Diario de un marino (no tan) díscolo.
Industrias y andanzas de Brosnan.
Qué cosa más tonta... Es una traducción/traslación chabacana y hasta grotesca o ridícula de la novela, reducción al absurdo del argumento, simplificación pueril de los conflictos, ideas, personajes o sucesos, en fin, para qué seguir... un simpático engendro.
El comienzo y el final son bochornosos, y chuscos y precipitados, solo en ciertos momentos cómico amistoso filosóficos o algo más concreto laboriosos se le puede echar el ojo si no somos demasiado exigentes al respecto, si perteneces al muy raquítico grupo, especie en extinción, de los benevolentes y generosos.

En Nebraska un ser semiimportante, marcha, arranca, una historia verdadera.
De ataúdes y caravanas.
No acaba de encontrar el tono entre el simple realismo crítico irónico ambiguo a bote pronto, tal vez íntimo humorístico, y la ácida parodia sorna sarcástica a todo trapo de brocha gorda, sin ambages ni cortapisas, caiga quien caiga, a tumba abierta y por el camino pierde todo atisbo de sutileza, se empantana, ni está ni se la espera, caras de Nicholson (devastado, de nada se entera, la vida que le aplasta y más si cabe todavía se alela, nada comprende ni puede, cero a la izquierda), o de algún otro tonto, como contraste para que surja la carcajada inopinada.
Ira, miedo, tristeza y soledad, los cuatro jinetes del apocalipsis tan habitual, el pan nuestro de cada día.
Retrato fidedigno. Análisis certero. De entretiempo.
La gente es idiota (¿egoísta/insensible?), de forma rutinaria, por encargo, no es cosa suya, nada personal, un compromiso, obligada, por contrato, viene de nacimiento, el adn, ni mala ni buena, sin remedio, y hace lo que puede, es decir, nada, hasta que llega la guadaña y a tomar por culo las bicicletas, que usted lo pase bien, camina o revienta, levántate y anda.
Nadie entiende a nadie ni le importa un carajo de la vela, sálvese quien pueda, cría cuervos o lechuzas, rompecabezas romo, somos islas solitarias, trozos de madera a la deriva, guasa, sordos y ciegos, pena, sin sustancia.
Hombre masa, hombre medio, hombre sin atributos, es todos nosotros, unos más que otros, lobotomía, a la intemperie, de necios la conjura (tal vez hasta de los boyardos), como si nunca hubiera existido (y gracias, mejor ser olvidado que recordado, ese enorme ridículo, esa vergüenza surcando el tiempo, que te saquen cantares), ni huellas ni sentido, ni rastro o rastrojo, un mojón borrado en el camino perdido, no direction home, a lo sumo.
No está vivo ni muerto, es eterno.
El coronel no tiene quien le escriba.
¿Quién es esa vieja pelleja?
A la vejez viruelas, o conciencia que viene a ser lo mismo, apadrina del áfrica tropical un negrito que cultivando cantaba la canción de la coca cola y también del cola cao, venga, menda, ayuda.
No hay nada más triste y/o deprimente que una boda, está comprobado, ve películas, hombre, dan ganas de colgarse del palo mayor, de una horca, las flores rotas.
No somos nada... y eso es mucho, demasiado, un exceso, pasarse de marca o rosca, muchísimo.

Devuélveme la vida.
El final es un crimen de lesa humanidad, de fusilamiento al amanecer tras un juicio rápido y muy injusto, de puro compromiso, fullero, a contrapelo, de no tan gran inquisidor. El resto o lo anterior no está tan mal, pero claro, es como comerse una sacarina mal y rápido en lugar de tres platos, la copa (coñac té) y el puro, para estómagos de pajarito, para indigentes intelectuales (a dieta), para gorrioncitos o jugadores de medio pelo, para anoréxicos o veganos, para economistas o faquires, yoyós humanos, apoquiros.
El intelectual, el santo y el puro instinto arrebatado, la diva diosa y la diosa puta. Los cinco tipos más el pantagruélico padre Saturno y el bastardo tarado alentado por las ideas iconoclastas ateas del otro, sin dios no hay nada, todo vale o es posible, manga ancha, y de fondo Zósima, el faro moral, la renuncia, en la sombra.
Aquí el dinero tiene tanto peso, misterio, como las ideas que mueven montañas o los amores reñidos siempre a la contra el que quiero que me quiera no me quiere como quiero que me quiera, dios mío, uf, vaya lío.
Como película de aventuras ligera de cascos y con cierta rotunda potencia tiene su qué o (yo soy) aquel, comparada remotamente con la obra original es una afrenta, una broma, una ofensa, un malentendido, como para retirarse a los cuarteles de invierno, del mundanal ruido, como para batirse en duelo a primera sangre sin necesidad siquiera de llamar a los padrinos, a lo que salga, a pelo, hecatombe.
Los actores y actrices son guapos y adorables, disfrutones, la fotografía es to chula acaramelada canela en rama, naranja, rojiza, mermelada, y el doblaje es casi el mismo de la gata sobre el tejado de zinc caliente, de hecho, casi parece que están en Nueva Orleans o Louisiana, en los pantanos del misisipi, más que en la rusia zarista, parecidos no tan razonables.
Lo dicho, un remedo remiendo curioso meritorio, trabajo ímprobo, y entretenido cariacontecido de una obra cumbre, monumental, apoteósica, que sentó cátedra y no deja de dar sombra y cobijo, la angustia de la influencia.

Mala. Y aburrida. Y hay como un millón de balazos y no aciertan a nadie, es decir, además con mala puntería, cegata, incompetente, negligente.
Podría ser elegante, noir retro (viral) cómico, pero es demasiado roma, un amaneramiento torpe, acartonado y sin el más mínimo interés, en ese sentido no recuerdo una trama criminal tan idiota, liosa y estúpida.
Jane Alexander, a dos velas, es lo mejor de una función pesada y tontorrona.

Por los fusiles y las ciencias espaciales.
Buena película porque en ningún momento cede y juega sus cartas escuetas con contenida estoica prudencia inteligencia, honesta sabiduría, no se desdice, asume su premisa, es disfrutona. Dos horas de introducción para diez minutos de (alguna) emoción, me gusta la (desproporcionada) proporción, inversamente proporcional a la que nos tienen acostumbrados, lo cual de por sí ya es un atributo o acierto, un alivio, un descanso, un mérito, un decoro, que pasando tanto no pase nada, que el tedio sea el líquido elemento y no como aburrimiento supino como suele pasar en/con las llamadas (mal) películas de acción (no hay tal, solo movimiento cretino, perpetuo, deberían ser calificadas como obras de agitación sin motivo) por mucho ejemplo, sino como forma de sutil constante soterrada ominosa omnímoda tensión y acojono.
En cuanto a la jerga, qué decir, es como escuchar el lenguaje de los mendrugos de la naranja mecánica, música de las esferas para mis castigados oídos maltratados con saña y vitriolo por la vulgata infecta que todos los días por todos los medios nos invada ocupa, nos arrojan los caraduras y sus lacayos a todas horas con inusitado desprecio a la cara.
La escenografía es muy chula, como de Kubrick, otra vez, siempre, y su 2001, ese ascetismo espacial cromático como de Rothko o Pollock, y los actores cumplen el expediente, son sobre todo cuerpos, humanos, demasiado (nunca lo son) humanos, qué más quieres.
El mal es ambiguo y puñetero, el bien es (¿un bulto?) sospechoso.
Es Alien vaciado, la Cosa sublimada, es un bonito juguete, una simpática chulada.