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España España · West Coast
Críticas de Dabi
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Críticas 113
Críticas ordenadas por utilidad
8
25 de septiembre de 2022
321 de 370 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rodrigo Sorogoyen es un cineasta madrileño que irrumpió en el panorama cinematográfico español en 2013 (hace casi diez años ya, madre mía, cómo pasa el tiempo) con la modesta pero solvente Stockholm y cuyo perfil estalló definitivamente un par de años después con Solo Dios perdona. Desde entonces, y gracias a sucesivos trabajos de considerable éxito, se ha convertido en uno de los directores jóvenes más prometedores de España. Por este motivo, su nuevo largometraje, As bestas, se convirtió en una de las cintas más esperadas en el festival de San Sebastián (lo que me costó conseguir una entrada, me cago en mi vida) tras cosechar muy buenas críticas en varios preestrenos. Yo, una vez vista, me alegro mucho de decir que la espera ha merecido la pena. As bestas es un pepino de película.

A estas alturas podemos echar la vista atrás y encontrar rasgos comunes en el universo de Sorogoyen. Está claro que se siente más cómodo en el thriller que en ningún otro género, ya que es ahí donde mejor lucen todas sus virtudes como cineasta. Se pueden apreciar, además, temáticas comunes en su filmografía. Es evidente que a Sorogoyen le interesa mucho el concepto de justicia, o más bien, cómo reacciona un individuo cuando lo que él entiende por justicia entra en conflicto con el orden establecido. También parece muy proclive a explorar la naturaleza violenta del ser humano (es claro deudor de Haneke en este aspecto) y, por encima de todo, su instinto de supervivencia en un entorno hostil. Todos estos elementos conforman el núcleo temático de As bestas.

Sorogoyen (y bueno, su compañera profesional Isabel Peña, que ha co-guionizado todas las películas del madrileño desde Stockholm) es plenamente consciente de las convenciones del género, lo que le permite jugar con ellas. A veces cumple con las expectativas, a veces las subvierte, lo que crea en el espectador una sensación de incertidumbre. Entiende cómo funcionan los tempos de la intriga. Su trabajo de cámara es impecable. Sabe cuándo pausar el movimiento y cuándo inyectar vigor y adrenalina. Construye la tensión con paciencia, a ritmo de diálogos punzantes cargados de pasivo-agresividad. Los tres planos más largos son tres conversaciones. En las dos primeras, llenas de tirantez y de nervio acechando bajo la superficie, la cámara se queda prácticamente clavada. En la tercera, entre madre e hija, mucho más explosiva y más visceral, la cámara da tumbos por la habitación, las sigue y las enfoca como si fuera un partido de tenis. El lenguaje cinematográfico acompaña y complementa a la emoción de la escena. Los tambores de ultratumba de la banda sonora, aunque a veces llamen más la atención de lo que deberían, se emplean con bastante eficacia.

As bestas vuelve a demostrar, por si todo esto fuera poco, que Sorogoyen es un excelente director de actores. Diego Anido, Marina Foïs y Denis Menochet están fantásticos. Mérito extra el los dos últimos, que tienen que defender escenas bastante exigentes en una lengua que no es la suya. Pero el indudable MVP de la cinta es, por supuesto, Luis Zahera. Decir que su interpretación es magnífica es quedarse corto. Zahera aborda cada escena con la actitud desafiante y territorial de un toro a punto de embestir, con un poderío que intimida y fascina a partes iguales. No es que sea la mejor actuación de la película, es que es una de las mejores actuaciones del año, punto. Si no le dan el Goya a mejor actor de reparto me parecerá incomprensible.

En definitiva, a mí As bestas me parece cine con mayúsculas y una de las películas del año. La dirección, el guion y las interpretaciones son de muy alto nivel. Es tensa y densa, su desarrollo de personajes es estupendo y te hace entender a ambas partes del conflicto (la conversación en la taberna, que tanto me lleva a la Hunger de Steve McQueen, es para enmarcar). Sé que a muchos no les gustará su tercer acto, pero a mí, aunque me parezca lo más flojo de la película, me sigue resultando lo suficientemente robusto y creo que ni por asomo descarrila todo lo construido durante la primera hora y media. Por mi parte, es una súper recomendación y una prueba más de que Sorogoyen es de lo mejorcito que tenemos trabajando ahora mismo en España.

