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España España · Salamanca
Críticas de La Maga
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Críticas 190
Críticas ordenadas por utilidad
8
11 de enero de 2007
4 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Año 2002, Wai Keung Lau y Alan Mak se convierten en la nueva sensación de Hong Kong. Su película Infernal Affairs (titulada en España como Juego sucio) bate el récord de taquilla de su país y reabre la fiebre por el cine de acción. Su éxito es tan grande que son rodadas dos secuelas en apenas un año. El estilo dista bastante del perpetrado por John Woo (Hard boiled). Su sofisticado planteamiento visual, más esquemático y sutil, se aleja de la pirotecnia, y abraza la vida como simulacro en un territorio donde los protagonistas juegan a la ambigüedad. La redención y el código de honor del forajido son metáforas de un estado moral forjado en la perplejidad.

Año 2006, Martin Scorsese no quiere ser menos en la industria, y en una maniobra que esconde un guiño a Hollywood (ya es hora de que le den su merecido Oscar), y otro al actual contexto internacional de miedo, desconfianza e incertidumbre, se decide él también a hacer el remake de una cinta oriental. Aprovechando de su modelo el habilidoso juego por desenmascarar identidades encubiertas (muy propio del cine mafioso que tan bien conoce), y las atractivas circunstancias implícitas de su narración, Scorsese potencia el alma y la verborrea incendiaria de los protagonistas, agrandando aún más si cabe la tensión de su predecesora. El resultado: puro vértigo, el que produce el placer del cine por el cine.

Para este clima de conspiración en el que la mentira impera con el objetivo de camuflarse y obtener información, nada mejor que el bombardeo incesante de imágenes cruzadas y la violencia extrema a que nos tiene acostumbrados el director de Casino. Se difuminan las barreras del bien y del mal a través de conflictos psicológicos y peligros cotidianos. Todos son sospechosos hasta que no se demuestre lo contrario, ironías de la dicotomía. Un poco de Costigan por aquí, un poco de Sullivan por allá. Y en medio, o en la retina: el shakespeareiano capo que compone Jack Nicholson (“Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”), una guapísima y delicada Vera Farmiga, un malhablado Mark Wahlberg, y un enorme (otra vez más) Leonardo DiCaprio. Disfrútenla, no se arrepentirán, porque sentirán que no les han birlado el dinero, ni la identidad.
La Maga
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4
27 de mayo de 2007
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Roland Emmerich (Stargate, El patriota) fabrica su peor película y la infografía vence de nuevo.
No es causal que en una nueva época de crisis económica y política mundial el cine de catástrofes vuelva a ejercer su poderosa fuerza de atracción, la misma que sedujo a las salas durante la década de los 70 (Terremoto, Aeropuerto, Atmósfera cero...) tras una guerra de similares proporciones polémicas. Poco ha cambiado el panorama teniendo en cuenta que este subgénero, salvo excepciones (El coloso en llamas), goza de una credibilidad sustentada básicamente en los efectos especiales. Pero tampoco es casual que sea el director alemán Roland Emmerich, especializado en destruir Nueva York una y otra vez (Independence Day, Godzilla), el que nos reconstruya los efectos apocalípticos de la naturaleza cuando se encuentra cabreada por la acción incontrolada e ignorante del hombre.
Un cambio climático podría acaecer en cualquier momento. En cuanto las corrientes marinas sufran una descompensación de su temperatura, una nueva glaciación no tardará en llegar. El héroe encargado de transmitir tales predicciones recoge el rostro de un actor veterano (Dennis Quaid), curtido en más de una batalla. Como era de esperar, los mandamases se muestran escépticos, no vayan a resentirse las arcas del país y pueda costarles un riñón el hecho de esforzarse en concienciarse. Qué haría, si no, un patriota del país que más contamina al planeta. Se trata de sensibilizarnos con el espíritu ecológico, y si esto fuera poco, nada mejor que un padre empeñado en rescatar a su hijo, a salvo en una biblioteca pública, el cetro de la razón, y acompañado de su única preocupación, un amor en ciernes con auras de Titanic, si no fuera por los lobos encargados (tradición escandinava) de inspeccionar el barco que ha anclado en mitad de la Quinta Avenida, en un espacio que nos retrotrae a la prehistoria, a un estado primitivo. Entre uno de los supervivientes del grupo en cuestión, nostalgia germanófila por la su pervivencia de la civilización suprema (hay que salvar, al menos, dos libros: Nietzsche y una Biblia de Gutenberg), lo que demuestra que Roland Emmerich no es superficial, algo de sociología quisiera mostrar. Los millones de muertos no importan (toda Europa y la parte norte de Estados Unidos se paraliza bajo el hielo), lo esencial es la supervivencia de la humanidad. En estados de caos, la representación del poder se convierte en un falso profeta policial, el perro sigue siendo el mejor amigo del hombre, y se va apagando el humor, menos cuando el presidente de los Estados Unidos perdona toda la deuda externa a los países sudamericanos que faciliten la entrada a sus paisanos. Y llegamos al desenlace, un happy end de bellas imágenes en las que el ejército recoge a sus compatriotas en las azoteas de los rascacielos. Una oportunidad para que el espectador, psicomágicamente, sacie su potencial de destrucción individual en un mundo que acabará por imponerle hasta su propia destrucción.
