrama facilón hace un par de años con "St. Vincent", "Figuras ocultas" es inocua, correcta y uno de los productos más predecibles que ha salido de Estados Unidos en años. Las mujeres negras, todas muy buenas. Las mujeres blancas, todas unas zorras. Los hombres blancos, todos unos cabrones prejuiciosos. Y los hombres negros un poquito capullos, pero no tanto como los blancos. El único hombre blanco bueno, interpretado por Kevin Costner, encarna la ya de por sí trillada y racista figura del salvador blanco que tan omnipresente era en la literatura colonial y que ha sido reciclada mil veces en el cine e interpretada por actores como Anthony Hopkins en "Amistad", Sandra Bullock en "The blind side", Brad Pitt en "12 años de esclavitud" o Emma Stone en "Criadas y señoras". Conocemos el trasfondo, pero el guion se empeña en recordárnoslo cada veinte segundos con escenas demasiado descaradas en su intencionalidad por subrayar la discriminación (por poner un ejemplo, en cierta escena del primer acto la protagonista entra en la sala y lo primero que le dicen es que tire la basura porque la confunden con una criada). "Figuras ocultas" no es, por tanto, una película que se preocupe por dar sutileza a la historia ni matices a sus personajes.

A pesar de eso, la película no se me hace insufrible, sobre todo porque se beneficia de un tono relativamente ligero en su mayor parte, aunque la banda sonora sea a menudo demasiado machacona. Se beneficia también de un puñado de buenas actuaciones. Taraji P. Henson está estupenda, al igual que Octavia Spencer. Janelle Monáe, una mujer con un increíble talento musical que ya ha demostrado en sus álbumes (que aprovecho para recomendar encarecidamente), es una más que grata sorpresa en el plano interpretativo. Mahershala Ali, Kevin Costner y Kirsten Dunst cumplen pero no pueden brillar debido a la poca sustancia que se les da a sus personajes. Y Jim Parsons hace de un Sheldon Cooper racista, sin más.

En resumen, "Figuras ocultas" es una película que vi hace dos días y olvidaré dentro de tres, principalmente porque sus intenciones son claras, y ser memorable no es una de ellas. No es mala en el sentido estricto de la palabra. Desde luego es mejor que "El mayordomo". Es "entretenida" (sea lo que sea lo que signifique eso), agradable, inofensiva, políticamente correcta y con mucha falta de incisión o de la más mínima originalidad. Estoy seguro de que a la Academia le encantará y la nominarán a más de un Oscar para sentirse moralmente superiores y fingir que ya no hay racismo en Hollywood, como si engañaran a alguien. En fin.

Calificación: Insuficiente
Dabi
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9
27 de julio de 2019
202 de 289 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué ganas le tenía a Midsommar, de verdad os lo digo. Hereditary, el anterior trabajo de Ari Aster, no solo es uno de mis trabajos favoritos del año pasado, sino también, muy probablemente, mi película de terror favorita de la década. Por su dirección, por su complejidad, por su ritmo, por esa interpretación apoteósica de Toni Collette. Hereditary no parecía el trabajo de un debutante, sino de un cineasta en pleno dominio de las herramientas cinematográficas de las que disponía. Nunca temí que Midsommar me pareciera abismal, pero sí que mis expectativas me decepcionaran. Por suerte, no ha sido el caso.

A estas alturas podemos ya señalar varios temas recurrentes en el universo de Ari Aster, ya que sus dos cintas comparten muchos de ellos: las enfermedades mentales, las relaciones disfuncionales y los traumas familiares conforman el núcleo de Midsommar como conformaban el de Hereditary. La secta pagana que, escondida a simple vista, amenaza a los protagonistas oculta tras una cara amiga es también un pilar importante en ambos trabajos, pero mientras Hereditary centraba su mirada en la intersección entre el libre albedrío y la tragedia del fatum griego, Midsommar toma otros derroteros.

