La película, para mí -y es lo único que quiero añadir porque ya se ha dicho todo-, se derrumba sin remedio en el tramo final, cuando el científico dice esa frase profunda de "Calvin no es malo. Sólo quiere sobrevivir". ¡Y un cuerno! Es como si se pretendiera dotar a la película de un carácter reflexivo que evidentemente no tiene. Y peor: como si se diera por hecho que el espectador es tonto. Esa idea no se sostiene si la intentas razonar. Calvin no se está asegurando la supervivencia matando a una tripulación que en ningún momento quería matarle a él; antes bien, todo lo contrario. Ya fuera de su medio, lo que constituye su amenaza es también su única esperanza de sobrevivir. ¿Qué pretende Calvin con llegar a la Tierra? ¿Volverse luego de vuelta en el primer cohete que salga? ¡Y además, carajo, Calvin asesina a la gente con premeditación, alevosía y refinamiento, y no precisamente como un animal herido!

Un padre cría a sus hijos (tres hijos, tres hijas) en un completo y radical aislamiento social, sin ningún contacto con la civilización, pero les obliga a memorizar y a interpretar la Carta de Derechos de los Estados Unidos. ¿Alguien me lo explica? ¿Por qué tienes un discurso compacto acerca de la institucionalización del sentimiento religioso y sin embargo institucionalizas tu devoción por Noam Chomsky, con imágenes devocionales, ritos, cultos y altares incluidos? ¿No es reprobable el hecho de que un padre niegue a sus hijos el acceso a derechos fundamentales como la educación y la sanidad, con el argumento de que no necesitan más educación que la que él les de ni más sanidad que la que puedan procurarse por sí mismos? ¿Puede un solo hombre, en situación de aislamiento social absoluto, dar una educación tan vasta e integral a sus seis hijos, aislados con él, que estos sean tan consumados conocedores de cualquier cosa (desde Literatura a Física aplicada, desde Matemáticas a Derechos civiles) como para que todas las universidades de Estados Unidas les abran sus puertas sin haber ido nunca a un colegio? Además de ser, que no se me olvide, atletas de élite, perfectos cazadores-recolectores y músicos. Si Matt Ross hubiera leído a Chomsky o a Platón –los cito porque son su faro, al parecer- sabría que ni uno ni el otro predican una vida aislada de la sociedad, antes bien al contrario: son constructores de sociedades desarrolladas. Honestamente -y pido perdón por adelantado por la petulancia-, a mí la altura intelectual del discurso buenista y bienpensante de esta película me la da el detalle de que la obra preferida de Bach de una familia que escucha a Bach sean las Variaciones Goldberg de Glenn Gould, que es como decir que tu obra preferida de Stephen King es el El resplandor de Stanley Kubrick. Y con esto no estoy diciendo que no se pueda admirar a Glenn Gould por su interpretación de las Variaciones Goldberg ni a Stanley Kubrick por su adaptación de El resplandor. Quien quiera entender, que entienda. Así que no me voy a extender más sobre la inconsistencia argumental de una película (bienintencionada, eso sí) que, al final, ni siquiera sabe cómo rematar su discurso.
Ahora bien, pese a todo, y sin ánimo de parecer arrogante, en un esfuerzo de tolerancia que el protagonista de esta historia no haría, sí puedo reconocer los valores artísticos de la película y aceptar que funciona bien como producto, como película, que entiendo que en realidad es de lo que se trata. Porque de eso se trata. Esto es una película. No un tratado de filosofía. Y me ha hecho pasar un rato entretenido y pensar al mismo tiempo (lo suficiente, al menos, como para escribir esta reseña). De ahí mi 6.