Esta es la frase, o algo parecido, con la que arremete en un momento determinado el personaje de Hanna Schmitz a su adolescente amante, y esta es la consigna que mejor define mis impresiones una vez visto la película, un The reader que busca con desespero el peor de los academicismos, como si la etiqueta de obra importante le viniera ya impuesta incluso mucho antes de su nacimiento, una obra exageradamente pretenciosa que insiste en sus ambiciosas intenciones intelectuales, un film que trota a caballo entre el melodrama romántico (sus primeros compases son excelentes), el cine de juicios y el examen de conciencia acerca de los fantasmas del nazismo sin pasar de la tibieza generalizada, una decepción que decolora sus contados aciertos.

The Reader no puede considerarse del todo como una película nefasta, pero su brillo no luce por encima de la media, esa corazonada de estar ante un producto sin carácter, impersonal y en exceso revisado, con las miras más puestas en posibles premios que en dejar huellas imborrables, una historia dramática que Stephen Daldry rueda sin la intensidad que merecería con la única baza que la de su actriz protagonista, una correcta Kate Winslet que a pesar de su ilustre actuación no permite comparaciones con su superior y modélico trabajo en Revolutionary Road, un rol mucho más presto al total lucimiento de esta mujer meritoria de todos los elogios, sin que ello sirva para eclipsar a su joven enamorado, un debutante David Kross que aporta debilidad y tristeza a lo ancho de un debut sorprendente.

Quedan para el recuerdo unos encuentros sexuales rodados con increíble naturalidad y valentía, una fotografía exquisita a cuatro manos de dos de los mejores directores fotográficos del momento, el premiadísimo Chris Menges y el productivo Roger Deakins y una labor actoral ponderable, pero no es bastante para pasar por alto su insuficiencia, sus relamidos ecos de superioridad y prepotencia.

LO MEJOR: David Kross y aunque no es su mejor papel, Kate Winslet, ella siempre estará estupenda y sin duda la Academia le debe ese Oscar que le ha estado negando en numerosas ocasiones.

LO PEOR: La labor de maquillaje, ridícula e irrisoria. La planísima musica de Nico Muhly (discípulo de Philip Glass). La frialdad general y lo manipuladora que resulta una cinta de tales características.

Vals con Bashir podría catalogarse con diversos etiquetados, documental de animación, película experimental, cine de vanguardias, obra de denuncia, pero lo que no deja lugar a dudas es su clarísimo mensaje antibelicista, una de las voces más radicales y criticas escuchadas recientemente, unas intenciones perfectamente expuestas por parte de su director, el israelí Ari Folman, que habla sin concesiones del horror de una guerra, la Primera Guerra del Líbano y las matanzas indiscriminadas de refugiados palestinos, aunque sus intenciones son universales, pues en el fondo todas las guerras son iguales, una disculpa honesta sobre un conflicto que, a día de hoy sigue más que vigente, una cinta singular que aprovecha su forma animada para contar algo que en imagen real carecería del impacto logrado, un documento bello y aterrador que bucea visualmente en un lirismo onírico desbordado, pura poesía de lo extraño.

La ganadora del Globo de Oro a la mejor película extranjera y posible triunfadora en la misma candidatura en los próximos Oscar, se vale de los fragmentos de la memoria perdida de su protagonista, para ir componiendo un rompecabezas hábil basado en los sueños y en las conversaciones con sus antiguos compañeros de milicia, una estrategia bautizada bajo las texturas de un comic para adultos, unos encuadres dibujados con técnicas muy similares a las usadas por Richard Linklater para sus películas (A scanner darkly o Waking life) y que a pesar de sus trazos elementales captan con notoriedad la atención del espectador, un ejercicio surrealista que apabulla e hipnotiza. Vals con Bashir conjura con hechizante magnetismo la censura del conflicto ocurrido en Beirut con los recuerdos atroces de una realidad nunca olvidada, unos acontecimientos que Folman insta en profunda meditación moral, el infierno de jóvenes combatientes y víctimas inocentes, de temores y remordimientos de una lucha sin sentido, un trabajo necesario y comprometido que nos llega en un momento crucial y probablemente más urgente que nunca.

