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España España · Madrid
Críticas de keizz
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Críticas 241
Críticas ordenadas por utilidad
6
14 de mayo de 2015
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Darío (Miguel Herrán), un chico de dieciséis años, tiene serios problemas con sus padres (Luis Tosar y María Miguel) que están recién separados, y también en el colegio. Sólo se siente bien con su amigo Luismi (Antonio Bachiller), vecino suyo de toda la vida. Tras huir de su casa, Darío se refugia en el taller de Caralimpia (Felipe García Vélez), un viejo delincuente que le enseña el oficio y le ofrece un ejemplo de vida muy poco edificante. Asímismo, Darío conoce a Antonia (Antonia Guzmán), una anciana que recoge muebles abandonados con su motocarro y que se convierte momentáneamente en su nueva familia.

El adolescente problemático de un barrio suburbial, problemas generacionales, delincuencia precoz, soy rebelde porque el mundo me hizo así… es uno de los mayores tópicos del cine español, muy dado a recrear este tipo de personajes. Desde los años del llamado “cine quinqui” de Eloy de la Iglesia, a los posteriores éxitos con esta misma temática (“Barrio”, “El bola”, “7 vírgenes”, etc.), este tipo de cine siempre ha tenido buena aceptación y, aunque hayan cambiado los tiempos, se sigue haciendo.

Supongo que habrá gente para todo, pero a mí personalmente, a estas alturas, me dice muy poco o nada la película con adolescentes que conducen sin carnet, que espían a la vecina en la ducha, que roban exámenes del colegio, cubatas en la discoteca, ropa en El Corte Inglés, etc. Falta el coqueteo con las drogas para completar el repertorio de lugares comunes que visita esta película.

Las buenas intenciones son evidentes, y la película es hasta simpática, pero adolece de la más mínima credibilidad. Todo lo relacionado con el personaje de Darío no termina de cuadrar. Un personaje puede ser listo o tonto, bueno o malo, sensato o loco, pero no todo a la vez, según le va conviniendo a la historia. Además de esto, nunca llega a relacionarse con el espectador, uno no empatiza con él, no transmite lo que se supone que quiere transmitir (tengo muchos problemas, mi vida es muy dura, no he recibido suficiente cariño pero en el fondo tengo muy buen corazón y mis amigos son lo primero).

Hay que tener en cuenta que se trata de la ópera prima de Daniel Guzmán, y en ese sentido hay que ser condescendiente con los errores que todo principiante puede cometer. Desde ese punto de vista, comprendo que Guzmán haya sido poco atrevido y pretenda contentar al gran público con una historia de moralejas repleta de clichés y fácilmente digerible.

Personalmente, creo que la película habría ganado mucho si Guzmán se hubiera atrevido a olvidarse del mensaje, de la denuncia social, si hubiera sido más crudo y menos amable con el público, si hubiese hecho un producto más fresco, que destilara más realismo y ambición, si no hubiera recurrido a un final tramposo.

A pesar de todo ello, “A cambio de nada” no es mala película. Hay cosas muy rescatables de ella, indicios muy prometedores de que Daniel Guzmán puede ser un gran director en el futuro. Por ejemplo, tiene muy buen ojo a la hora de componer el plano, y se le adivina buen gusto, talento e ingenio. Yo estoy seguro de que aquí habrá un gran director de cine.

Lo mejor es la dirección de actores. Miguel Herrán y Antonio Bachiller (especialmente éste último) derrochan frescura y naturalidad. Y es gracias a ellos (y a lo bien dirigidos que están) que muchas escenas salen airosas a pesar del conjunto de tópicos por el que se mueven.

Junto a ellos, la habitual solvencia de Luis Tosar y Felipe García Vélez (que protagoniza quizá las escenas más brillantes de la película) y la más que conseguida actuación de Antonia Guzmán (abuela del director) a quien no le queda grande en absoluto su personaje.

La película es divertida (lo de los perros es descojonante), los diálogos son ágiles y denotan espontaneidad, pero los cimientos narrativos de la película son muy frágiles, no hay una historia potente, da la sensación de que lo que se cuentan son momentos anecdóticos en esa etapa la vida de Darío. Esas escenas deberían ser enriquecedoras para la película, pero no ser la película en sí mismas.

