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Críticas de Wladimyr Valdivia
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Críticas 157
Críticas ordenadas por utilidad
3
31 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Sal” es el primer largometraje del argentino radicado en Chile, Diego Rougier, y llega precedida de un importante prontuario a nivel internacional: Mejor Western en el Festival de Cine de Houston y Mejor Película en el Festival de Cine de México, además de continuar en pleno circuito por otros importantes eventos al otro lado del mundo. Distinciones de sobra para asistir al cine y comprobarlo en terreno.

La película, filmada en el Desierto de San Pedro de Atacama y que tardó cerca de cuatro años entre producción y rodaje, tiene la particularidad además de estar protagonizada por el español ganador del Goya, Fele Martínez. Es él quien interpreta a Sergio, un director de cine español obsesionado con la idea de realizar un western, el cual ya tiene escrito, pero por el que poco apoyo recibe de productores conocidos. Es entonces que decide viajar a Chile, al desierto más árido del mundo, en busca de inspiración y la posibilidad de conseguir su objetivo. Sin embargo, en cuanto pisa suelo nacional, es confundido con Diego, un chileno desaparecido con deudas que pagarle a Víctor (Patricio Contreras), el tipo poderoso del lugar, siendo Sergio perseguido, amenazado y obligado a vivir una aventura impensada, convirtiéndose en el protagonista de su propio guión.

La cinta parte de una manera muy correcta, presentando poco a poco a los personajes e introduciéndonos a Sergio, con imágenes filmadas en España -aunque predominan los interiores- para pasar rápidamente a Chile, y metiéndonos de lleno en la trama principal, con apariciones de personajes menores, extras, y el grueso del resto del elenco, que van dándole forma a la historia que ya en sus primeros minutos comienza a tornarse excesivamente predecible y a posicionar a los distintos elementos/personajes como tópicos de un film inspirado en la soledad del desierto (a falta del lejano oeste). Conocemos a Víctor (Contreras), el más temido de los habitantes de la zona; a María (Contador), su mujer y femme fatale de la historia; a Héctor (Valenzuela) y a Pascal (Dubó), ambos como mano derecha de Víctor; y al Viejo Vizcacha, (Hernández), el sabio y respetado del pueblo. Y es aquí donde violentamente, la cinta comienza a caeren picada libre sin que nadie consiga salir al paso y sacarla a flote.

Si bien el hilo argumental de la película ofrece la posibilidad de regalarnos personajes interesantes, enfrentamientos a sangre fría, frases inolvidables, pasión, e incluso referencias a otras cintas (las que siempre se agradecen cuando son bien tratadas), sólo se queda en las buenas intenciones envolviéndonos en un embrollo del que sólo queremos salir. Las interpretaciones teatrales y la falta de convencimiento y compromiso con cada uno de los personajes terminan siendo abusivas, al punto de ser imposible olvidarnos del nombre real de los actores. Salvo Dubó y Jaime Omeñaca (papel corto, pero preciso), la cinta pierde peso con la falta de capacidad interpretativa de los actores y esto, en un western, donde la piedra angular son los diálogos, las miradas y los respiros, no se perdonan. Al punto que en una película con tan pocos personajes, que el propio director haga un cameo con parlamento incluido, no pasa desapercibido, menos aún si no se tiene ni una pizca de talento actoral, pasando a ser un mal chiste en una película que pretende totalmente lo contrario.

Hay algo que es y será siempre fundamental en la realización de un western, y es la participación de secundarios, cuya primera y única función es potenciar tanto al protagonista como a su antagónico, elemento del que carece “Sal” o, al menos, falla en su intento por lo antes mencionado.

Aunque no se le saca el máximo provecho a una locación tan sublime y mágica como lo es el Desierto de Atacama, el uso de la cámara y la fotografía son quizás lo más destacado del film, dentro de lo que se puede rescatar. Se aprecia la mano de Rougier en la dirección de actores y la edición es certera, apoyada fuertemente por la banda sonora a cargo de la banda nacional Silvestre, que demuestra la madurez que han conseguido en el sonido, capaz de levantar un film que por momentos se cae a pedazos, producto de la falta de sangre en el cuerpo a la hora de interpretar, el desaprovechamiento de clichés, y la utilización de la comedia como recurso a favor de los personajes y no a disposición de los requerimientos de la historia.

