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Críticas de Yago Paris
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Críticas 170
Críticas ordenadas por utilidad
6
29 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El siempre duro inicio en la jungla del instituto como metáfora de la introducción en la vida adulta. Expectación constante, permanente descubrimiento. Errores, pisotones, apariencias. Anhelo de integración, soledad entendida como falta de pertenencia a un grupo. Y amor, siempre amor. Así retrata la vida de un “raro” adolescente Stephen Chbosky en su segunda incursión detrás de las cámaras, escribiendo la adaptación de su propio y homónimo best-seller autobiográfico, The perks of being a wallflower.

Marginados interesantes, marginados con personalidad y buen gusto. Marginados diferentes, al fin y al cabo…O que pretenden serlo. Tras un interesante planteamiento, que prometía tomar el relevo de la adorable Juno (Jason Reitman, 2007), el relato deriva en un apaño hipster de pretenciosa profundidad, que recorre los mismos derroteros sobreexplicativos y carentes de sutileza presentes en aquellas historias de las que tan alejado quiere mostrarse, no dudando en recurrir a manidos atracos lacrimógenos con los que asaltar a la audiencia.

Por suerte, la arrolladora presencia de Ezra Miller salva la función, con una carismática actuación plagada de desternillantes momentos, que dan un agradable y necesario contrapunto al drama circundante. Todo ello complementado por un sabio y nada abusivo uso de la voz en off, recurso tan tentador en las adaptaciones literarias (La vida de Pi, Ang Lee, 2012). Como colofón, una estilosa banda sonora que potencia las mejores escenas de esta, a pesar de todo, estimable película, en la que, si se le hubiera prestado menos atención al mensaje a transmitir y más a transmitir un mensaje, todos podríamos habernos sentido héroes, aunque sólo hubiera sido por un día.

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Yago Paris
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6
10 de octubre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde hace casi una década, el cine de Christopher Nolan se viene decantando notoriamente por la acción más espectacular, pero, a pesar de que sus prometedores inicios apuntaban hacia algo más personal, las historias siempre han sido un referente innegociable en sus proyectos, dando lugar a productos que estimulan la vista y el cerebro, alcanzando, con Origen (2010), su obra más ambiciosa hasta la fecha (a la espera de Interstellar (2014)).

Caracterizado por el uso de premisas sorprendentes e innovadoras, en este caso supera todas las expectativas y presenta una inmersión llamativamente realista y luminosa en el habitualmente siniestro y surreal mundo de los sueños, de la mano de un oscuro Leonardo DiCaprio, en constante lucha interna, anclado en su pasado, viviendo en sus recuerdos y subsistiendo en el mundo real, cuya compleja evolución, algo pretenciosa, pasa por vencer sus fantasmas internos y supone un inquietante paralelismo con la trama principal, en la que la catarsis planteada quizás sea la suya propia.

Sin embargo, se trata de una película más complicada que compleja, cuya abrumadora premisa impide, en un principio, ver lo sencillo del planteamiento, a raíz del cual se teje toda una serie de divergencias y matices que culminan en la construcción de cuatro niveles de sueño, de sobreexplicado funcionamiento, pero atractivo desarrollo y adecuado montaje, que, sin embargo, sufre una dura estocada en su precipitado tramo final, en el que se le deniega un metraje previamente malgastado, primando la espectacularidad sobre una historia demasiado preocupada por ser trascendente en todo momento, la cual, siendo apasionante por momentos, se trastabilla cuando opta a alcanzar la gloria.

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Yago Paris
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9
11 de agosto de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A lo largo de toda su filmografía, Quentin Tarantino ha venido demostrando su inmenso dominio de los esquemas cinematográficos, lo que le permite tomar una premisa clásica y transformarla a su antojo, ofreciendo un producto fresco, novedoso y rompedor, que no se olvida de dónde procede y al que referencia constantemente, en una suerte de reciclaje metacinematográfico, que, partiendo de ésta, su ópera primera, se convertirá en su sello de identidad.

Desde el principio, se muestra sin tapujos ni complejos que se trata de una película de personajes, cuyas tirantes relaciones se establecen a golpe de afilados y carismáticos diálogos, bien cargados de cinismo, humor y metacine, en los que la vulgar cultura pop es elevada a la categoría de arte, y con los que consigue ganarse la empatía del espectador antes de que se descubra que estos elegantes caballeros trajeados no son otra cosa que gángsters, cuyas banales conversaciones y exquisita apariencia suponen la primera de muchas transformaciones del género.

Quizás no la más llamativa, pero probablemente la más importante de éstas, es la absoluta elipsis que se aplica sobre el que sería uno de los momentos más destacados de cualquier película de este género: el atraco en sí. Es en este momento en el que Tarantino demuestra apostar hasta las últimas consecuencias por su planteamiento formal, al que da alas un montaje fragmentado, que, a modo de rompecabezas nada efectista, desarrolla una historia que combina fragmentos en el presente con capítulos (recurso habitual de este director) del pasado de tres de sus personajes.

