He tenido que verla dos veces casi seguidas, tenía la sensación de que muchas claves se me habían escapado la primera vez. La película es tan densa en alusiones y símbolos que captarlo todo resulta una tarea punto menos que imposible. Tanto más al estar narrada con un grado de elipsis extremo. No creo que ello sea casual. Para hablar en Hollywood de ciertos temas hay que seguir determinadas reglas si no te la quieres jugar. No se puede pretender abrirle los ojos a quien no quiere ver. Ni tampoco es cuestión de ser demasiado explícito y seguir los destinos de Kubrick o de Passolini...
Con todo, me sigue resultando sorprendente el grado de ceguera de gran parte de la crítica - me he leído unas cuantas. Es como si nadie hubiera oído nunca hablar de la programación mental mediante trauma o de esclavos sexuales MK-ultra. En esta obra no se está hablando de un grupo marginal de pervertidos que se han aficionado al abuso infantil. El protagonista mismo ha sido también una víctima de programación mental mediante trauma, como se nos muestra una y otra vez en los flashbacks. Los abusos que se nos muestran no son ocasionales sino sistemáticos. Y la trama con la que casualmente tropieza es cualquier cosa menos marginal.
Si no se entiende esto, no se entiende nada.
Esto en cuanto al contenido. La narración en sí me ha parecido magnífica. La directora es una auténtica virtuosa en cuanto a mostrar lo esencial con apenas cuatro trazos y dejar el resto del trabajo al espectador. Y Joaquín Phoenix está, en mi opinión, simplemente soberbio.

Para mi gusto Ridley Scott- junto con, entre otros, Almodóvar- representa uno de los mayores batacazos de la historia del cine. Mientras veía "Exodus"- y también una película anterior cuyo nombre he olvidado- me costaba creer que se tratara del mismo director de "Alien" o "Blade Runner", dos de las películas más emblemáticas del siglo XX.
No me voy a extender sobre "Exodus", pues no vale la pena. No es en realidad una película, sino una gran chapuza, donde absolutamente nada funciona: los diálogos parecen sacados mitad del telediario y mitad de algún culebrón sudamericano; la selección de actores la debió hacer un ciego, no recuerdo haber visto en mi vida "egipcios" más americanos ni faraones tan macarras; en cuanto a los hebreos, vale que fueran esclavos, pero un poco de jabón no le hace daño a nadie.
Del rigor histórico, mejor ya ni hablo.
En resumen un plomo de película, donde ni siquiera los efectos especiales están a la altura. Un subproducto hecho con muy poco cariño, que me obliga a preguntarme qué es lo que mueve al director a seguir poniéndose detrás de la cámara, cuando es obvio que no se cree lo que hace.

Tampoco es cuestión de exagerar... De esta película me han gustado dos cosas: en primer lugar la ambientación (y la fotografía) y en segundo que a Lincoln lo hayan doblado con la voz de mi- a ratos- admirado Aleix Vidal-Quadras. Por lo demás, entre cabezada y cabezada lo llevé bastante bien durante las dos horas y media que dura la película. Supongo que lo que ocurre es que hemos llegado ya a tal grado de colonización que nos tragamos la mitología patriótica americana como si tal cosa. Películas en clave puramente local como ésta, deberían despertar el mismo interés fuera de los Estados Unidos que, por ejemplo, un documental sobre la Transición Española en USA (¡y aquí!). A mí, la verdad, no me interesó demasiado nada de lo que vi: básicamente, las mil y una triquiñuelas legales empleadas para hacer aprobar la decimotercera enmienda, que abolía la esclavitud. Supongo que porque ya me resbala toda la fanfarria fundacional americana, Padres Fundadores incluidos.
Además, el Lincoln de esta película, por lo que sé, tiene poco que ver con el Lincoln real, de la misma manera que los verdaderos motivos para abolir la esclavitud no tuvieron seguramente nada que ver con la retórica humanitaria con que nos aporrean en esta cinta de vez en cuando. El director intenta humanizar al personaje mostrándonos su faceta más tramposa, pero está lejos de conseguirlo. El Lincoln de esta película sigue pareciéndonos una especie de santo laico, que desciende de vez en cuando al nivel del común de los mortales para contar chistes sin gracia, soltar frases para la historia y mirar al infinito. Puro cartón piedra, sólo que del más caro.

Este director, de quien no sabía nada hasta ahora, al parecer no está muy bien visto en su país de origen a causa de su empeño en exponer sin adornos las lacras de la sociedad rusa. Que, por otra parte y a tenor de lo visto, no me parecen tan diferentes de las de cualquier otra sociedad occidental.
A mí esta obra me ha sorprendido, por no decir que me ha dejado con la boca abierta. Hasta el punto de que no sé muy bien por donde empezar. Llama la atención la crudeza de los diálogos, la descarnada falta de humanidad de algunos personajes, prisioneros de una telaraña de relaciones malsanas de la que resulta imposible escapar. El incidente que precipita la tragedia - la desaparición del hijo - sirve para hacer todo ello aún más patente, haciendo aflorar el lado más cruel, egocéntrico, cobarde y mezquino de los protagonistas, en lugar de su mejor parte como querría el tópico.
En mi opinión esta es una de aquellas raras películas donde no sobra ni falta nada: todo está en su justo lugar, no hay nada que chirríe. Por mal que lo esté pasando uno resulta casi imposible despegar los ojos de la pantalla.
Un mérito añadido es la destreza con que el director consigue evitar cualquier sentimentalismo y, a pesar de ello, con apenas unos pocos trazos, transmitir emoción auténtica.
Acostumbrados a un cine de fórmulas como el de Hollywood -recetas casi perfectas, pero recetas al fin y al cabo-, resulta refrescante encontrarse con esta otra manera de narrar. Y de interpretar: los actores están magníficos.

Rafael Azcona, autor del guión, era un genio y comparte con el director la mitad del mérito de esta obra. Esta, en mi opinión, es una de las mejores películas españolas de todos los tiempos, aunque el director fuera italiano. Ofrece un verdadero fresco de la vida en un país mucho más pobre, pero también mucho más optimista y confiado. No es una película antifranquista ni de crítica social, mal que les pese a muchos, y ese uno de los motivos de que haya resistido tan bien el paso del tiempo. En ella no hay un solo personaje fallido, todos tienen peso específico, aunque, por supuesto, el gran Pepe Isbert brille con luz propia en este revoltijo de historias entrecruzadas. Tengo poco más que decir, salvo que después de más de veinte años la he disfrutado tanto o más que la primera vez que la vi. Y añado que da un poco de pena ver a qué velocidad y hasta qué punto el país y el cine se han deshumanizado desde entonces.