Siempre me he preguntado si los actores, e incluso, los propios directores, son lo suficientemente objetivos para criticar un trabajo propio y reconocer si un resultado es de calidad, bien logrado y bien actuado, o no. Me cuesta trabajo creer que Fele Martínez, con su vasta trayectoria, sea capaz de aplaudir de pie una película que ofrece demasiado, pero que termina entregando lo mínimo, más allá de lograr cautivar a cierto grupo de espectadores entretenidos por ver en la pantalla grande a actores reconocidos, con los que empatizan gracias a otros papeles de sus carreras, y no por estos.

Finalmente, de western tenemos tan sólo el desierto, un par de sombreros y pistolas de largo cañón. Un intento que podría haber conseguido otro resultado si tan sólo hubiera importado retratar lo que realmente significa la palabra “western”, ese mismo significado que Ringo Kid en “La Diligencia” (1939) tenía en mente cuando se enfrentó a todos esos indios, o la entrega de Joe, capaz de enfrentarse cara a cara contra los Baxter y los Rojo a la vez en “Por Un Puñado de Dólares” (1964) tan sólo por dinero y el amor de una mujer. Hablamos de un western, ese que al finalizar sólo queremos salir a disparar, besar a la mujer del otro e irnos cabalgando sin destino con nuestra conquista rebosando de amor arriba del caballo. Y no hablo de clichés ni estereotipos, hablo de la mística, hablo del corazón de hierro que un director debe tener a la hora de querer filmar una historia llena de sal, pasión y venganza y que, en esta ocasión, a Rougier se le quedó en las oficinas de Santiago.

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Wladimyr Valdivia
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6
31 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de largos meses de espera, se estrenó en Chile “03:34, Terremoto en Chile”, película basada en los hechos ocurridos el 27 de Febrero pasado, cuando el embate de un sismo de magnitud 8,8° y un tsunami devastaron parte del sur de Chile. Evidentemente, la responsabilidad de Juan Pablo Ternicier (director) y de Mateo Iribarren (guionista) era tremenda, por ser la primera cinta de ficción realizada en nuestro país a partir de los hechos, a tan sólo 15 meses de la tragedia y un país expectante (principalmente los más afectados) por ver el resultado.

Partamos diciendo que “03:34” no es un documental, ni mucho menos pretende reunir todos los elementos que formaron parte de lo ocurrido. La cinta es el retrato de historias vividas por diversas familias afectadas en el país, recopiladas tras meses de trabajo por parte de la producción y resumidas de forma colectiva (con gran parte de ficción incluida) en tres historias, que tienen en el terremoto su punto en común y que convergen de alguna manera hacia el final de la película.

A la hora del sismo, Alicia (Andrea Freund) se encuentra en Pichilemu junto a unos amigos mientras su ex marido veranea en Dichato junto a sus dos pequeños hijos. En la misma zona, Ana (Loreto Aravena) y un grupo de amigos universitarios se preparan para una noche de fiesta a pasos de la playa. Y mientras, en Chillán, dos reos consiguen escapar de la cárcel, donde uno de ellos sólo desea llegar a Concepción, donde su hija reside con sus abuelos en el edificio “Alto Río”, recordado por ser uno de los más dañados a causa del terremoto.

Claramente, la intención del director era profundizar en los personajes y reflejar el sentir y el cómo muchos de los chilenos enfrentaron los hechos. La cinta deja de lado la crítica social y cualquier aspecto político, la participación de la prensa o la reacción del Estado en la toma de decisiones post catástrofe. Los protagonistas son las víctimas y el terremoto su leit motiv. Durante los primeros veinte minutos se nos introducen a los personajes, mientras que el resto de la cinta se desarrolla llevando a la par las tres historias. Probablemente si no hubiese ocurrido el sismo y el director realizaba este trabajo a partir de historias totalmente ficticias ocurridas en otro sismo de otro país, el resultado y la sensación habría sido aún más satisfactoria, desde un punto de vista coral, por su dramático desarrollo y la calidad técnica en edición, imagen y sonido. Sin embargo, no podemos sentirnos ajenos a las imágenes y debemos juzgar con la vara que corresponde.

