A pesar de valorar el esfuerzo del director y la película por intentar contar algo, no se me quita en ningún momento mientras veo 'Las vidas posibles de Mr. Nobody' la sensación de que no me cuenta nada, a pesar de entender y asimilar perfectamente su guión y sus historias, aparentemente enredadas pero que en realidad son de una linealidad incluso diría que plana.

Es una película hueca en contenido, con muchas buenas intenciones y, eso sí, una pasada de rosca importante en cuanto a la pretenciosidad de la propuesta. Y ya se sabe que cuando una película se pasa con sus propias pretensiones, tiende a terminar en ciertos momentos de ridículo y de sacarte de su trama de una patada. Al anciano Jared Leto, por ejemplo, no me lo creo. No me lo creo porque parece un personaje de comedia más que un eje respetable y existencialista que pretende servir de hilo conductor del argumento.

Y luego las propias tramas, incrustadas entre imágenes propias de videoclip, tampoco es que llamen particularmente mi atención... (sigo en spoiler)

Buena parte técnica (no siempre bien utilizada) e historias corrientes para este film que quiere (y cree) dar más de lo que da en realidad.

Michel Ocelot nos presenta en esta 'Azur et Asmar' un cuento de hadas. Pero no un cuento exclusivamente infantil: Un cuento para todos, valiente y reivindicativo acerca de la sociedad en la que vivimos y las diferencias raciales. Para aprender de los errores. Para abrir los ojos mientras Azur los cierra ante la intolerancia. Para comprender la igualdad de supuestos distintos mientras una misma madre enseña a sus hijos, uno biológico y otro "de encargo", que ambos son iguales pese al distinto color de su piel.

Y también para brindarnos una historia de realismo onírico, de magia que mancha de arena sucia los zapatos. Mezcla interracial separada por prejuicios, racismo, idiomas y religiones. Puede que en ocasiones roce lo obvio el discurso del film, pero en todo momento mantiene el pulso, el encanto y la brillantez de las pequeñas grandes obras. Esas que llevan marcadas a fuego y con orgullo la denominación de "diferentes".

Si todo esto lo condimentas con una impactante puesta en escena, que uno no llega a vislumbrar si es arcaica o visionaria (Ocelot usa la animación por ordenador de una forma muy distinta a la acostumbrada por los grandes estudios), pero preciosista en cualquier caso, tienes una película cuyo mensaje es casi mayor que la película en sí, pero también una obra extraña entre lo artesanal y la innovación.

'Azur y Asmar' es una película inteligente a la que solo el cuarteado ritmo narrativo (los continuos fundidos a negro y sus saltos temporales a tijera no me parecieron la manera más fluida de contarlo, la verdad) y cierta artificiosidad de recursos le restan méritos para ser un logro aún mayor de lo que es.

De planteamiento valiente, no condescendiente y quizás así la mejor manera de hacer llegar el mensaje fuera del maniqueísmo tan propio del cine infantil comercial, la película francesa no escatima en esfuerzos por visualizar un cuento con mucho de realidad, pese a que haya hadas y parte de aventura clásica.

De las que terminas con una sonrisa, no por un chiste tonto sino porque el cuento ha merecido la pena. Tengas 10, 20, 40 ó 60 años.

La 18ª película de 'Shin-chan' sigue los derroteros excéntricos de sus predecesoras y, como no puede ser de otra manera, el mismo molde argumental que se basa en lo que buena parte de las películas del personaje se han basado: Alguien extraño llega a la vida del pequeño Shinnosuke y le transporta a otro mundo o bien a través del tiempo, siendo éste último el caso de 'La novia del futuro'.

Uno se pregunta cómo los japoneses van a los cines a ver estas películas (además logrando apreciables recaudaciones de taquilla) si dos décadas de películas anuales después todos saben perfectamente lo que les espera y, seamos sinceros, ofreciendo más bien poca novedad y escaso interés comparado con la comicidad de la serie televisiva. Supongo que será lo mismo que a mí me empuja a verlas: Aprecio por el personaje y, por decirlo así, "tradición". Porque sí, la cita anual con la película de turno de 'Shin-chan' es como ese familiar lejano que ves una vez al año y que siempre te dice lo mismo pero que, en el fondo, te hace cierta ilusión saber de él.

El principal atractivo de 'La novia del futuro', a priori, es lo que ya apunta el argumento: La futura novia de Shin-chan viaja al pasado (cuándo él tiene 5 años, el Shin-chan que todos conocemos) para llevárselo con ella a un tiempo más avanzado donde todo es distinto y tendrá que enfrentarse a una aventura que suena a repetitiva y esquemática, pero que tiene algún que otro momento. Y cómo podréis imaginar, juega con el hecho de ver qué será de los personajes unos 15 ó 20 años después.

Y lo cierto es que el argumento promete más de lo que ofrece. Es una película más de la larga ristra de films del personaje, y en este caso del montón de las no demasiado buenas. Tiene algún punto bueno, pero muchos otros que dejan bastante que desear en cuanto a ritmo y humor (que es lo más que se le puede pedir). El director y los guionistas vuelven a incidir en situaciones tan extremadamente rocambolescas e incomprensibles que terminan perdiendo interés mientras uno se pregunta qué tipo de estupefaciente estarían fumando cuando pensaban en ciertas situaciones del film. Pero doy por hecho que la sala de guionistas no olía a rosas precisamente.