La Maga
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6
15 de abril de 2007
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El patriotismo americano, actualmente fuera de toda explicación racional para muchos de nosotros, es un cóctel explosivo de fetichismo y rituales en torno a un himno y una bandera. Con la religiosidad como complemento, en un país donde existen más banderas que ciudadanos, y los dos tercios de la población se declaran muy patrióticos, es comprensible que la figura del héroe haya pasado en el cine de John Wayne a John Rambo. Antoine Fuqua, un especialista en el retrato de junglas – la intensa Día de entrenamiento (2001) sigue siendo el cénit de su carrera -, abandona la urbana L.A. para adentrarse en el interior del que podría ser el nuevo patriota del género de acción.
Apoyado en la primera parte (Point of impact) de una trilogía escrita por el Pulitzer y crítico de cine Stephen Hunter, El tirador soporta el pulso de su mirilla sólo en su primer tercio por culpa de una decrépita fórmula (militar retirado en busca de venganza), una cargante trama de conspiración política, y una estética y una dirección demasiado ligadas a la serie 24. Fuqua mantiene la tensión desde un punto de vista técnico, pero no logra que admiremos a su héroe como sería necesario. Un experto en armas, y Michael Peña, paradigma del ciudadano que, alejado del partidismo, prefiere cuestionarse todos los puntos de vista antes que aceptar sin rechistar cualquier información procedente del poder, tratan de suplir las carencias dramáticas de este blockbuster.
Bob Lee Swagger ya no es el antiguo boina verde, especie de pitecántropo rousseaniano, que se enfrentaba a un sheriff de limitados alcances. Atrás quedaron las reaccionarias y belicosas apologías del invencible combatiente. Mantiene, eso sí, esa aspiración a la calma y la soledad, la naturaleza como morada que le infunde fuerza para resistir a la civilización corruptora de las instituciones. El febril patriotismo ha dejado paso a un cínico pseudo-anarquismo que le permite soportar la realidad del duelo, compensada mediante la afirmación de una esperanza que sólo tendrá cura en un reconocimiento tardío. Swagger, como los protagonistas de El cazador, Nacido el 4 de julio o Forrest Gump, representa la guerra interna americana, el resultado de su ideología bienpensante, el comentario desolado y conciliador sobre el lamentable estado de cosas que retrata a USA como fuente de cobardía, ignorancia, ciega celebración, y heroísmo invencible, insaciable. Como siempre, la falsa esperanza de un nuevo día, o dicho de otro modo, la pérdida de identidad patriótica.
La Maga
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7
21 de junio de 2007
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en hechos reales, Beautiful Boxer se erige como manifiesto frente a la intolerancia a través de una mujer encerrada en un cuerpo de hombre. Lástima que a algunos su inocencia no les permita sentir su exótico lirismo.
La Maga
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7
19 de junio de 2007
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mar adentro es el resultado del triunfo de la técnica sobre la inspiración.
Alejandro Amenábar vuelve a incidir en el tema de la muerte (Tesis, Abre los ojos, Los otros...), componiendo, en esta ocasión, su película más hermosa. No obstante, consciente de la facilidad del drama, y sin arriesgar lo más mínimo, propone un intimismo falto de profundidad. Nadie duda de su excelente empleo de los recursos cinematográficos, de su capacidad a la hora de seducir al espectador, pero la paradójica intrascendencia de su tema contrasta con las ensoñaciones, deseos y voluntades de un hombre que no quiso seguir viviendo.
TRUCOS NARRATIVOS
Pocas veces una cinta española ha sido tan mediatizada. Además, Mar adentro huele a muchas cosas vistas, a una amalgama analítica de trucos narrativos que apelan al corazón mucho antes que a la cabeza, y esto es aceptable sólo en el melodrama. Utilizando los recursos estructurales de los filmes dramáticos americanos de superación personal (En la habitación, Lorenzo´s oil, Magnolias de acero...), el director adopta un esquivo enfoque. Resultado: falta de compromiso, debate sesgado y desequilibrio entre el rigor y la emoción. Como espectador, trato de buscar algún porqué al irrefutable e impasible convencimiento del protagonista (¿acaso es un héroe sin fisuras?). Diseñado gradualmente el elemento ideológico, y con la sonrisa de ver a un sacerdote machacado verbalmente, la contención dramática y la seriedad se quiebran. Tampoco ayuda mucho ese segundo viaje de lo más irrisorio a través de la ventana (¿misticismo bucólico de Médem?), ni sus pretensiones transculturales, ni la visión americana de espectáculo que demuestra A pesar de todo esto, las virtudes acaban aplacando sus múltiples defectos. La fotografía de Aguirrerasobe, la gran caracterización de la maquinadora Jo Allen, la portentosa dirección de actores, los diálogos y la planificación minuciosa… revelan a un perfecto conocedor y manipulador de la narrativa visual, a un director moralizante, carente de integridad con el tipo de historia que nos está contando, a un embaucador de complicidad vouyerista.
MOMENTO CUMBRE
Desperdiciado el momento cumbre del suicidio, rodado de manera superficial, fría y rápida, Mar adentro no es ni mucho menos la obra maestra que algunos pretenden hacer ver, pero ojalá todo el cine español poseyera tal calidad y talento. Amenábar es un tipo intuitivo que ha visto, vivido y asimilado muchísimo cine, pero todavía le falta camino para emular la sinceridad de Von Trier, Bergman, Oliveira o Käurismäki, o para explorar la muerte como Isabel Coixet en Mi vida sin mí o Tim Robbins en Pena de muerte. Uno echa en falta algo más de valentía, pasión y espiritualidad, desearía menos trampa y cartón, y en definitiva, menos juegos de prestidigitación. Aun así, Mar adentro es de visión obligada.
La Maga
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