Más allá de aciertos o situaciones que difieren con la realidad, la película consigue su objetivo y encuentra en el guion y en las actuaciones su parte más solida. Hace bastante tiempo que el cine chileno no nos entregaba un par de actuaciones tan superlativas como las de Roberto Farías y Fernando Gómez-Rovira, quienes interpretan a los presos fugados de la cárcel de Chillán. El primero intratable, fresco y natural; el segundo quizás con gran parte del peso dramático de la cinta, contenido y angustiado al desconocer el paradero de su hija. El resto del elenco se mantiene sobre la media, a pesar de esas insostenibles sobreactuaciones que, al parecer, serán el karma del cine chileno por el resto de nuestras vidas mientras se siga trabajando en cine con actores de formación teatral.

Filmada en Dichato, Concepción, Chillán y sus alrededores, el director y su ópera prima aprueban, en parte, por la manera en cómo su línea argumental no se ve absorbida por el protagonismo del movimiento telúrico, cuya participación se limita a escasos dos minutos de metraje como máximo, marcando la pauta sobre lo que nos debe importar en pantalla; y el excesivo cuidado puesto en situaciones que para muchas mentes y corazones, aún siguen latentes. Sin embargo, es quizás el ritmo narrativo el que resta cierto interés a una cinta que tampoco se hace fuerte en los diálogos que sí debiesen marcar el pulso de los hechos, los que quedan a la deriva en algunos pasajes de la película (y donde la sobreactuación de secundarios y extras se vuelve a hacer presente), cuando la acción y la crudeza de sus imágenes se convierten en los protagonistas, siendo un factor en contra para alcanzar la emotividad que intentan darle los personajes, los que son llevados al extremo en situaciones demasiado límites, casi irrisorias, y que se alejan de una realidad vivida por la gran mayoría. Difícilmente el cuerpo de bomberos haya permitido que un civil intente rescatar a su hija por sus propios medios internándose en medio de las ruinas poniendo en riesgo muchas otras vidas. Difícilmente una mujer se haya reencontrado de esa manera con sus hijos en una ciudad totalmente devastada.

No espere encontrarse con el manoseado “concepto 27/F” y todas sus aristas a nivel nacional bajo ningún precepto. Con una mirada honesta y sin pretensiones, “03:34” es el retrato de la naturaleza humana a destajo, en donde el terremoto se convierte en excusa para mostrarnos el lado B de personas controladas por el caos y llevadas por el deseo y la desesperación, en un contexto que por mucho tiempo gran parte de Chile pueda fácilmente olvidar.

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Wladimyr Valdivia
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6
30 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esperado era este nuevo remake de uno de los clásicos de la cinematografía norteamericana de los ’80, cuando el Sr. Miyagi y Daniel Larusso se enfrentaban a ese hostil grupo de malditos karatecas. La apuesta era arriesgada. Siempre es un misterio el resultado cuando se intenta repetir una fórmula exitosa y aprobada, pero esta vez con nuevos actores, una historia similar pero no idéntica y, por supuesto, otra dirección y nuevos y mejores recursos técnicos.

Este retelling (repetición de una película contada con nuevas situaciones y alterando circunstancias de la historia, no así el argumento central) de “The Karate Kid” (1984), cuenta la historia de Dre Parker (Jaden Smith), un niño de 12 años que se ve obligado a trasladarse a China junto a su madre (Taraji P. Henson) por razones de trabajo. Incómodo en el país, su desadaptación social se agrava cuando un grupo de pequeños matones de su nuevo colegio e integrantes de una escuela de kung fu lo golpean y amenazan, luego que Dre hiciera amistad con la joven Meiying (Wenwen Han), quien se comienza a robar el corazón del pequeño. Inseguro y temeroso, Dre conoce a Mr. Han (Jackie Chan), un autoexiliado maestro de Kung Fu el que lo tomará como su pupilo para prepararlo ante la vida y las amenazas de los colegiales luchadores.