Calificación: Imprescindible
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Dabi
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1
29 de diciembre de 2019
249 de 283 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ay Dios mío. A ver, os cuento. Ayer fui a ver Cats, por fin. Llevaba esperándola meses. La sala estaba prácticamente vacía. Una madre con su hija, mis dos amigos y yo. La niña tendría unos cinco o seis años. Una niña valiente, os lo digo en serio. Vaya ovarios. Si yo hubiera visto Cats con esa edad, me habría echado a llorar de puro terror. Y es que Cats es, y no sorprenderá a nadie a estas alturas, un espectáculo grotesco, un desastre absolutamente impagable. Pero hablemos antes del musical, por favor, que por algún lado tengo que empezar.

Cats se estrenó en West End en 1981 y en Broadway en 1982 y, contra todo pronóstico, se convirtió en uno de los musicales más exitosos de la historia (se calcula una recaudación rondando los cuatro mil millones de dólares desde su inauguración). Este éxito apabullante es algo que yo no entenderé en la vida, porque qué queréis que os diga, a mí me parece un musical terrible. TERRIBLE. La principal razón es que Cats no tiene argumento. Y esto no es una forma de hablar. Voy a deciros cosas que igual parecer spoilers, pero creedme, no lo son, porque repito, NO HAY PUTO ARGUMENTO. Y ahora vamos con la película.

Hay una tribu de gatos que son los Jélicos (no se da ninguna información sobre qué es un Jélico, quién forma parte de esta tribu, cómo se llega a formar parte, nada) que cada no sé cuánto tiempo se reúnen para que un gato viejo elija quién merece renacer en una nueva vida. Esto te lo dicen en los primeros cinco minutos. El resto son gatos presentándose. O más patético aún, gatos presentando a otros gatos. La mayoría no tienen ninguna función en la trama. A los cinco minutos de acabar, el gato viejo revela al elegido (decir quién es es lo único que podría considerarse spoiler) y la película acaba. Y YA ESTÁ, Y TE CALLAS LA BOCA. Gatos presentándose, bailando, frotándose, poniendo caras y posturas extrañas y, en ocasiones, pareciendo estar extrañamente cachondos. Cats es una fantasía para fetichistas. Estoy convencido de que Andrew Lloyd Webber es un furry, y un furry particularmente raro.

Y es que hostia puta, el apartado visual. Ya no son solo los efectos especiales (que siguen siendo bastante reguleros), es que aunque el CGI estuviera bien, el diseño seguiría dando muy mal rollo. Que son gatos con caras humanas, y las caras como que flotan. Las manos y los pies también son humanos. El sinuoso movimiento de los rabos es una clara incitación a la locura. El conjunto es jodido, muy jodido. Muy perturbador. Los escenarios son muy poco creativos, y el uso de las proporciones es vergonzoso. Dependiendo de la escena y del entorno que rodee a los personajes, los gatos parecen tener un tamaño diferente. Los ratones (los ratones tienen cara de niños, no me preguntéis por qué, y se mueven como a saltitos, en serio, son aterradores, ni en los mayores delirios de Cronenberg he visto algo parecido) y las cucarachas (que van como en procesión, no entiendo nada) tienen prácticamente el mismo tamaño. Visualmente, lo único que salvaría serían las coreografías, pero tampoco, porque de vez en cuando te meten unos pastiches súper raros de música urbana que desentonan mucho. Es todo una vorágine de pura enajenación, no sé qué estoy viendo, me estoy volviendo loco.

Y hablemos de la música. Porque vamos a ver, Andrew Lloyd Webber, QUÉ ME ESTÁS CONTANDO. Quitando Memory, las letras de las canciones son de vergüenza ajena, JÉLICOS GATOS GATOS JÉLICOS SON JÉLICOS LOS GATOS DE MIS HUEVOS JÉLICOS ESTOY DROGADÍSIMO CON DROGAS JÉLICAS LOS GATOS SON JÉLICOS JÉLICOS LOS GATOS. Y este tío escribió El fantasma de la ópera, es que no puedo con la vida, os lo juro. Lo peor es que ni Memory funciona. Pretende ser un baladón del calibre de I dreamed a dream, pero no lo es. I dreamed a dream es la culminación de las desgracias de Fantine, y tiene una resonancia emocional tremenda porque todo el viaje hasta ese punto ha sido un descenso a los infiernos, y hemos estado con ella a cada paso. En Cats, Grizzabella se cuela en la escena de repente con su cara de pena y los demás gatos la llaman la gata del glamour (no me hagáis hablar de los sobrenombres de los gatos porque es que entonces no termino). Tras esto, desaparece por completo de la película. Reaparece media hora después para cantar la mitad de Memory y se vuelve a pirar, y unos cuarenta minutos más adelante vuelven a rescatar al personaje para que acabe la canción. La canción no funciona porque Grizzabella no tiene trayectoria, porque, como he dicho, ESTO NO TIENE PUTO ARGUMENTO, NO ENTIENDO NADA, QUÉ COSA MÁS FASCINANTE.