Apoyado los roles de éstos, el director de Tennessee aprovecha para dar rienda suelta a uno de sus máximos referentes: la violencia, a través de la que, gracias a una estilizadísima puesta en escena, de explícito aire de serie B (otro referente más, del que su ínfimo presupuesto tampoco le hubiera permitido separarse), despliega escenas tan atroces como divertidas, demostrando un envidiable dominio del tono, valiéndose, para ello, de armas tan potentes como una espectacular y absolutamente desconocida selección musical diegética, y un extraordinario uso del fuera de campo, cuya cumbre se alcanza en la ya mítica escena de la tortura.

Al final, la película acaba retomando el cauce que marca el esquema, adquiriéndolo como otra referencia más. Sin embargo, tras su paso queda todo un cúmulo de transformaciones, recombinaciones y mutaciones que lo han convertido, desde su debut, en un referente del cine actual. Y, al final, a Tarantino los diamantes le importan tanto como a nosotros.


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Yago Paris
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8
17 de marzo de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película abre con un viejo caminando por la cuneta de una autopista en medio de ninguna parte. Podría tratarse de una metáfora de lo que ha sido su vida: un patético deambular sin rumbo, destino ni atisbo de felicidad. Todavía no lo sabemos, pero la última película de Alexander Payne gira en torno a los últimos pasos de un perdedor cualquiera, un anciano con señales de senilidad y comportamiento errático, que se aferra a su última esperanza en la vida: viajar hasta Lincoln para cobrar un premio de un millón de dólares, que tiene toda la pinta de ser un timo.

Rodada con una cálida fotografía en blanco y negro y acompañada de una minimalista y melancólica banda sonora, nos viene a decir que el tono de esta road movie, como es habitual en este director, no será trágico, sino que camina (a diferencia de su protagonista), con paso firme, desde el drama costumbrista hasta la tragicomedia ácida, ofreciéndonos un resultado final simplemente fantástico. Hace reír sin ser graciosa, emociona sin ser emotiva. Una historia tan sencilla como bien contada, con muchas capas que desgranar, paso a paso, tomándose su tiempo para ello. Planos largos, escenas largas, que nos pretenden transmitir el estatismo en el que viven inmersos los personajes, quietos, incapaces de reaccionar.

Bruce Dern le da a su personaje el aire que necesita: un cascarrabias en el final de su vida, que se niega a aceptar lo que ha (o no ha) vivido. Una mala persona, un mal padre, que, ante su total apatía vital, encuentra en este engañabobos una vía de escape a su infelicidad. Incontestable. June Squibb aparece como el contrapunto al protagonista, personaje totalmente antagónico e igual de entrañablemente desquiciado. Will Forte encarna al hijo de ambos, un buenazo que ayuda a su padre en su personal odisea, pero cuya interpretación no está a la altura de sus padres cinematográficos. A su alrededor aparece un peculiar elenco de secundarios, que sirven de excusa para ir desenmascarando a este impenetrable personaje, parco en palabras, a la vez que proporcionan una base para las pinceladas de mala leche "desnatada" (estamos hablando de Alexander Payne, no lo olvidemos) de la película.
Con cada parada en el camino, descubrimos nuevas anécdotas sobre el pasado de este anciano, que acaban esbozando una imagen de su personalidad, que lo humaniza y lo matiza. El director no busca juzgar ni justificar las acciones de ningún personaje, sino mostrarlos tal y como son, aunque su tono siempre tirará a lo amable dentro de la consciencia, a la media sonrisa de complicidad cuando uno ya está en el fondo del pozo.

Pero es también una historia sobre la incomunicación padre-hijo, sobre reproches nunca echados en cara, sobre errores del pasado, y, sobre todo, de lo que uno puede llegar a hacer por la gente a la que, a pesar de todo, quiere. En la última escena de la película se le da la última puntada a esta conmovedora historia, tan de esa "América profunda" como universal: la de un perdedor al que, a pesar de todo, se le ofrece una pequeña redención. Se trata, en última instancia, de una película que habla sobre la dignidad, sobre aceptar lo que te ha tocado vivir, pero irte de este mundo con la cabeza alta.

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Yago Paris
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4
22 de junio de 2015
8 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia)" (2014) ya demostraba que hacer una película en un único plano-secuencia simplemente para poder decirlo está abocado al fracaso. Al menos, al de la coherencia narrativa. En "Hablar" (2015) sucede algo similar, aunque el único plano-secuencia esta vez no está falseado. La ausencia de justificación a esta decisión formal provoca una sensación de gratuidad. El resultado final es menos pedante, pero el fondo es pobre. Discurso manido, superficial y sesgado, que no se salva por el repertorio de caras conocidas. Película que se ve con facilidad en su corta duración. No molesta, pero tampoco aporta.

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Yago Paris
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