Este nuevo y mal llamado “The Karate Kid” (ya que la disciplina de lucha que vemos es el Kung Fu procedente de China y no precisamente Karate, de reconocido origen japonés) estuvo a cargo del director Harald Zwart, quien ya había incursionado en cintas de corte humorístico familiar con “Agent Cody Banks” (2003) y “The Pink Panther 2” (2009), y tomó todos los riesgos posibles: intentar convencer a miles de seguidores de la cinta original con una versión moderna y retocada; utilizar un protagonista que aprobó con creces junto a su padre en “Pursuit of Happyness” (2006) pero que aún no lo habíamos visto cargar con todo un film a cuestas; y reinventar a un Jackie Chan con un papel que se lleva todo el peso dramático de la cinta, alejándolo de las cómicas peleas a las que nos tiene acostumbrados. Y el resultado fue sencillamente… sorprendente.

Sin superar a la original en términos de trascendencia y sencillez, pretendiendo alcanzar lo emocionalmente épico echando mano de los ya clásicos y modernos recursos técnicos, la película sabe sobreponerse a la gran responsabilidad de cumplir gracias a una serie de aspectos importantes que vale la pena reconocer:

- El gran acierto al elegir a Jaden Smith. El hijo de Will se roba la película con una frescura y espontaneidad que ya se la quisieran los más costosos actores del firmamento hollywoodense. Se aleja de los estereotipos y se muestra vulnerable junto a su madre e imponderable junto a su maestro, traspasando las emociones al espectador e interpretando la base del conflicto. Un carisma único y superior, incluso, al de su propio padre.

- La grata sorpresa de ver a Jackie Chan en un papel absolutamente creíble, uno de los grandes temores al enterarnos de su participación como el nuevo “Miyagi”. Su personaje define el melancolismo, la sabiduría y el dramatismo en la trama, sin sobreactuaciones y con un particular equilibrio.

- La historia en su guion, a pesar de haber sufrido ciertas modificaciones, es contada de manera lineal, sin aspavientos y sin dejar de lado ninguno de los aspectos más importantes a considerar, respecto a las relaciones humanas, el escenario socio cultural y las lecciones de vida a las que el pequeño Dre se comienza a ver enfrentado. Esto último siempre se agradece en formatos donde los actores y las grandes escenas suelen robarse el primer plano. La incorporación y la relevancia que se le otorga al lugar y al “donde”, agrega cierta profundidad acerca de la cultura oriental, aportando por completo a la atmósfera general de la cinta, y la modificación de momentos claves resultaron un absoluto acierto, como el reemplazo del ya clásico “encerar, pulir” por un juego que ni el más suspicaz se podría haber imaginado.

Una película absolutamente familiar, casi de clasificación infantil, sin el alma y el corazón de la primera, pero con todos los ingredientes suficientes para entretener, hacernos cortos sus 131 minutos, y conmovernos en más de algún minuto. Me tomo la licencia de comparar (si no se compara un remake con su predecesora, entonces cuando) para decir que, si bien, la química entre ambos protagonistas se consigue rápidamente, la relación de amistad y paternidad es mucho más sincera y fluida en la cinta de 1984. Por otra parte, las impresionantes capacidades y técnicas aprendidas en tan poco tiempo por Dre hacen mella del realismo del cual si bebe la primera versión, probablemente por carecer de recursos fílmicos y estéticos. Pero aplaudamos lo importante: La relación familiar y la ausente figura paterna, la importancia del respeto, la amistad, la dignidad, la superación, las convicciones y la adaptación transcultural son tratados con mesura y prevaleciendo en toda la narrativa.

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Wladimyr Valdivia
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4
30 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es fácil hablar de una película que, por un lado, recauda en su primera semana de estreno 180 millones de dólares (algo así como un nueve seguido de diez ceros en pesos chilenos), alcanzando el primer lugar en todas las salas de cine del mundo en donde está siendo exhibida, y por otro lado, un gran espectro de cinéfilos no reconoce ni una sola pizca de gracia, talento ni entretenimiento en esta, la tercera cinta de la trilogía Twilight, basada en los exitosos libros de Stephenie Meyer.