Por falta de espacio, me voy a la sección spoiler para hablar de los actores. Ay, los actores. Vaya panda de desgraciados. Vayamos uno a uno, por favor:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Dabi
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8
22 de diciembre de 2023
240 de 289 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me he acercado a Salburn sin tener mucha idea de qué esperarme. El tráiler resultaba muy llamativo, pero las críticas profesionales no han sido demasiado amables con el nuevo trabajo de Emerald Fennell, aunque eso tampoco es de sorprender. Cuando un realizador debuta de manera tan contundente como lo hizo Fennell (su primer largometraje, Una joven prometedora, tuvo una enorme acogida que se acabó materializando en un Oscar al mejor guion original), no es poco común que se lleve unas cuantas hostias cuando estrena su segundo trabajo. Le pasó a Kenneth Lonergan con Margaret, a Shyamalan con El protegido o incluso al mismísimo Orson Welles con El cuarto mandamiento, películas a las que el tiempo ha tratado bastante bien y que se han acabado reivindicando con el paso de los años. Tal vez sea demasiado pronto para determinar si Saltburn va a pertenecer a este mismo grupo dentro de una década, pero tengo que decir que por lo menos yo me lo he pasado del carajo viéndola.

Ni la premisa de la película ni su desarrollo son algo nunca visto, no nos vamos a engañar. Uno no puede evitar pensar en el Mr. Ripley de Patricia Highsmith (por la caracterización de su personaje protagónico), en la Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh (por la premisa y porque el mismo Ollie la menciona en una línea de diálogo) o en la Teorema de Pasolini (por el desarrollo de su historia), y una parte de mí estaría encantado de saber lo que pensaría Pasolini si viera la lluvia de testarazos de perversión y libertinaje con la que nos embiste Saltburn durante dos horas. Tal y como le sucedió en su debut, Fennell sigue brillando como guionista cuando da rienda suelta a su sentido de la ironía y del humor negro, del que aquí hace gala en múltiples ocasiones a modo de pasajes deliciosa y malévolamente divertidos y sugerentes. Es cierto que sigue flaqueando cuando le da por hacer tirabuzones argumentales o cuando intenta ponerse más sobria de lo necesario, pero seamos honestos, una película que decide guardarse una canción como Murder on the dancefloor para su escena final tampoco es que sea el paradigma de la seriedad. Su manera de caricaturizar y de burlarse de la clase social a la que pertenece la familia de Felix es de todo menos sutil, pero nadie ha dicho que la sutileza sea condición sine qua non para alcanzar la grandeza. Scorsese nunca ha sido sutil. Ni Park Chan-wook. Ni Tarantino. Ni Ruben Östlund. Ni Spike Lee. Al final lo que importa no es lo que cuentas, sino cómo lo cuentas, y desde luego Fennell sentencia con cada escena, pero no lo hace desde la condescendencia, sino que sus ideas, en lugar de acariciar, te electrocutan.

Y si a nivel narrativo Saltburn es una descarga eléctrica, qué decir de su aparato visual, la mejora más evidente con respecto al trabajo anterior de Fennell. Probablemente se haya notado la presencia de Linus Sandgren como director de fotografía (colaborador de confianza de Damian Chazelle), pero el ojo de Fennell para la composición, la narrativa visual y la exuberancia cromática no deben ser desestimados. La cámara, vigorosa y dinámica, capaz de hacer virguerías pero también de quedarse clavada cuando la escena lo requiere. El montaje, vibrante y tenso, tan afilado en ocasiones como la pluma que escribió el guion. La apropiadamente ampulosa puesta en escena, que da vida a un castillo señorial y opulento pero también lleno de espacios vacíos, un mastodonte de otra época donde la familia Catton, con sus sirvientes y sus ceremonias, parece vivir su vida ajena a los vaivenes del mundo real, un aislamiento que se hace más acusado con la elección de ese ceñido aspect ratio de 1.37:1.

