Película de ciencia ficción, pero con una trama dramática existencialista.

En un futuro no muy lejano, ya con un mayor desarrollo en lo que a viajes al espacio refiere, el astronauta Roy McBride (Brad Pitt) debe viajar hasta Neptuno para resolver un problema que pone en juego la vida en la Tierra, y de paso terminar una antigua misión de su padre.

La primera secuencia sirve para conocer las características del personaje, luego siguen un par de situaciones para entender el contexto y por fin el viaje propiamente dicho hacia el destino final. Todo esto en realidad es un pretexto, para hacer el relato bien ameno y fluido, pero en realidad plantear y tratar de resolver viejos interrogantes existenciales de la humanidad.

Más allá de que nos hará pensar, es una experiencia audiovisual majestuosa, de esas que nos dejan pegados a la pantalla con la boca abierta. Una imagen espectacular y un tremendo diseño sonoro que te hace sentir en cada uno de los escenarios.

Toda banda o cantante tiene en algún momento de su carrera un disco más experimental, ya tuvo éxito y ahora prueba otras cosas. Si no pega, volverá a la vieja fórmula. Eso es lo que para mí es la tercera entrega de El Conjuro.

En esta ocasión, nuestro matrimonio investigador de sucesos paranormales preferido se enfrenta a un caso en el que un joven va a juicio por homicidio, pero en su defensa alega haber estado poseído por el demonio en ese momento, por lo que se declara inocente. Ed y Lorraine, sabiendo que esto es verdad, harán todo lo posible para poder comprobarlo, y en el medio nos encontraremos con otro caso similar, un repaso de su historia de amor y, por primera vez, (agarrate de tu abuela) un antagonista.

Che, pero ¿todo eso?. Sí. Y para esto debieron alejarse un poco del género clásico de terror (sin abandonarlo) y desandar un poco por otros rumbos estilísticos. La película mantiene la cuestión metafísica acostumbrada, sigue habiendo algunos jumpscares, sin abusar del recurso, pero hay más del aspecto policíaco si se quiere, con destellos de cine negro, y algo de melodrama romántico manifiesto en los flashbacks que nos muestran el origen de la adorable pareja. Y a pesar de la aparente sobrecarga de rubros y subtramas, están bien dosificados y amalgamados armoniosamente gracias a decentes guion y montaje.

Nuevamente la actuación de Vera Farmiga es la que sostiene la historia, con un discreto acompañamiento de Patrick Wilson, el día que cambien algo de eso se termina todo. También vuelve a haber una inteligente utilización de los recursos técnicos, tanto en efectos visuales como puesta sonora. Probablemente los seguidores de la franquicia estén decepcionados por el cambio y a los forasteros no les parezca gran cosa, pero termina siendo un producto que cumple.

Un capítulo fresco de los Warren que no sobresale como los anteriores pero, sin más, entretiene. Veremos qué rumbo deciden seguir.

Sony vuelve a utilizar el estilo técnico de Spider-man: Into the Spider-verse y, si decide seguir por este camino, está para pelearle palmo a palmo a Disney-Pixar (hasta que el ratón por fin lo compre).

En esta ocasión vemos a una familia con los arquetipos tradicionales, la cual decide hacer un último viaje para reforzar lazos antes de que la hija mayor parta hacia la universidad. En medio de todo esto, casi al estilo Skynet, las máquinas se rebelan para dominar la Tierra y los únicos que podrán hacerle frente son justamente los Mitchell (que no son ningunos superhéroes, ni mucho menos). En este contexto se darán un montón de situaciones graciosas que a la vez nos irán haciendo conocer más en profundidad a cada uno de sus integrantes.

En primer lugar, y creo que es lo más importante, hay que destacar el estilo y la calidad de animación, como mencionaba al principio. Se combinan estéticas diferentes y utilizan diseños tanto 2D como 3D para darle esa sensación de “comic book vivo” por momentos. Se sabe bien en qué casos alternar entre todas esas características e incluso entrelazarlas. Y qué mejor que acompañar esta maravilla a los ojos con una buena banda sonora.

En cuanto a la historia, si bien no se sale demasiado de la convencionalidad a la hora de retratar a la familia disfuncional que intenta recomponerse, y a esa cuenta casi obligada de intentar dejar una moraleja sobre valores y bla, está muy bien desarrollada y dominada, con un particular frenetismo en diálogos y acciones, propio de los tiempos corrientes. Y hablando de eso, no deja pasar la oportunidad de introducir cierta crítica respecto a la dependencia y/o mal uso de las nuevas tecnologías. Los chistes y situaciones graciosas son incontables y variadas, desde las más “físicas” para los niños hasta las “inteligentes” para adultos, siempre abordadas desde el absurdo. Y además, tiene muchas referencias cinematográficas.

Un producto ideal para disfrutar en familia, con risas a montones.

Difícil ver este drama biográfico sin conocer demasiado de la Guerra Civil en Camboya y el genocidio camboyano que tuvo lugar a partir de 1975.

Si bien en una época hubo quichicientas películas de las Guerras de Vietnam e Indochina, ésta tiene la particular perspectiva de una niña camboyana, vemos desde sus ojos el desarrollo de esta época negra en la historia del país, donde Pol Pot se hace con el poder.

La acomodada familia de Loung Ung (posteriormente activista por los Derechos Humanos, co-guionista del filme) debe irse de Phnom Penh para empezar a trabajar en los campos agrícolas bajo las órdenes del Angkar.

El trabajo de Jolie puede dividirse perfectamente en dos mitades, la primera un poco más sufrida, temerosa, y la segunda más activa, temeraria.

Si bien, como dije antes, tiene una perspectiva propia del lugar, no puede ocultarse cierta influencia ideológica yanqui, anticomunista, donde se llega hasta a banalizar el socialismo (hola, es de Netflix).

Visualmente es exquisita, argumentalmente interesante. La violencia está bien controlada, no es sutil ni obscena.