Es un buena comedia romántica. En ningún momento voy a dejar de criticar que tenga ciertas lagunas de empalagosismo y exageración poco acertada, pero tiene auténticos aciertos encadenados en rachas de lo más buenas. Su principal problema está en que estas quizás acudan en momentos intrascendentes que se vuelven de lo mejor, mientras que los pequeños clímax de la historia se vean ensuciados por ligeras pérdidas de calidad en el guión o la dirección. Si bien el personaje de Gosling pierde gracia conforme el metraje avanza, es de lo mejor de la película. El desperdicio de Kevin Bacon, despampanante.

Existe una fina línea entre las historias que piden suspensión de incredulidad y aquellas de realismo falto de interés.
La ficción, por lo general, se nota, pero vale la pena creer en su historia para disfrutar más que de un más que creíble aburrimiento de hora y cuarenta y cinco. En el caso de Antes del amanecer, no necesitas ninguna renuncia a verle los posibles fallos de credibilidad: es una película sana, romántica pero creíble, bella pero no exagerada.
Sí que se puede achacar a un guion de conversaciones por encima de la media, sí a una actuación admirable por parte de los protagonistas —en especial en los planos de larga duración—, pero en este caso seguramente sea el buen gusto del director en cómo mirarlos, en cómo saber aguantar la cámara, en cómo darnos una sensación de realidad entre el turismo y el sentimiento.
Una cinta para el aplauso.

La continuación de la excelente Casino Royale es, con respecto a esta, vergonzosa. No sé si dejar caer la culpa en la producción o la dirección, pero el caso es que la elegancia y belleza visual de la primera parte se van al garete con una falta de destreza para la grabación de escenas de acción casi grotesca, desdibujando el final de una historia que había sacado el aplauso hasta a ciertos detractores del género. Si bien la sed de ver el fin de ese gran relato puede hacer entendible el que veas esta, mi consejo es que, si puedes apagarla a base de agua, no lo dudes.

Cuesta no ver su musa en la obra maestra de Brooker.
Estructural y visualmente, se le parece mucho, pero cae en una diferencia que lo condena: la obviedad. Si Black Mirror sorprende es porque el guion acaba por golpearte como un mazo. Aquí, las piezas parecen hechas por cualquiera al que le den la idea de una protagonista en esa situación, volviendo la historia un cuento predecible de trillada moraleja.
Fuera de ello, no hay que ignorar una fuerza visual y estilística sorprendente.

Existe un riesgo en lo original que difícilmente puede entender quien pone por delante la seguridad del éxito al aportar algo. Sin embargo, cuando se baja al fango de lo desconocido buscando oro y se encuentra, este brilla más que cualquier otro.
Parasite juega con universalidades sin caer en lo manido de tantos otros intentos, haciendo que la emoción flote ante la pantalla, a veces como globo de helio, a veces como rama caída a un torrente que todo lo inunda. Se mueve a la perfección entre la inteligencia elitista y el patetismo digno de compasión. Acerca tanto la sonrisa cómica al no saber si reír o llorar que dificulta cualquier defensa a quien lo contempla. Y, en conclusión, hace sentir y sentir que sientes lo que aún no habías podido hacerlo, de forma parecida a cómo lo hiciste, pero nunca de tal forma.
Lleva lo trillado de la atmósfera asfixiante y la diversión culpable a nuevos planos, con una visualidad y gusto fotográfico (y cinematográfico por entero) admirable.