Y sin embargo, el punto fuerte de la película, en mi opinión, no está ni en el muy sólido (aunque algo manido) guion ni en el más que notable apartado visual, sino en las fabulosas interpretaciones de uno los elencos más potentes del año. La máxima de que no hay nadie mejor que un actor para dirigir a otros actores parece volver a cumplirse con Fennell, que sabe sacar el máximo provecho de todo su reparto. Secundarios de lujo como Richard E. Grant y Carey Mulligan dejan su marca con sus breves intervenciones. Jacob Elordi, que con su imponente físico tiene la mitad del trabajo hecho, conquista a la cámara haciendo de Felix, tal vez el más cuerdo de todos los personajes de este universo enfermizo. Rosamund Pike deslumbra por completo como Elspeth en el que probablemente sea su mejor trabajo desde Perdida, y además tiene pinta de pasárselo de maravilla siendo tan mala bicha. Y lo de Barry Keoghan es un recital de principio a fin. No existe otro actor en su generación tan sintonizado con lo raro, lo retorcido y lo inquietante. Keoghan (quien tampoco es un intérprete particularmente sutil) resulta hipnótico retratando a un Oliver ambivalente, poco fiable (como nos hacer saber la cámara desde la primera escena) pero fascinante de contemplar. Ya sé que los premios no significan nada, pero aun así me va a dar mucha lástima ver cómo los Oscar lo ningunean en favor de otras actuaciones mucho más académicas y previsibles cuando, en mi modesta opinión, tanto él como Pike deberían ser unos nominados indiscutibles.

En resumen, Saltburn tiene todas las hechuras de futura película de culto, y estoy convencido de que va a dejar indiferente a muy pocos. Es el trabajo que una cineasta que busca, por encima de todo, pasárselo bien con una dosis obscena de morbo y mamoneo. Es tan indecente, tan lasciva, tan demencial y tiene tan poca vergüenza que, si no entras en su rollo, te echa a patadas sin miramientos. Pero también creo que los que, como yo, os metáis de lleno en la propuesta de Fennell encontraréis un trabajo tremendamente disfrutable, con grandes interpretaciones por parte de todo el reparto, una explosiva puesta en escena y una trama morbosa, estimulante y bien contada a pesar de algunas cabriolas narrativas que están algo cogidas con pinzas y de ser tan delicada como una patada en el pecho.

Calificación: Notable/Imprescindible
Dabi
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4
6 de septiembre de 2019
244 de 300 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando voy al cine, suelo salir de la sala feliz, satisfecho, indiferente, triste, decepcionado o de mala hostia, dependiendo de lo mucho que me haya gustado la película. Hoy no he sentido nada de eso. Hoy he salido del cine exhausto. Agotado.

En 2017 llegó It y se convirtió en un fenómeno. La novela es una obra muy conocida que ya se había adaptado en 1990 (curiosamente, Pennywise vuelve cada 27 años), una adaptación que a día de hoy se considera, por lo general, bastante regulera. Es en casos como este cuando se agradece un remake, no cuando lo haces de una película que ya funcionaba (te estoy mirando a ti, Disney). También ayudó que 2017 fuera la cima de la nostalgia ochentera, con cosas como Stranger Things allanando el camino. Y aún más importante, It resultó ser una película bien recibida por la crítica y el público. It dio en la diana, lo que le llevó a recaudar 700 millones de dólares en todo el mundo, convirtiéndose en la película de terror más taquillera de la historia (sin contar la inflación, por supuesto). Nadie se esperaba algo así. Dos años después, tenemos el esperadísimo desenlace. Y siento decirlo, pero no creo que esté a la altura de la primera película.

Vamos primero con lo positivo:

-Casi todos los que os hayáis leído el libro coincidiréis conmigo en que la parte ambientada en la infancia de los Perdedores es la más interesante, y que los capítulos de los adultos son, a ratos, un poco coñazo. Aunque esto sea igualmente cierto en la película, creo que algunos de los cambios que se han hecho con respecto a la novela son acertados.

-A pesar de algunos vicios en los movimientos de cámara y de su irritante manierismo visual, Andy Muschietti sigue siendo capaz de plasmar imágenes perturbadoras y memorables, y aunque creo que en esta película se abusa más de los efectos especiales que en la anterior, están bien utilizados, y seamos sinceros, a menudo son necesarios.

-Cada vez que hay un flashback y vuelven a aparecer los niños, reconecto con la historia de forma inmediata. El humor vuelve a funcionar. La química entre ellos sigue siendo fantástica. Hasta los diálogos parecen mucho mejor escritos cuando los recitan ellos.

