Inteligente y emotiva fábula de Ladislao Vadja, que una vez más vuelve a recoger los paisajes urbanos que tan bien exploraba lo mejor del neorralismo italiano, con las pinceladas personales de Robert Wise o Martin Rit, respectivamente en las magníficas "marcado por el odio" o "Donde la ciudad termina", pero despojándolas, sin renunciar a un excelente blanco y negro, de toda la sordidez propia de los mismos, para invocar la magia del cine y transformar estos escenarios naturales en una sinfonía de feliz pobreza, algo impostada, ya que para eso es una fábula, y de optimista bondad.

En medio, un magnífico Peter Ustinov, tan tierno en su papel, como comedido en sus gestos, acompañado del siempre entrañable Pablito Calvo, que en su línea habitual, compone con su interpretación, mirada y ropajes, el epítome fílmico de la indigencia en su lado luminoso.

Sin rozar siquiera, a lo largo del metraje, y en ningún momento, la cursilería o la mermelada rosa, Vadja realiza una más que inteligente revisión del mito Scrooge-Dickens, sirviéndose para ello de los ingredientes que cocinan el cine con mayúsculas.: excelentes intérpretes, (incluido el siempre recordado Pepe Isbert), un divertido argumento, y una estupenda y bien aprovechada fotografía de Heinrich Gärtner, para una historia que da un significado totalmente nuevo al socorrido tema de la maldad y la redención.

Un excelente pasatiempo para la reflexión y el alborozo de todos los públicos.

Personalmente, y como introducción,, prefiero con mucho (Y por una vez) el título que a esta película se le dio en España, al original, demasiado largo, si bien éste último, recoge el de la preciosa canción de Canh-Kaper, que embellece no poco las primeras y últimas escenas del film.

También creo más acertada la elección de un impresionante Newman, antes que los amaneramientos acostumbrados de James Dean, actor inicialmente pensado para esta película y que (para posible escándalo de mitómanos) a mí nunca me ha terminado de gustar. A estas alturas no creo necesario reseñar las razones de dicho cambio.

"Marcado por el odio" es una película que recoge lo mejor de Wise como director, y de Newman como intérprete: un actor, efectivamente, de excelencia, que compone las emociones humanas del tormento interior, la crispación, y el odio social más descarnado, con las perfectas esencias emanadas de toda la tradición de la Actor`s Studio en la más pura línea Straberg.

Con una maravillosa fotografía en blanco y negro, que refuerza la trama de eficaz dramatismo, y que parece inspirarse por momentos, en lo mejor del "neorralismo italiano", haciendo para ello un uso excelente de presencias físicas (Harold J. Stonne, o Eillen Heckart, en ambientes de absoluta sordidez urbana, y una estupendas secuencias de boxeo fílmico, tan dramáticas e intensas como bien filmadas, para mí al menos, este clásico es un producto redondo que cumple todos los mandamientos del cine. Distraer (en este caso con mayúsculas) y apasionar (También). La nota final sólo puede ser sobresaliente.

Para colmo se añade una impagable presencia. La de la maravillosa Pier Angeli, de la cual no se entiende que tuviera una carrera tan exigua.

Una gran película, una gran dirección, una gran puesta en escena, y unos extraordinarios actores con impagables secundarios. Todo un lujo.

Desde mi punto de vista, uno de los mayores aciertos de "Wonderwoman, es la habilidad con que, sorpresivamente, tanto Jenkins como una esplendorosa Gal Gadot, completan los caracteres íntimos de una heroína, que en su predecesora, "amanecer de la justicia", no aparecían siquiera insinuados, dando la impresión de un personaje plano, inevitablemente inscrito en el discurso habitual de la superheroína fría y sin matices. pero, hete aquí, que asistimos a un excelente "acabado" de dicha sicología, desmarcándolo del habitual rol de "mujer macho" desvinculada de cualquier capacidad empática con el consabido partenaire masculino, convertido en una mera anécdota emasculada, para subrayar la supremacía de la hembra.

Wonderwoman da un soberbio "carpetazo" a esta corriente en boga, para sorprender con una heroína, capaz de ser tan vulnerable, tan casi accesible, como podría serlo una Anne Blynt, o incluso una June Allynson, en sus momentos más álgidos. Y es que Patty Jenkins, lejos de fiimar una película feminista al uso, filma a todos los niveles, una película femenina, que no renuncia, pese a ciertos colectivos cabreados, a lo más tópico de la mujer, tradicionalmente considerada.

Gadot, haciendo gala de una belleza casi inigualable, que a lo largo del metraje, en ningún momento se subyuga a la realidad de la trama, sino que por el contrario, se potencia por momentos, compone a una heroína que aúna la feminidad más desatada, la ternura hacia los niños, la vulnerabilidad ante el amor hombre-mujer que llega incluso a la rendición, y la protección del más débil, matices que se sitúan a la vanguardia de las demás consideraciones, sin renunciar a otros, como la fuerza o el valor.

Jenkins hace así, una apuesta innovadora (por lo menos hasta cierto punto) alejándose de la frecuente "emasculación" de tanta producción "galáctica", superheróica, o de capa y espada, superando con creces el prejuicio frente a "Viudas negras", "Capitanas Marvel" o antipáticas "Gamoras". La belleza y buena interpretación de la "Gadot", hacen el resto, para ofrecer una de las mejores películas de "superhéroes" de los últimos años, en donde la parte masculina, que corresponde a un dignísimo Cris Pine, sale incluso fortalecida frente a la enjundia de la protagonista.

Si a todo ello, añadimos unos excelentes efectos especiales, magníficamente dosificados para que el espectador no se agobie con una "traca" continua y un argumento de presentación más que adecuado, "Wonderwoman" se convierte, por la mano de sus realizadores, en un casi experimento sociológico de lo más atrayente y digno, que augura buenas perspectivas para una más que esperada secuela. Recomendable.