Película bienintencionada y con buenos momentos, pero irregular y predecible. Plantea el problema existencial de la adolescencia, su falta de valores y de expectativas, pero no da respuestas, más allá de los tópicos de siempre, por lo que termina siendo un film simplemente agradable pero superfluo.

Darío y Luismi son Don Quijote y Sancho Panza. Pero eso ya se escribió hace mucho tiempo, así que para que la fórmula funcione hay que añadirle algo más, sorprender. No obstante, ya digo, se intuye talento en Guzmán. Espero que esta película guste lo suficiente como para que en la próxima se arriesgue un poco más y veamos de lo que es capaz.

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7
4 de junio de 2014
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cornelia (Luminita Gheorghiu), una mujer de sesenta años perteneciente a la alta sociedad rumana, se siente desgraciada porque su hijo Barbu (Bogdan Dumitrache) de 34 años vive independiente, no llama ni visita a su madre tanto como ella quiere, y encima tiene una novia que no le merece. De repente se produce un accidente de tráfico. Barbu atropella a un niño que muere como consecuencia del golpe. Tiene serio peligro de ser encarcelado por el atropello, pues conducía con exceso de velocidad. Cornelia usará todo su poder y sus contactos para evitar que su hijo vaya a prisión.

Película muy realista, con algunas escenas que parecen rodadas como vídeos caseros, rozando en algunos momentos el estilo de los documentales, pero dotada de una gran tensión dramática. Un film nada amable, que no da respiro ni hace concesiones, y tan áspero y contundente como su protagonista, la mujer que sostiene esta obra.

Dirigida por Calin Peter Netzer, “Madre e hijo” tiene un estilo bastante peculiar. Ciertas escenas de conversaciones inusualmente largas pero a la vez brillantes, en las que la cámara, en lugar de hacer plano / contraplano, como es lo habitual, va enfocando alternativamente a uno y otro contertulio, como si fuera el espectador el que está mirando y manejando la cámara. Todo esto con encuadres nerviosos, que al principio marean un poco, pero que terminan quedando bien.

Esta película es, por encima de todo, el retrato de Cornelia, la madre absorbente, manipuladora y controladora, que se desespera cuando comprueba que su hijo se escapa de su lado, y aprovecha el accidente de coche y el miedo del hijo para lanzar sobre él su manto protector con la esperanza de frenar así su huída y retenerlo a su lado.

Todo ello magníficamente representado por la actriz Luminita Gheorghiu cuya interpretación es sobrecogedora. Desde el principio de la película, cuando se muestra fuerte, poderosa, controlando todo su entorno, emergiendo como la reina absoluta de la película, hasta el final cuando termina por mostrar su lado más sensible, vamos asistiendo a su paulatino desmoronamiento plasmado por la actriz de un modo absolutamente convincente, dejando una actuación espectacular, histórica.

A mucha distancia, tampoco está mal la actuación de Bogdan Dumitrache, el hijo pusilánime de 34 añazos, que se arrastra por la vida con el lastre de una sobreprotección materna que le ha impedido desarrollar una personalidad propia para enfrentarse a las cosas, acostumbrado a que su madre le resuelva todo y le saque de todos los apuros. Es un manojo de miedos fruto de la personalidad posesiva de su progenitora. Ahora lo único que quiere en la vida es liberarse de ella, desatar los nudos que le han impedido avanzar como ser humano, empezar a vivir.

De alguna manera, aunque sin profundizar, la película toca la situación social de Rumanía, y nos muestra las terribles desigualdades que se producen en un país en el que de repente hay unos pocos ricos y muchos pobres. Un país en el que la corrupción está a la orden del día. Pero todo esto mostrado de un modo muy sutil, casi sugerido, por lo que en ningún caso se puede considerar un film de denuncia social, en absoluto.

Me llevé una grata sorpresa con esta película. Es de esas en las que el espectador comprende perfectamente a cada uno de los personajes. Entiende los motivos de todos para actuar del modo en que lo hacen, y comprende sus sentimientos, lo que automáticamente la convierten en una película de alto nivel. A menudo tienes la sensación de estar dentro de la pantalla asistiendo de un modo muy cercano a las conversaciones que se producen, y participando de las emociones de sus personajes, su dolor, sus miedos.

Y el final rebosa talento. Inolvidable, a pesar de amenazar con resultar lacrimógeno, Netzer lo resuelve con una inesperada maestría, con una escena final preciosa, original y poética, que se cierra de un modo brusco, y que hace que salgas del cine impresionado y contento de haber elegido esa película para pasar la tarde y para recordar una buena temporada.

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6
28 de mayo de 2014
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
El líder del principal partido de la oposición en Italia, Enrico Oliveri, está en horas bajas. Duramente criticado desde fuera y también desde dentro de su partido, se siente apabullado y un día decide desaparecer así sin más, dejando una lacónica nota. Nadie sabe dónde está, ni siquiera su mujer. Ella le sugiere al hombre de confianza de Enrico, que recurra a su hermano gemelo, Giovanni Ernani, un filósofo genial pero recién salido del manicomio. Éste acepta encantado y así reaparece el nuevo Enrico Oliveri, hablando de un modo más poético, lúcido y sorprendente. A la gente le gusta este nuevo proceder del líder de la oposición y las estadísticas electorales dan un vuelco.

Roberto Ando dirige esta irregular película que navega entre la crítica social y política a través del personaje gastado y decadente del líder Enrico Oliveri, y la comedia que aparece cuando entra en acción el personaje de Giovanni Ernani. Ambos personajes interpretados por Toni Servillo, ese actor que nos deslumbró a todos en “La gran belleza”, y que aquí demuestra una vez más su gran talento interpretativo componiendo maravillosamente bien ambos personajes.

Quien, como yo, acuda a ver la película al reclamo de la presencia en ella de Toni Servillo, no saldrá defraudado. Verle actuar por partida doble es todo un lujo para el buen aficionado al cine. También el resto del reparto cumple con creces con su trabajo, especialmente Valerio Mastandrea, que interpreta el papel de Andrea Bottini, el asistente del político, que está absolutamente convincente en su interpretación.

Creo que “Viva la libertà” es una película irregular, con un gran planteamiento y un pobre desarrollo, a pesar del alto nivel interpretativo de los actores. Es divertida, pero en el tema que trata la película, el humor debe ser sutil y siempre ligero. Si caricaturizas demasiado a los personajes y a las situaciones, pierde la credibilidad y todo se viene abajo. Esto sucede en esta película, se supera la línea y deja de tener gracia, y sobre todo deja de ser creíble el entusiasmo que el político impostor genera entre la gente, por caricaturizarlo excesivamente.

El mensaje que manda la película es muy obvio: resulta mucho más atractivo para los electores un político desequilibrado pero sensible a los problemas de la gente que un político preparado, de vieja escuela, anclado en las estrategias del partido, que está mucho más pendiente de lo que ocurre dentro de su partido que a lo que les sucede a los ciudadanos. Los políticos sirven a sus propios intereses, y siempre hay más cercanía entre políticos, aún entre políticos de distintos partidos, que la que hay entre éstos y el pueblo, que sólo interesa para sus intereses electorales.

En mi opinión, la película empieza muy bien, va creciendo, y en la parte final baja el nivel de un modo espectacular. Tiene un gran inicio, nos muestra muy bien cómo se siente el personaje principal y cómo es el mundillo en el que se mueve, logrando captar el interés del espectador. Esto va un poco más allá cuando aparece el personaje del hermano gemelo y sus primeras escaramuzas haciéndose pasar por el político. Para entonces el público está completamente entregado a la película esperando que el desarrollo vaya a más. Hay buenos gags, y la crítica seria convive armoniosamente con la comedia ligera. Lo único que nunca coge fuerza son las historias de amor latentes, ni el intento de nostalgia, ni el motivo de la separación de los dos hermanos, todo eso no está bien expuesto y nunca llega a calar en el espectador lo más mínimo.

En la última media hora, todo se va desmoronando. La crítica a la clase política y a la sociedad deja de ser creíble y el humor se convierte en esperpento. Los acontecimientos se van atropellando, da la sensación de que hay prisa por terminar y la película pierde completamente el pulso narrativo. En cuanto al trasfondo amoroso, lo que antes no convencía ahora directamente sobra. Si no se van a contar bien las cosas, es mejor no contarlas. Un trasfondo amoroso tiene que tener sentido y aportar algo a la película, si no va a ser así, está de más y sólo sirve para empeorar la historia.

“Viva la libertà” podría haber sido un buen drama social. También tenía muchos números para ser una gran comedia. Pero se queda entre dos aguas y deja una sensación de película desaprovechada que da bastante rabia. Había historia, había actores, había materia prima para que el resultado fuera un peliculón. Pero lamentablemente se queda en entretenida y curiosa, sin más.

No obstante, la recomiendo. Se pasa un rato agradable, hay escenas divertidas, y aunque no está tan bien hecha como debería, sí hace pensar en la mierda de clase política en cuyas manos estamos. Y encima ves actuar a Toni Servillo, que ya por sí sólo justifica el precio de la entrada.

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8
22 de febrero de 2018
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Andrey Zvyagintsev es, sin duda, el director ruso de la actualidad más reputado merced a sus películas conmovedoras en las que suele indagar en el sentimiento de culpa y retratar sin piedad una sociedad rusa decadente y descompuesta. Después de su anterior trabajo (“Leviatán”) no podía resistir la tentación de ver su última película, y no me ha defraudado. Este hombre es toda una garantía para mí.

Zvyagintsev me vuelve a seducir desde el primer fotograma. Su puesta en escena deslumbrante, esa fotografía preciosa y elegante, con ese paisaje frío y desolador del otoño moscovita, esa banda sonora precisa y perfecta, y esa atmósfera sombría que magistralmente crea en cada película, con esos tonos azules y ocres que potencian la sensación de angustia y pesimismo. En el aspecto formal, es imposible encontrar un pero al trabajo de Zvyagintsev.

Aunque el film pone en solfa los problemas de la sociedad rusa, la historia nos llega porque es universal. No hay espacio para la indiferencia. Es inevitable sentir y reflexionar sobre el matrimonio, la relación paternofilial, la endeblez de las relaciones de pareja, la indiferencia que sentimos ante las terribles cosas que pasan en el mundo. Parece que nos importa más lo que sucede en nuestro teléfono móvil que en nuestra sociedad o en nuestra propia vida. Los patéticos personajes de esta película podríamos ser cualquiera de nosotros, que cada vez somos más egoístas, más ensimismados y más lisiados emocionalmente.

“Sin amor” tiene la virtud de contar una historia que nos resulta familiar y conocida de un modo distinto. La sensibilidad narrativa que demuestra Zvyagintsev hace que lo que podría haber sido una historia convencional y previsible se transforme en algo muy distinto. Su atípico desarrollo formal hace que la película coja vuelo y su interés siempre vaya creciendo. Su nula complacencia con el público hace que el film vaya adquiriendo potencia a medida que avanza. La ausencia del niño nos va generando más angustia y la forma en que lo vemos nos termina devastando emocionalmente. Si esta película no te parte el corazón es porque no tienes.

Todo son trabas para la búsqueda de Alyosha. Las respectivas nuevas parejas de Boris y Zhenia, la adicción de ésta a su smartphone, el jefe de Boris que no acepta divorciados en su empresa, la policía que se desentiende del caso y les invita a que pidan ayuda a un grupo de voluntarios… Y a todo estoy hay que unir el despiadado otoño ruso, cuando el frío y la nieve llegan a Moscú y dificultan más las cosas.

Hay desesperación en los padres a medida que pasa el tiempo y el niño no aparece. Pero también están preocupados por sus nuevas vidas, por sus nuevas parejas. La ilusión de lo nuevo se mezcla con la desesperación y el sentimiento de culpa por el hijo que no aparece. Una mezcla explosiva y cruel. Y Zvyagintsev nos lo retrata de un modo majestuoso y brutal.

Siempre intento decir buscar algo negativo en las películas que reseño, por mucho que me hayan gustado. En esta ocasión lo tengo difícil, pero diré que las críticas políticas a Rusia las veo un tanto pobres. El recurso de las noticias por la tele o por la radio para meterse con el Estado no es muy efectivo y no aporta nada a la historia. Por otro lado, estimo que alguna escena quizá se alarga innecesariamente. Pecata minuta ante tantas virtudes, el film es visualmente impactante y hay varias escenas que me costará mucho tiempo olvidar.

En fin, una película desgarradora tejida con la destreza habitual de Zvyagintsev, con esos planos largos y bellos, esa falta de compasión por sus personajes y esos mensajes sutiles hacia la sociedad y a los seres humanos. Una experiencia amarga. