Me disponía a ver ésta película como otra cualquiera, con el principal atractivo de un Burt Lancaster esplendoroso. Sin embargo, la nota no era alta para con lo que después fue. Una gran obra maestra del cine negro y del suspense.

Me ha mantenido en vilo hasta el último instante. El final es épico. A medida que pasa la película lo vas intuyendo, pero... no deja de sorprender. En esos compases finales es cuando aparece la profesionalidad de Lancaster, metido de lleno en el papel e interpretándolo con garra y oficio.

Por otro lado, Anatole Litvak firma su mejor película. Su gran éxito acompañado de un reparto que actúa de manera sensacional y un guión excelente. Altamente recomendable. Me he divertido mucho con lo que ya considero un clásico.

No, no me he equivocado. Obra maestra.

Es una película ya hecha. Lo cual no me gusta, de entrada, porque prefiero ideas nuevas y originales. Pero Tony Scott parece que quiere conventirse en el director 'remake' por excelencia, así que le damos otra oportunidad. Y no le sale mal.

Mi nota inicial iba a ser un 6, pero al ver tantas bajas, le pongo un 7. ¿Por qué? Pues porque es una película para ver sin mayor pretensión que pasar el rato. Además, hay un duelo interpretativo interesante. Y es la primera vez, desde Pulp Fiction, que veo a Travolta hacer un papel con algo de estilo y templanza. Lo ha hecho bien.

Scott aquí cumple, con un ritmo similar a 'El fuego de la venganza', y con un panel de actores mal utilizado. Esa es la pega. La profesionalidad de Turturro no aparece, por ejemplo. Pero sí vamos sobrados de uno de los mejores actores contempóraneos: Denzel Washington.

Si no te empeñas en mirar al pasado y a Walter Matthau, cumple bastante bien.

Dificilmente nos podíamos imaginar a Kelsey Grammer en un papel que no fuera el de Frasier. De hecho, su filmografía posterior no es especialmente recordada, lo que parece injusto para un actor de su nivel. Pero es lo que ocurre cuando un actor se pasa tanto tiempo interpretando al mismo personaje (22 años, en este caso, que se dice pronto).

Y entonces llegó 'Boss'. Y con esta serie Kelsey Grammer se ha desprendido de Frasier de una vez por todas. La interpretación que nos brinda dando vida a un alcalde atormentado, herido y con problemas tan graves es de lo mejor que ha dado la televisión americana en los últimos años, y el nivel no es que sea bajo.

Lo que consigue aquí Grammer no es solo desprenderse lentamente de Frasier, sino mostrar a la gran audiencia una faceta de actor que hasta ahora desconocían en gran parte (salvo los guiños dramáticos de la sitcom por excelencia de los 90): el drama. Aquí Grammer parece un actor hecho a medida para el drama, dando una lección que debería de incluirse en las mejores escuelas de arte dramático del mundo. Impagable, de verdad.

Si a ésto le añadimos los excelentes guiones de la serie, y la gran idea principal, nos da como resultado una de las mejores series dramáticas de los últimos años, y no titubeo al decirlo, a pesar de saber que hay grandes títulos por el medio.

Quien no la ha visto, debe de solucionarlo ya. Imperdible.

Richard J. Lewis nos muestra con humildad, esmero y sobriedad, un retrato costumbrista que retrata a Barney, alguien normal con una vida diferente. Tres fracasos matrimoniales y la espina clavada de un amor dolido es lo que se nos presenta con dos escenas iniciales en las que sabremos todo lo que necesitamos saber para identificar al protagonista de la película.

Las dos primeras historias matrimoniales darán paso al tercero: su primer, verdadero y único amor. Una chica que conoce en su segunda boda y de la que se queda enamorado a los dos segundos. No necesita más. La locura se inserta en la mente de un personaje arrogante, egoísta y con toques neuróticos y de alcoholismo que recuerdan al Allen más íntimo.

El tercer matrimonio nos muestra la decadencia de un personaje sobresaliente interpretado por un notable Paul Giamatti, posiblemente uno de los actores más desaprovechados de América, y que encuentra cobijo en una cinta que parece hecha perfecta para su medida.

Ironía, amor, virtud, decadencia, sensibilidad y otro gran puñado de sentimientos se entremezclan en una película que desprende un gran aroma y deja un buen sabor en la boca.

Días de radio es una de las películas más personales de Woody Allen, donde el pequeño genio neoyorkino da rienda suelta a su pasión por la radio evocando los tiempos dulces de su infancia en un film que podemos calificar casi de autobiográfico. El resultado es notable y acaba por ser una de las mejores películas de Woody Allen.

La película, ante todo es una narración donde Woody Allen recrea un mundo con añoranza. Un mundo – el Brooklyn de los años 40 – que podríamos ya comparar al Macondo de García Márquez, y donde el cineasta se explaya a gusto en una historia que bien podría ser la continuación de la infancia del Alvy de Annie Hall que se nos muestra al principio de esa película.

Narrada con nostalgia, Días de Radio nos proporciona sonrisas comprensivas con el artista; comprensivas porque en el fondo todos en algún momento de nuestra vida extrañamos la infancia e incluso pagaríamos por volver a ella. Los genios no escapan a emociones, y Woody Allen se quita así su espinita particular en forma de película grandiosa.

Pero lo mejor de todo es lo que el maestro crea y consigue: llega al punto de que el espectador sienta esa nostalgia del autor ante una época que desconoce, que no ha vivido. Y todo basándose en la pequeña historia de una familia judía y trabajadora de Brooklyn que vive en ese mundo tan extraño que ahora nos parece, en el que no había Facebook y la conexión de Japón con América no era otra que la radio. Un instrumento que nunca morirá y que en dicha época reunía a familias enteras ante el transmisor para escuchar atentamente las desconocidas e increíbles historias que allí se contaban.

Todo esta combinación consigue que el espectador sienta un regusto personal dulce ante el transcurso de los acontecimientos, donde destaca la narración de la voz en off en sí misma, por encima de las interpretaciones no menos destacables de Mia Farrow o Dianne West.

En definitiva, buenas interpretaciones, genial narración alleliana y una inmejorable banda sonora compuesta por selectas piezas de Harry James, Benny Goodman, Glenn Miller o el mismo Frank Sinatra. Muy buena.