LO MEJOR: Los misteriosos sueños y recuerdos de los personajes, en especial el acontecido la noche de la masacre en Beirut o el inicial en donde un amigo del protagonista le cuenta como cada noche le asalta la misma pesadilla de unos perros rabiosos persiguiéndole sin descanso. La música de Max Richter, premiada como mejor banda sonora en los últimos premios del cine europeo y su firme propósito pacifista.

LO PEOR: Las imágenes reales del final, las cuales contradicen, en parte, las intenciones artísticas de la propuesta.

Blindness no es una película cualquiera, supone la dificilísima puesta fílmica de la no menos complicada y descriptiva novela del escritor portugués José Saramago “Ensayo sobre la ceguera”, y no es ni mucho menos fácil llevar a la pantalla una obra como esta, Fernando Meirelles se permite, con innegables altibajos, una visión no exenta de bravura, que respeta los máximos del texto literario y acerca con su estilo visualmente notorio un producto muy cercano al cine de terror, verdadero cine de género que hace tangible lo fronterizo de la novela con la ciencia ficción más apocalíptica y el drama psicológico, un film impecable que irradia virtuosismo.

La película que dirige brillantemente el brasileño no pretende abarcar toda la extensión de su modelo, pero funciona como parábola moral de una sociedad egoísta y de ceguera no precisamente física, una crítica sin adornos del mundo civilizado. Una terrible y extraña epidemia sacude a un país cualesquiera, la forma de materializarse es quedando a sus habitantes repentinamente ciegos, solo pudiendo vislumbrar una molesta e intensa luz blanca, un hecho que supondrá la inminente actuación de las autoridades que decidirán crear una especie de campo de concentración en donde todos los infectados guardaran cuarentena, un encierro que refleja sin piedad el mutilado comportamiento humano, una comuna que devendrá en catastrófica, llegando a una segregación limítrofe con un sistema fascistoide, en donde un grupo de ciegos intentará manejar la situación controlando el raciocinio de los alimentos en beneficio propio, derecho de pernada inclusive y donde solamente una mujer, fantástica Julianne Moore, no contagiada, se convertirá en líder indiscutible de un rebaño a la deriva, un lazarillo salvador que la actriz compone con la profesionalidad y firmeza de costumbre, un trabajo más que perfecto que enmudece sin remedio al resto del reparto.

Aciertos aparte, Blindness no es una película de recorrido recto, el algo pedante manto visual de Meirelles puede considerarse en ocasiones como repetitivo, pero es valiente y muestra, sobre todo en su segundo acto, una dirección expositiva luminosa que gana en la mirada de la Moore, un tratado de supervivencia tenebroso y de angustia incontrolable, ella son los ojos de espectadores y el alma mater de tan emocionante relato, una asfixiante óptica focalizada por el director de Ciudad de dios casi como una película de zombis, una metáfora política que borra sus pequeños defectos con su clausula tenaz de gran experimento.

Sigo en spoiler por falta de espacio.

Es admirable la manera que tiene la cinematografía gala de exportar sus productos, y más elogiable es, si cabe, el buen estado anímico de sus comedias, esas cintas que muestran con sapiencia un humor localista y autóctono a la par que renovador y fácilmente disfrutable más allá de sus fronteras, un cine que no deja de lado a sus clásicos (Louis de Funes, Jacques Tati) pero que apela con descaro a nuevos horizontes, películas que barren sin piedad sus taquillas y que pueden llegar a convertir una comedia ligera y amable como esta en todo un fenómeno de masas.

El ultimo boom francés Bienvenidos al norte (más de 20 millones de espectadores fueron a verla a los cines) tiene mucho de esa fórmula sencilla que se le debe pedir a un buen relato humorístico, unos ingredientes que sazona Dany Boon con la modestia de un cómico que conoce el medio sin temor al equivoco, el contar una fabula que rompe prejuicios y aboga por el humanismo de sus personajes, una ventana entrañable a un mundo compuesto por buenos sentimientos y con el optimismo como arma arrojadiza a estos tiempos actuales de crisis y odios que necesitan títulos así para creer, aunque solo sea en parte, en las sanas intenciones de vecinos y ciudadanos, bien sean al Norte- Pas de Calais o en cualquier lugar recóndito de nuestro conflictivo planeta.