Se puede decir en contra de Midsommar que su estructura básica es convencional, o al menos, más convencional que la de Hereditary, ya que se pueden encontrar rastros más que evidentes de El hombre de mimbre o incluso de Los chicos del maíz en la forma en la que los acontecimientos se van sucediendo uno a uno, pero creo que esa es una forma algo superficial de analizar esta película, ya que es al rascar un poco esa superficie cuando aflora el tema principal de Midsommar, que es ni más ni menos que la desfragmentación y muerte de la relación de Dani y Christian. Aster, como el guionista audaz que es, trabaja a múltiples niveles y plantea preguntas a la audiencia. ¿Hasta qué punto merece la pena continuar con una relación sentimental que no funciona, y por qué? ¿Por lástima? ¿Por necesidad? Dani, autoconvenciéndose de que su relación funciona ante un novio que no es capaz ni de recordar su cumpleaños. Christian, sobrepasado ante una novia preocupantemente dependiente a la que es incapaz de dejar por no sentirse culpable. La dinámica entre ellos está tratada con sutileza, es dolorosa, incómoda y, a pesar de todo, profundamente humana, y este es, todo sea dicho, uno de mis aspectos favoritos del cine de Aster: por muy rocambolesco y retorcido que sea el argumento, sus personajes siempre son creíbles y coherentes, y sus interacciones, genuinas. Las decisiones que toman los personajes tal vez los lleve a la perdición, pero tienen sentido porque así han sido establecidos previamente. La idea de comunidad, de pertenecer, de tener algo de lo que sentirse parte, también juega un papel importante en la trama, y es todo lo que diré al respecto.

Y es que no lo neguemos, Ari Aster es retorcido. Muy retorcido. Tiene un don para conjurar imágenes enfermizas, imágenes que se me quedan clavadas en la retina y permanecen ahí al día siguiente, imborrables. La película empieza creando una atmósfera malrollera que durante casi dos horas y media no se disipa. La sobresaliente fotografía, oscura en los primeros minutos, se ilumina al llegar a Hårga, y a partir de ahí todo es luminoso, a ratos bellísimo, pero siempre enrarecido e incómodo.

Es cierto que Midsommar podría haber sido mucho más corta, pero yo personalmente agradezco que no lo sea. Aster se relame y se recrea en la comuna, nos sumerge de lleno en sus costumbres y en sus rituales con escenas lentas, contemplativas. Esto a mucha gente le parecerá exasperante e innecesario, y a ver, lo entiendo perfectamente. Pero qué puedo decir, a mí me mola. Creo que contribuye y mucho a crear ese clima tan extraño, y hace que las escenas impactantes (porque las hay, me cago en la puta si las hay) sean aún más efectivas.

En el aspecto interpretativo, la verdad es que todo el elenco de actores hace un trabajo fantástico, pero hay que destacar el superlativo trabajo protagónico de Florence Pugh, que se muestra comprometidísima con su rol y consigue transmitir de manera maravillosamente descarnada la absoluta agonía y la inseguridad de Dani. Desde luego queda clara una cosa: si Aster te elige para protagonizar su película, piénsatelo dos veces, porque te va a hacer trabajar duro y te va a exprimir emocionalmente.

Me he dejado varias cositas en el tintero, pero lo voy a dejar aquí. Como conclusión, diré que a mí trabajos como Midsommar me alegran la semana, qué queréis que os diga. Tal vez no sea una película para todo el mundo (el señor que estaba sentado delante de mí abandonó la sala a la media hora) por su ritmo lento y su violencia gráfica. Tal vez no sea una película perfecta, pero desde luego es única y ambiciosa, llena de detalles y de simbolismo y visualmente espectacular. No esperes una cinta de terror convencional, porque no lo es (creo que hay un sobresalto en toda la película). Y desde luego, no esperes una película fácil. Pero creo que, en esta época de remakes y secuelas, películas como esta son necesarias. Y con esto no quiero decir que todos los remakes y todas las secuelas sean una basura (Toy Story 4, por ejemplo, me gustó muchísimo), sino que agradezco que existan distribuidoras como A24 capaces de apostar por proyectos originales y creativos, proyectos que no recaudarán cientos de millones de dólares, pero que tampoco están pensados para eso. Y por supuesto, mil gracias a Ari Aster, por arriesgar y por estar tan chalado. Sea lo que sea lo próximo que haga este hombre, yo voy a estar ahí para verlo.

Calificación: Imprescindible
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Dabi
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