De Eugeni Martín, recuerdo, más que nada por su reparto semi-internacional, ( si es que por tal puede tenerse al protagonismo de un Mel Ferrer bastante defenestrado) "La chica del molino rojo", y ¡cómo no! por la exultante belleza de Pepa Flores, pura sexualidad, que en aquellas calendas, aún se daba a conocer por su nombre impostado: Marisol.

De "La vida sigue igual", apenas se puede en cambio decir nada especial, excepto que sigue a "pie juntillas" la tónica de las películas bien intencionadas del cine español de la época, que para ser fiel a la misma, no prescinde de ninguno de sus "clichés" más antológicos: chico bueno y sufriente ( seguramente buen español y católico), amor honesto con miras al matrimonio, cómico injertado a la fuerza como contrapunto al supuesto dramatismo de la trama, imprescindible quizás para la estética de entonces, totalmente prescindible para cualquier espectador de la actualidad. ¡Qué comicastro más insoportable es André Pajares!

A pesar de sus tópicos, lo extraño es que con ese amasijo de ingredientes en la coctelera se produce una especie de menestra, o "rara avis" a medio camino entre el biopic, el melodrama romántico, el musical, y la comedia a lo "Landa", sin ser ninguna de estas cosas, lo cual provoca no poco desconcierto.

Ayuda a digerir el producto la nada desdeñable presencia de una "monísima" Jean Harrington de la que nada más se supo, y que subraya el inevitable trinomio amoroso, con morena formal y rubia pizpireta.

Lo peor (y con diferencia), en la más estricta tradición del género, la lacrimógena historia ( insertada de forma brutal, para aprovechar una de las canciones de Julio) del niño "repipí paralizado en la cama, y que para mayor abundamiento, está doblado por adulto en versión "falsete", costumbre muy propia de la época ( y bastante odiosa)

Hoy en día la biografía de un cantante de la talla internacional de Julio Iglesias, merecería algo mejor, pero dado que en aquel entonces la carrera del artista se encontraba en sus comienzos, se puede disculpar (hasta cierto punto) la falta de profundidad del film, así como su más absoluta intrascendencia.

Como anécdota, cabe destacar, en la canción "Hace unos años" la presencia de la malograda Inma de Santis, aquí aún una niña.

Uno de los deberes autoimpuestos antes de escribir nada, y rigurosamente cumplido, fué el revisionado después de un par de años, de la película de Javier Ruiz Caldera, por aquello de la revalorización con el tiempo ¿tiempo? O bien por la posibilidad de que un juicio cargado de los consabidos prejuicios contra el cine español, y otras zarandajas de la tradición pseudo-crítica pudieran ofuscarlo. Tras jurarme por la cabeza de mi madre una objetividad acrisolada, no puedo evitar decir que la revisión no podía ser más decepcionante.
En la línea de saltarse a la torera el espíritu de "Jam", del cual se recuerdan algunas de las viñetas más delirantemente divertidas de la historieta española ( en este caso concreto me niego a llamarlo cómic) Caldera apuesta por el distanciamiento radical de la idea original, que oculta, (o lo pretende) la falta de presupuesto para llevarla a puerto, y opta por un guión "a su manera", como ya lo hiciera en su día Javier Fesser con los agentes más famosos e ineptos de la TIA.
Pero si Fesser recuperaba retazos (algunos muy buenos) del espítitu de Ibáñez con el uso de "gags" en la más pura tradición del "Slapstick", y lo hacía a un ritmo vertiginoso que casi no daba tregua al espectador, Caldera, en cambio, opta por la realización átona, tendente a la ralentización de la acción, e inmersa en el humor más "underground" de la tradición astracanera española.
Apostando de este modo, por la solución fácil, la película va discurriendo a lo largo de su metraje, por una serie de chascarrillos, chistes de salón (pero no Salón de Cómic) y situaciones de escasa hilaridad en la línea de los más "entrañables" tiempos de Ozores (vuelta de tuerca del nuevo cine español "post-olímpico 92), y que nos hace pensar de forma invariable que Caldera convierte en hora y media lo que fue humor inteligente para niños en humor estúpido para adultos (incluyendo un lamentable periplo por los vicios y tópicos de la idiosincrasia española más superada con la que Caldera evidencia que no solo disfrutamos aparentando "cutrez" a los ojos del mundo, sino que además nos regodeamos en ello.( no deja de resultar revelador, el hecho de que las películas de Paco Martinez Soria sean hoy en día tan vilipendiadas por lo mismos críticos que ahora babean con "esto", cuando en ambos casos se recurre exactamente a lo mismo)
Con un Danny Rovira que ni a tortas se desprende de sus "tics" del "Club de la comedia" y una Maribel Verdú extática, casi hierática (en su línea) salva los trastos lo que, sin duda, constituye lo mejor del film, por no decir lo único salvable: una inmensa Alexandra Jiménez, que es por derecho propio, la sorpresa más agradable y estimulante del cine español de los últimos diez años, y que llena la pantalla de presencia y maravillosos estrógenos.
Lo demás, olvidable, incluyendo unos efectos especiales de pésima factura (como dije, regodeándonos) en los que aparecen con siniestra asiduidad paredes de cemento hechas con cartón de embalar neveras, "cromas" que parecen robados del plató de la Bruja Lola, y escenarios de plexiglás.
Podría se peor, desde luego. Ahí está, como muestra, la inenarrable orgía de fotogramas basura que constituyó la experiencia de Antonio Hernández con nuestro "Capitán Trueno". Me niego incluso a citar su título completo.
Las comparaciones siempre son odiosas, y por eso, lo peor de ayer no puede justificar lo malo de hoy.