Respetando ambas posiciones e intentando alcanzar la objetividad, partamos por el comienzo. En Seattle, una gran cantidad de brutales crímenes están ocurriendo y se presume sobre algún asesino en serie. En otro lugar, una vampiresa líder del grupo de los Volturi, anhela vengarse del clan Cullen. Mientras, en Folks, Bella (Kristen Stewart) acaba de terminar sus estudios y, a diferencia de sus compañeros, su mente no está puesta precisamente en su siguiente paso académico, sino que en convertirse en la esposa de Edward (Robert Pattinson), para dar su paso a la inmortalidad y vivir para siempre como una más de ellos. Pero Jacob (Taylor Lautner) no se las hará tan fácil, pues su amor por Bella sigue intacto y hará lo imposible por ganarse su corazón. Pero este asesino de Seattle no era sino un ejército de neófitos, que en pleno elixir de sus ancestrales vidas, buscan enfrentarse a los Cullen y desatar una guerra sin tregua, con Bella y su apetitosa sangre en medio del camino.

Entendamos a “Crepúsculo” como lo que es, una saga dirigida para un público pre adolescente -principalmente femenino-, que se sostiene sobre un trío amoroso y una aventura de desamor, con la fantasía y el grado de acción necesario para cautivar a la audiencia objeto. Probablemente lo consigue y por ello ha tenido el éxito que ha tenido. Por lo mismo es que no le pidamos más. Que nos parezca injusto que, en oposición, grandes trabajos audiovisuales pasen desapercibidos a nivel comunicacional por carecer de estereotipos y bla bla bla… es harina de otro costal y tema para otra larga conversación.

Esta tercera y última parte que cierra la saga, fue dirigida por David Slade (“Hard Candy”, “30 Days Of Night”) y es, sin duda, la mejor de las tres cintas en términos literarios, en donde el director retrató casi de forma exacta los pasajes del libro. La trilogía, en general, no tiene un argumento a partir del cual se pueda profundizar demasiado, no tiene un reparto con grandes actores y no requiere un esfuerzo mayor poder predecir lo que el siguiente plano nos mostrará. La historia se torna densa y gira sobre el eterno dilema de Bella (consagrada como una de las actrices menos expresivas del orbe), entre optar por la somnolienta pasión de un vampiro de cientos de años, o el amor del amigo tímido de infancia que resultó no ser tan tímido como parecía. Todo esto rodeado de leyendas pasadas, viejas rencillas entre manadas y clanes, compañeros del High School y una monotonía en cada uno de los forzados diálogos de la cinta. “Te amo. Si, te amo. A Jacob lo amo, pero a ti te amo más. No quiero perderte…”.

Podríamos despedazarla. Podríamos decir que es lo peor que ha llegado a la cartelera en lo que va del año. Podríamos decir que, si bien, la historia no da para más, se podrían haber abordado temas y desarrollado interesantes personajes que secundaban la película: la relación de Bella con su madre, su presente-ausente papá que resultó ser más permisivo que nunca, fortalecer las debilidades de los protagonistas acercándonos aún más a la Tribu Quileute (hombres lobos), a los Volturi, al nuevo ejército vampirístico o, simplemente, hacernos más creíble la relación entre ambos protagonistas. Sin embargo, terminan siendo la piedra angular de la novela la necesidad de Bella por casarse y robarle de una vez por todas la virginidad al conservador Edward, mientras mira de reojo el desarrollado físico de su lobo, a quien las feromonas ya no lo dejan pensar, con una simple y absurda excusa de guerras y deseos como telón de fondo, y sería.

En términos técnicos, la película tiene en su trabajo de fotografía y su puesta en escena lo más interesante. La atemporalidad de los hechos puede jugar a favor de los personajes y, casi de manera forzada, las relaciones entre ellos son algo más complejas que en las anteriores, lo que se agradece, dentro de la incapacidad general por parte del argumento de conseguir algo más que un par de suspiros por parte de la fanaticada. Dicho todo esto, se entiende que quienes subestiman al consumidor con trabajos tan carentes de contenido no son quienes lo comentamos, sino quienes finalmente son los únicos ganadores al término de una franquicia tan malamente exitosa como esta, que se estiró demasiado para contarnos tan poco.

Pero insisto. Esto es “Eclipse”, una película convencional que determina a toda una generación y a la que no le podemos pedir más. Es el producto más rentable en términos económicos, pero que, definitivamente, debió quedarse sólo en el formato papel para no quitarle un cupo a la escasa cartelera local.