-Los actores adultos están, por lo general, bien escogidos. Aparte de parecerse muchísimo a los actores infantiles, casi todos cumplen. Bill Hader y James Ransome son los que más destacan como Richie y Eddie, aunque esto también se debe a que son los personajes mejor desarrollados.

Y esto me sirve para enlazar con lo negativo:

-Me cuesta pensar en otra película que le dedique tanto tiempo a sus personajes y sea tan incapaz de hacerlos interesantes. Beverly, Bill y Ben se vuelven anodinos y unidimensionales, y su triángulo amoroso me da mucha pereza. De Mike solo puedo decir que si esto fuera un videojuego, él sería la guía de la Hobby Consolas. No es un personaje. No lo era en la primera, y aquí lo es aún menos. Se limita a explicar y exponer. Podría ser una voz en off. Podría ser una silla que habla y nadie notaría la diferencia.

-El "secreto" de Richie está añadido en la película, es algo que no aparece en la novela. Y no es que esté mal, es más, le da un poco más de sustancia al personaje. El problema es que da la sensación de que ha sido añadido a posteriori. Es una semilla que debería haberse plantado en la primera película, y al no haberse hecho queda como una anécdota bastante forzada, algo que podría haber tenido muchísimo más impacto emocional y que acaba resultando algo insatisfactorio.

-Los cambios tonales funcionaban mucho mejor en la primera película. Aquí, el humor y el terror a veces se mezclan de forma bastante disonante. Es mucho más difícil que la dinámica de crear tensión - liberar tensión funcione si haces ambas cosas a la vez. En más de una ocasión te presentan una escena que debería acojonar pero es interrumpida de forma súbita por un chiste que más que hacerme reír, me descoloca y me hace preguntarme: "¿Y esto?".

-El mayor pecado de It: Chapter 2, y el motivo por el que he salido agotado del cine, es su duración. En serio, que esta película dure casi tres horas es criminal. Si al menos las aprovechara desarrollando a los personajes, podría ser justificable, pero no es así. Los actores vagan por escenarios, se encuentran con It y escapan ilesos. Una vez. Y otra. Y otra. Y otra. Y otra. Y otra. Y otra. Y otra. Bill se siente culpable por la muerte de su hermano. Ya lo sabemos. Nos enteramos en la primera película. Reiterarlo escena tras escena no hace avanzar ni la trama ni el arco argumental del personaje.

-Es una película bastante ruidosa, y la última hora es ya una cosa exagerada. Los decibelios se disparan, los golpes de sonido se acumulan, y lo único que quiero es un poco de silencio. He salido del cine con dolor de cabeza.

-Mencionaré una cosita en la sección spoiler, aquí solo diré que el clímax me pareció bastante ridículo, qué queréis que os diga.

En resumen, It: Chapter 2 es mucha película. Muchísima. Demasiada. Y al mismo tiempo, no la suficiente. Pasan mil cosas, sí, pero a costa de desdibujar a los personajes que se habían construido en la película de 2017. Pierde más tiempo intentando crear escenas malrolleras que desarrollando a los Perdedores adultos. Como conclusión no es abismal, pero sí muy mejorable y bastante decepcionante. La primera parte la vi dos veces en el cine. Esta, lo siento mucho, no tengo ningún interés en verla de nuevo, y aunque tenga unas cuantas virtudes, no son suficientes para compensar sus muy evidentes errores.

Calificación: Insuficiente
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Dabi
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5
17 de octubre de 2020
208 de 228 usuarios han encontrado esta crítica útil
El juicio de los 7 de Chicago es la nueva película del cineasta Aaron Sorkin. Sorkin es, a estas alturas, una autoridad en Hollywood. Es el creador de The newsroom y de la legendaria El ala oeste de la Casa Blanca, escribió el guion de Jobs (la buena), La guerra de Charlie Wilson y La red social, para mí su mejor creación y uno de los libretos más impresionantes y premonitorios del cine reciente. Hace unos tres años, lanzó su debut como director con la también notable Molly's game. Ahora tenemos aquí su segundo trabajo tras la cámara, a partir de un guion que escribió hace casi quince años y que ha acabado dirigiendo casi por obligación, después de que directores como Spielberg o Greengrass dejaran el proyecto. El resultado, si me preguntáis a mí, ha sido sólido. No espectacular, pero sólido.

El juicio de los 7 de Chicago, para quien no lo sepa, narra los acontecimientos acaecidos entre 1969 y 1970, cuando ocho hombres fueron acusados de conspiración y de incitar a la violencia en los disturbios que se desataron en una manifestación contra la guerra de Vietman que sucedió en Chicago en 1968, durante la Convención Nacional Demócrata. La verdad es que el juicio fue tan caótico y tan surrealista que se entiende que se hagan películas sobre él. Y, dado el carácter de la historia, es inevitable que resulte un trabajo sumamente político.