Si has visto otras películas de 'Shin-chan' no te pillará de nuevas. Sino, mejor déjala pasar y mira el ingenio que destila la serie de televisión.

Y con todo, la película (moderadamente) entretiene. Por tradición. Por bizarra. Por absurda.

Vuelve Woody Allen, cuya cita anual desde los lejanos años 70 se ha convertido ya en un clásico de las salas cinematográficas tanto como Papá Noel en Navidad (mala comparación tratándose de un judío de pro). Allen nos regala una vez más su ingenio y su buen hacer fílmico, si bien su 'A Roma con amor' es una de esas películas que la mayoría considerará (consideraremos) mera rutina en su trayectoria pero que una vez termine el año nos daremos cuenta que esa "obra menor" es casi con toda seguridad una de las mejores películas del año. O como mínimo, de las que salimos del cine con la sensación de que merecía la pena pagar la entrada.

A modo de ritual, pero siempre encendiendo la chispa del trabajo bien hecho, Woody Allen nos vuelve a contar una historia dividida en cuatro que no se anudan argumentalmente entre sí pero sí lo hace su fotografía de postal romana, que como ya ocurriera con París en su anterior trabajo, es un personaje más de la película.

¿Y qué es la película? Pues es Woody Allen, una vez más. Pero con matices, esos matices que cada año nos recuerdan que no va a caer en la rutina. Esta vez se centra en un grupo de personajes con su historia, cada uno planteando un problema mundano que desarrollar con más o menos éxito hacia lo irónico o surrealista. O ambas cosas a la vez. En el fondo nos encontramos con tres historias de problemas de pareja (muy típicas del director, por otra parte) y una crítica social que nos sonará mucho. Todo con diálogos elaborados, cínicos, críticos, humorísticos, artísticos, absurdos y un buen puñado de ideas, algunas buenas, novedosas, y otras un poco más vistas.

Si bien todo está ejecutado de una manera firme y correcta, agradable y con cierta brillantez, no alcanza nunca las altas cotas de genialidad que de vez en cuando nos ha obsequiado el director neoyorquino. Quizás resulte demasiado tibio o liviano en lo que nos cuenta.

Definitivamente las historias de 'A Roma con amor' llenan la pantalla y llenan al espectador, pero no le encandilan, no atraviesa la barrera de lo especial. Uno sale satisfecho del cine sin más, esperanzado de que el genio neurótico de las gafas sigue teniendo un talento inagotable al que hay que agradecer que lo exprima en un ejercicio de auténtica dedicación rodando una película al año manteniendo siempre un nivel mínimo aceptable que bastante a menudo sube hasta la cima.

'A Roma con amor' mantiene el nivel, pero esta vez está lejos de esa cima. Aunque una vez más lo ha vuelto a hacer. Y hay que disfrutarlo como se merece.

Si algo no se me olvidará de 'M' son los ojos de Peter Lorre. Unos ojos que transmiten locura, miedo, demencia, desesperación, terror.

La película de Fritz Lang es toda una obra de ingeniería y de simbología. No olvidaré los ojos de Lorre, pero tampoco su sombra sobre el poste publicitario, la increíble fuerza dramática del silbido del personaje, la "M" en su gabardina, la escena final...

Como siempre que veo películas de la época en la que el cine tan solo empezaba a andar (y en este caso, a hablar) pienso en las limitaciones y complicaciones técnicas y en lo bien o mal resueltas que están. Lang no solo las resuelve con maestría, sino que señala el camino para los que vengan después. Es un auténtico pionero en técnicas poco o nunca vistas hasta la fecha, en cuestión de narración 'M' se mantiene tan fresca como el primer día porque en 1931 se salió de lo convencional.

Su desglose de una investigación policial, su ideario de cómo debe representarse el terror sugestivo, su habilidad para plantear escenas de tensión han sido copiadas una y mil veces hasta el día de hoy. Por eso 'M, el vanpiro de Dusseldörf' se ve actualmente con una construcción de su entramado y una finalización en pantalla totalmente asumible, porque sentó las bases de un tipo de cine. De hecho sentó las bases de algunas de las columnas vertebrales de todo el cine posterior (evidentemente no fue el único, pero si uno de ellos. Por allí andaba un tal Alfred Hitchcock también, entre otros).

Ahora que está casi todo inventado y que hemos visto cientos de películas es muy difícil ponerse en el punto de factor sorpresa y novedoso que supuso, de su importancia. Pero es muy necesario resaltarlo, porque aunque ya no nos sorprende nada sí tenemos en nuestro poder la perspectiva del tiempo y el saber dirimir las cosas que aportó.

Dicho esto, estrictamente como película es una virguería por todo lo comentado, lo que no quita que adolezca de pequeños altibajos en su ritmo, sobre todo debido al empeño del director de mostrar en ocasiones con excesiva minuciosidad la investigación policial, con detalles de interés más limitado que el núcleo real del asunto.

Pero eso queda en anécdota ante los auténticos momentos de CINE con mayúsculas que nos ofrece.