Boon habla de choque cultural y de diferencias sociales narrando la historia de un amargado funcionario de correos (Kad Merad) que desea ser trasladado a la costa azul para así poder contentar a su depresiva esposa, pero este hecho le hará hacer trampas en su solicitud haciéndose pasar por minusválido lo cual le supondrá como castigo un destino fatal a la pequeña ciudad de Bergues, una región al norte de Francia en donde habitan unos curiosos Ch´tis que hablaran un extraño dialecto conocido como Ch´ti mi y que será el comienzo de un viaje al infierno, un temido lugar que se convertirá, contra todo pronóstico, en ese lugar soñado por todo ser humano, un paraíso de hospitalidad, buen humor, gentes amables y buenas costumbres, un pueblo con toques de tebeo que representa lo mejor de las personas.

Bienvenidos al norte se ve como cantico de la amistad, de unas formas de vida casi inexistentes, de ligerísimo eco Tati (esos paseos en bici por las calles de Bergues) y de sencillo cuento moral, una película que más allá de sus divertidas situaciones vuelca su costumbrismo en el detalle de unas charlas con tus amigos, del tapeo y borracheras sin conflictos, de la convivencia entre franceses, de la diferencia lingüística y de la fulminación de tópicos en un bello relato de felicidad y nostalgia que huye del chabacanismo para realizar una de las mejores comedias vistas recientemente.

Son muchas las historias acerca del Holocausto que todavía el cine tiene por explotar, algunas de ellas parten de premisas excepcionales como la verídica odisea de los hermanos Bielski, unos hechos espeluznantes acerca de estos valerosos judíos polacos que resistieron con bravura las implacables persecuciones nazis a su país organizando una encomiable resistencia en campo abierto en la que protegieron a miles de judíos en peligro, unos sucesos que no se han concretado de la manera fílmica deseada, algo atribuible en la mayor parte a la convencional y gélida dirección de Edward Zwick y al lacónico guión que no despierta la mínima tensión emocional necesaria para considerar Defiance como algo más que un producto comercial pobre y rutinario.

Edward Zwick parece no querer darse cuenta de su incapacidad para contar grandes relatos ahogando sus potenciales en una épica de segunda mano, empeñado película tras película en medir con desigual acierto aventura y mensaje (las fallidas Diamantes de sangre o En honor a la verdad) con unas capacidades limitadas que no le dan para ofrendas de este tipo, si bien es cierto que al menos siempre otorga un mínimo de entretenimiento que lo salva pudorosamente del ridículo (la correcta El ultimo samurái o la funcional Estado de sitio), no ha podido a día de hoy demostrar ser capaz de levantar pasiones (la horrenda Leyendas de pasión) o sentimientos en su cine manufacturado. Aquí Daniel Craig parece querer emular a Oskar Schindler al igual que Zwick juega a ser Spielberg, una osadía que huye de temibles comparaciones, pero que no esconden del todo los pequeños aciertos de Resistencia, un film que puede aceptarse como un endeble pasatiempo que no insulta exageradamente al género.

Resistencia destaca por la bellísima fotografía del portugués Eduardo Serra, atención a los hermosos cambios de estación o los momentos en donde la nieve se convierte en protagonista visual, con esos bosques perfectamente encuadrados por un trabajo sin fisuras, una iluminación llena de poesía que sube holgadamente la nota de un proyecto que ondea, ya desde el principio, a media asta, una cinta bélica que no saca partido de su argumento heroico, del dolor de unos momentos terribles que Zwick divisa a kilómetros de distancia.

LO MEJOR: La sensible y nada ostentosa partitura de James Newton Howard, apoyada por los geniales solos de violín de Joshua Bell, unas delicadas melodías que junto con la sobresaliente fotografía de Eduardo Serra son el refuerzo positivo a la frialdad generalizada. Las continuas referencias a pasajes bíblicos considerando a la dura supervivencia como una demostración de sacrificio religioso y lucha mesiánica contra el exterminio, cargando ese peso en las fornidas espaldas del actual 007, un Tuvia justo, compasivo y valiente.

LO PEOR: La mediocre dirección de Edward Zwick, el que los alemanes sean rostros prácticamente invisibles y lo previsible de unos diálogos que suenan a épica de andar por casa.