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Chile Chile · www.elotrocine.cl
Voto de Wladimyr Valdivia:
3
Western Sergio, un director de cine español, está obsesionado con hacer un western. Debido al rechazo constante de diferentes productores decide partir hacía el Norte de Chile a buscar la inspiración necesaria para reescribir el guión que siempre soñó. Al llegar al desierto de Atacama (el más árido del mundo) es confundido con Diego. Pero, Sergio no sabe del pasado criminal de este y de las relaciones secretas que mantenía con la esposa del ... [+]
31 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Sal” es el primer largometraje del argentino radicado en Chile, Diego Rougier, y llega precedida de un importante prontuario a nivel internacional: Mejor Western en el Festival de Cine de Houston y Mejor Película en el Festival de Cine de México, además de continuar en pleno circuito por otros importantes eventos al otro lado del mundo. Distinciones de sobra para asistir al cine y comprobarlo en terreno.

La película, filmada en el Desierto de San Pedro de Atacama y que tardó cerca de cuatro años entre producción y rodaje, tiene la particularidad además de estar protagonizada por el español ganador del Goya, Fele Martínez. Es él quien interpreta a Sergio, un director de cine español obsesionado con la idea de realizar un western, el cual ya tiene escrito, pero por el que poco apoyo recibe de productores conocidos. Es entonces que decide viajar a Chile, al desierto más árido del mundo, en busca de inspiración y la posibilidad de conseguir su objetivo. Sin embargo, en cuanto pisa suelo nacional, es confundido con Diego, un chileno desaparecido con deudas que pagarle a Víctor (Patricio Contreras), el tipo poderoso del lugar, siendo Sergio perseguido, amenazado y obligado a vivir una aventura impensada, convirtiéndose en el protagonista de su propio guión.

La cinta parte de una manera muy correcta, presentando poco a poco a los personajes e introduciéndonos a Sergio, con imágenes filmadas en España -aunque predominan los interiores- para pasar rápidamente a Chile, y metiéndonos de lleno en la trama principal, con apariciones de personajes menores, extras, y el grueso del resto del elenco, que van dándole forma a la historia que ya en sus primeros minutos comienza a tornarse excesivamente predecible y a posicionar a los distintos elementos/personajes como tópicos de un film inspirado en la soledad del desierto (a falta del lejano oeste). Conocemos a Víctor (Contreras), el más temido de los habitantes de la zona; a María (Contador), su mujer y femme fatale de la historia; a Héctor (Valenzuela) y a Pascal (Dubó), ambos como mano derecha de Víctor; y al Viejo Vizcacha, (Hernández), el sabio y respetado del pueblo. Y es aquí donde violentamente, la cinta comienza a caeren picada libre sin que nadie consiga salir al paso y sacarla a flote.

Si bien el hilo argumental de la película ofrece la posibilidad de regalarnos personajes interesantes, enfrentamientos a sangre fría, frases inolvidables, pasión, e incluso referencias a otras cintas (las que siempre se agradecen cuando son bien tratadas), sólo se queda en las buenas intenciones envolviéndonos en un embrollo del que sólo queremos salir. Las interpretaciones teatrales y la falta de convencimiento y compromiso con cada uno de los personajes terminan siendo abusivas, al punto de ser imposible olvidarnos del nombre real de los actores. Salvo Dubó y Jaime Omeñaca (papel corto, pero preciso), la cinta pierde peso con la falta de capacidad interpretativa de los actores y esto, en un western, donde la piedra angular son los diálogos, las miradas y los respiros, no se perdonan. Al punto que en una película con tan pocos personajes, que el propio director haga un cameo con parlamento incluido, no pasa desapercibido, menos aún si no se tiene ni una pizca de talento actoral, pasando a ser un mal chiste en una película que pretende totalmente lo contrario.

Hay algo que es y será siempre fundamental en la realización de un western, y es la participación de secundarios, cuya primera y única función es potenciar tanto al protagonista como a su antagónico, elemento del que carece “Sal” o, al menos, falla en su intento por lo antes mencionado.

Aunque no se le saca el máximo provecho a una locación tan sublime y mágica como lo es el Desierto de Atacama, el uso de la cámara y la fotografía son quizás lo más destacado del film, dentro de lo que se puede rescatar. Se aprecia la mano de Rougier en la dirección de actores y la edición es certera, apoyada fuertemente por la banda sonora a cargo de la banda nacional Silvestre, que demuestra la madurez que han conseguido en el sonido, capaz de levantar un film que por momentos se cae a pedazos, producto de la falta de sangre en el cuerpo a la hora de interpretar, el desaprovechamiento de clichés, y la utilización de la comedia como recurso a favor de los personajes y no a disposición de los requerimientos de la historia.

Siempre me he preguntado si los actores, e incluso, los propios directores, son lo suficientemente objetivos para criticar un trabajo propio y reconocer si un resultado es de calidad, bien logrado y bien actuado, o no. Me cuesta trabajo creer que Fele Martínez, con su vasta trayectoria, sea capaz de aplaudir de pie una película que ofrece demasiado, pero que termina entregando lo mínimo, más allá de lograr cautivar a cierto grupo de espectadores entretenidos por ver en la pantalla grande a actores reconocidos, con los que empatizan gracias a otros papeles de sus carreras, y no por estos.

Finalmente, de western tenemos tan sólo el desierto, un par de sombreros y pistolas de largo cañón. Un intento que podría haber conseguido otro resultado si tan sólo hubiera importado retratar lo que realmente significa la palabra “western”, ese mismo significado que Ringo Kid en “La Diligencia” (1939) tenía en mente cuando se enfrentó a todos esos indios, o la entrega de Joe, capaz de enfrentarse cara a cara contra los Baxter y los Rojo a la vez en “Por Un Puñado de Dólares” (1964) tan sólo por dinero y el amor de una mujer. Hablamos de un western, ese que al finalizar sólo queremos salir a disparar, besar a la mujer del otro e irnos cabalgando sin destino con nuestra conquista rebosando de amor arriba del caballo. Y no hablo de clichés ni estereotipos, hablo de la mística, hablo del corazón de hierro que un director debe tener a la hora de querer filmar una historia llena de sal, pasión y venganza y que, en esta ocasión, a Rougier se le quedó en las oficinas de Santiago.

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Wladimyr Valdivia
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