Vamos paso por paso. El reparto es uno de los principales ganchos de la película por la gran cantidad de caras conocidas que aparecen a lo largo del metraje. Joseph Gordon-Levitt, Jeremy Strong, Michael Keaton, Eddie Redmayne, Mark Rylance... La lista de actores de nivel es extensa. Prácticamente todos ellos cumplen con sus respectivos roles, siendo, en mi opinión, Frank Langella, con su aire desdeñoso, y Sacha Baron Cohen, con su desparpajo y su vena cómica, los que más destacan. Eddie Redmayne, con sus manos en los bolsillos, su cabeza baja y su mirada titubeante, empieza a darme un poco de pereza, si os soy sincero. En todas sus interpretaciones aparecen los mismos tics. No desentona con el retrato que hacen del personaje, pero yo qué sé, chico, varía un poquito, que si no fuera por el (cuestionable) acento americano no sabría si estoy viendo a Tom Hayden, a Newt Scamander o a Marius Pontmercy.

Visualmente, la película no hace grandes alardes. Dirección funcional, en su mayor parte. Algún que otro uso de la steadicam para las ya típicas escenas sorkinianas de personajes andando por los pasillos mientras sueltan diálogos expositivos, pero este tipo de secuencias solo se dan en un par de ocasiones, no siendo tan predominantes como en otros trabajos del director. Quitando eso, poco más hay que sea vistoso, lo cual es una pena. Pero bueno, este es un problema ya no tanto de esta película sino de la mayoría de dramas judiciales, que son películas que siempre ponen el foco en el guion y que se suelen olvidar de cuidar un poco la imagen. Tal vez por eso no sea yo súper fan de los dramas judiciales. Pero bueno, al menos en el caso que nos ocupa, el guion funciona bien, por lo general.

Sorkin se caracteriza por escribir diálogos rápidos, afilados, que se suceden unos a otros de forma casi inmediata, y El juicio de los 7 de Chicago no es una excepción en este aspecto, sobre todo en el montaje inicial. Este tipo de técnica es muy adecuada para un juicio en el que vuelan tantos cuchillos, y Sorkin utiliza los diálogos de forma muy inteligente. Sabe cuándo crear tensión y cuándo liberarla, e integra la personalidad de cada uno de los involucrados en cada línea de diálogo.

Otro rasgo interesante del guionista es el retrato de personajes complejos y ambivalentes, de moral cuestionable. Esto no se cumple tanto en esta película, que tiene otras intenciones en mente. La denuncia de las consecuencias de la guerra de Vietnam, la democracia y la revolución, la falibilidad del sistema judicial, las injusticias raciales, las perspectivas discordantes dentro de los progresistas (esto tendría que haberse explotado muchísimo más, en mi opinión), la brutalidad policial, la corrupción... El propósito de Sorkin es retratar un momento en el tiempo y crear un discurso ideológico que explique lo sucedido en 1970 pero también sea relevante en 2020 (el monólogo de Hayden a Abbie, por ejemplo, es descaradamente presentista). Esto lo consigue. A cambio, el diseño de personajes sufre. Bastante. Acabas la película con la sensación de no haber conocido bien a ninguno de ellos, lo cual es una lástima. A nivel estructural y narratológico, la película cumple, tiene un buen pulso dramático y el montaje es acertado. En este aspecto destaco las múltiples analepsis, muy bien empleadas. Por otro lado, en más de una ocasión nos encontramos con recursos narrativos facilones que están muy por debajo del nivel artístico de Sorkin y empañan la credibilidad del resultado final. En cuanto a la historicidad, dejémoslo para la sección spoilers, que hay cosas interesantes que comentar.

En resumen, El juicio de los 7 de Sorkin demuestra el talento de su guionista, pero también es evidente que no está a la altura de sus mejores trabajos. A veces resulta autocomplaciente, algo academicista, demasiado correcta, como muy pensada para triunfar en la temporada de premios (que veremos cómo es este año). Navega las convenciones del género con cierta solvencia, tiene un elenco competente y acaba siendo resultona, y para durar más de dos horas, no se hace pesada. No es demasiado memorable, pero es correcta y recomendable para cualquiera que aprecie un cine que es más discursivo que visual y de intención eminentemente divulgativa.

Calificación: Pasable
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Dabi
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