Se dice qie los Estados Unidos tienen una gran capacidad de autocrítica. Yo creo que esta frase fue escrita por algún crítico que hablaba del cine de Michael Cimino y si no desde luego que le viene al pelo.
Cimino es el paradigma perfecto de aquel patriotismo hastiado de después de la guerra de Vietnam. Los excombatientes son los más patriotas del país (recordemos aquel final de "El cazador" cantando el barras y estrellas o el plano detalle de la bandera yanqui mientras Rourke se toca una condecoración en este mismo film) pero no pueden soportar observar como, mientras ellos luchaban, el país caía en una autentica vorágine de corrupción a menudo incitada por el mismísimo gobierno.

Esto podrá estar más o menos exagerado, según con quien se hable, pero lo que si que es cierto es que fueron las mafias extranjeras las que tenían el control de las "nuevas" drogas en las grandes urbes de los dos lados de la costa. Este ambiente, más concretamente el barrio neoyorquino de Manhattan Sur, le sirve a Cimino (y a Stone, coguionista del film) para mostrarnos a un personaje que no quiere dejarse vencer por las circunstancias.
Stanley White se mueve para no pensar en su vida, ¿Mereció la pena luchar? ¿Hasta que punto es lícito lo ilícito? ¿Merece la pena vivir en un país así?. Todas estas preguntas son, como no, respondidas sin tapujos por Cimino.

La película tiene más acción y ketchup del que cabría esperar, a menudo algo gratuito para mi gusto, pero que tampoco molesta. Las interpretaciones son sublimes, destacando la periodista asiatica (un auténtico bombón) y el gran Mickey, que aún se sostenía en pie por si sólo.

Y gracias a dios no estoy sólo. Cientos de personas a diario recomiendan a otros infrácinéfilos películas esperpénticas con las que poder llorar de la risa, con más entusiasmo que si de Ciudadano Kane se tratara. Y es que lo bonito del infracine es que está basado en el boca a boca, ya que no hay otra forma de enterarse de la existencia de estas películas que, en muchos casos, no han tenido una distribución más allá del barrio en el que se produjeron. Esto genera un autentico grupo social de infracinéfilos, que incluye desde tráfico de dvds hasta quedadas para ver alguna joya entre unas birras.

Esta cumple todos los requisitos para convertirse en todo un clásico del género, con unos diálogos tronchantes, un argumento inverosímil, un ambiente de peli porno y una estrella acabada: ¡nada más y nada menos que Lorenzo Lamas, el auténtico vendedor de colchones!

Sin duda alguna la escena del tiburón zampándose un avión que vuela a 3000 metros sobre el nivel del mar debe pasar a los anales del septimo arte como una de las mejores de la historia, por encima incluso de la de la escalinata de Odessa del Potemkin.

Para ver entre amigos y colocado.

Un anciano, de nombre Calvero, llega borracho al humilde hostal en donde reside, el único que su economía puede permitirse. Sus andares desgarbados nos son familiares, nos recuerdan a un viejo amigo, flacucho y vivaracho, que pegado a su bastón y su bombín nos hacía partirnos de la risa y, a veces, cuando menos lo esperábamos, llorar sin saber qué era lo que provocaba nuestro amargo llanto.

El destino hace que en la vida del tal Calvero, el que nos recuerda a nuestro amigo, se cruce un alma perdida en forma de bailarina superada por las circunstancias. El anciano se vuelca en mimarla, en animarla para que vuelva a cogerle apego a la vida. Lo hace con el mismo amor y dedicación que lo haría ese amigo perdido en el recuerdo, con la salvedad de que Calvero utiliza las palabras y a nuestro conocido, el de los pantalones raídos y los zapatos grandes, le bastaba con una rosa y un gesto para sacar una sonrisa del alma más castigada.
El anciano, cómico de profesión y filósofo de afición, también sabe hacerla reír, pero no basta con una carcajada para levantarla del lecho. “Piense en el poder que encierra el universo, que está en las plantas, en el sol, en las estrellas. Y usted que tiene dentro ese poder ¿Va a despreciarlo?”
Las palabras de Calvero calan en el corazón de la joven, que vuelve al camino de la vida por su propio pie. Pero mientras una sube, el otro baja. El público ya no se ríe con los números cómicos del anciano, han perdido la frescura de antaño. Los únicos que aguantan su espectáculo hasta el final son los que se han quedado traspuestos en sus butacas.
- ¿Cuando dejé de hacer gracia? -se pregunta Calvero- “La gente es un monstruo sin cabeza. Nunca se sabe hacia donde irá. Pude ser aguijoneada en cualquier dirección”

La joven bailarina se empeña en ayudar a su salvador, del que cree estar perdidamente enamorada. Calvero sabe que se trata de un amor platónico, y huye para que ella pueda continuar con su vida. Vuelve a la calle, al rol de artista ambulante, de cómico por la voluntad. Allí encuentra la paz que buscaba:“esto de trabajar por las calles tiene su encanto. Tal vez sea por el vagabundo que todos llevamos dentro” ¡El vagabundo! ¡Charlot!. Nosotros recordamos a nuestro entrañable amigo a la vez que Calvero, justo a tiempo para un último espectáculo, el final de todo un icono del siglo XX.

Esto podía haberse quedado en la versión cinematográfica de una novela romántica de Corín Tellado si sólo se nos hubiera ofrecido la primera hora de film en la que sufrimos numerosas escenas más empachosas que una crèpe de dulce de leche, además del imperdonable error de no dejarnos presenciar el cortejo inicial de mister Olivier, un maestro en decirlo todo con una brutal parquedad gestual y una mirada de una profundidad inmensa; “Siempre se ha dicho que fue Wyler quien enseño a Olivier a actuar en el cine cuando rodaron juntos “Cumbres borrascosas”, pero es en Carrie donde demostró lo mucho que había aprendido” *

Pero gracias a dios Carrie decide subirse al tren y la película nos muestra lo que sucede una vez que las hormonas se tranquilizan.

Pues no se lo imaginen más, que ya se realizo bajo el título de "The Frighteners".

Ver el nombre de Zemeckis en cualquier producción es sinónimo de cine familiar de calidad, esas películas aptas para que las disfruten tanto el abuelo como el niño y que no pretenden nada más que hacer pasar un buen rato.
Y para ello el amigo Robert vuelve a contar con Michael J.Fox. como actor principal, uno de esos extraños casos de Hollywood en el que el chico insulso y anodino se convierte en el mejor representante de la clase media americana y por consiguiente, en un ídolo de masas. Esta sería la última película de la estrella de los noventa que dejaría la gran pantalla aquejado de la enfermedad del Parkinson, y por ello también será siempre recordada.

Y como no hablar del amigo Peter, que cuaja una de sus mejores películas haciendo uso de su dominio de la cámara y su pasión por los efectos especiales, principal atractivo de un film que hizo que el gordo neozelandés se convirtiera en la primera opción para dirigir la trilogía de los anillos. Los fantasmas que acompañan a Fox son verdaderamente carismáticos , y no menos espectacular es el personaje del asesino en serie.

Lástima que el tono ñoño, casi de cuento, no le permita despegar aún más. Y es que es lo malo de que la Universal y la Disney se pongan a hacer un thriller, que al final siempre queda todo pastel, pastel…