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Wladimyr Valdivia
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5
23 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Debo reconocerlo, nunca fui seguidor de la serie. Serie basada en el libro escrito por Candace Bushnell del mismo nombre que se mantuvo al aire en HBO por seis años -llegando a su fin el 2004- y nominada a 50 premios Emmy durante todo ese tiempo. Pero no por ello desconocía los nombres y, mucho menos, ciertas aventuras de Carrie, Charlotte, Miranda y Samantha, cuatro amigas de la tercera década, eternas solteras a voluntad que se desenvuelven en una comedia de situaciones con tintes dramáticos, destapando más de alguna problemática social.

Cuatro años después, el director Michael Patrick King las vuelve a juntar en un capítulo larga duración para la pantalla grande. Ahora Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker), exitosa escritora e ícono de la moda Neoyorquina, está a punto de casarse con Mr. Big (Chris Noth), su eterno enamorado; Charlotte (Kristin Davis) quien soñaba con la concepción, ahora es feliz junto a su pequeña hija oriental; Miranda (Cynthia Nixon) es trabajólica y ni siquiera tiene tiempo para “relacionarse” con su -poco talentoso- marido; y Samantha (Kim Cattrall) es exitosa, feliz, materialista e insaciable, pero aún no consigue un amor de verdad. Cuatro inseparables cuyas vidas no han sido fáciles, pero a quienes nunca les falta el tiempo para reunirse, tomarse un trago por ahí o ir a los últimos desfiles de moda de la ciudad.

La cinta recorre sus amores y desamores en un escenario con marca registrada: Nueva York de noche, restaurantes, luces en exceso, el último abrigo de moda, portadas de revistas y una que otra fiesta en solitario tras alguna discusión con la pareja. Aunque el guión resulta superfluo, el resultado final es relativamente satisfactorio, y esto se debe únicamente al apego con los personajes que alcanza a lograr o que, quienes adoraban la serie, ya lo tenían. La puesta en escena es a ratos demasiado exagerada, mostrando al ramillete de mujeres como reales estrellas del cine sin más problemas que los que el corazón pueda determinar, desaprovechando el tema para profundizar en ciertos aspectos. El excesivo humor y sarcasmo heredado de la serie, terminar por agotar y confundirnos entre las diversas situaciones dramáticas que cualquier mortal se tomaría mucho más en serio que olvidar las penas tomando unas relajadas vacaciones a paradisíacas playas de México.

Ni siquiera da para comentar la calidad en las interpretaciones, no porque sean malas ni mucho menos, sino que no corresponde juzgar a cuatro actrices que, sea como sea, ya demostraron durante todas las temporadas de la serie que saben contarnos historias. No por nada fue el éxito que alcanzaron durante la década pasada. Destacar la aparición de Jennifer Hudson, actriz y cantante, finalista de “American Idol” y posteriormente ganadora del Oscar, el Globo de Oro y el BAFTA el 2006 por su trabajo en “Dreamgirls” (2006),quien es la única que nos devuelve a la Tierra durante los 148 minutos que dura la cinta, entre tanta farándula, cenas de alta alcurnia y closets repletos de zapatos taco alto.

Cine con apellido: comercial. Que promueve la frivolidad y el consumismo, pero que no se miente a si mismo y sólo pretende darnos 2 horas de entretención y sentimentalismo, y eso es digno de destacar. “Sex and the City, la serie”, siempre ha sido un producto perfectamente confeccionado, y eso no lo vamos a descubrir ahora visitando esta humilde revista. La película, sin duda, está hecha para los seguidores de la serie y, probablemente el efecto que produce es similar al que se siente al reencontrarse con viejos amigos. (Curiosamente, a una semana del estreno mundial, en la web comenzaron a circular fotos de la bella Kristin Davis desnuda y teniendo sexo oral. Si eso no es publicidad, entonces estamos todos locos).

El cierre perfecto para algunos fanáticos, para otros una comedia romántica más, que llena los bolsillos de la industria a costa nuestra. Pero admitámoslo. A veces, necesitamos de la ficción para compensarnos con la felicidad ajena, y aunque muchos nunca nos sentamos a verla frente al televisor más de 20 minutos, sabemos como piensan las mujeres o, al menos, eso creemos. Y no me cabe duda que el príncipe azul no es lo único que tienen en mente… o si? Nos guste o no, ellas tienen la última palabra.

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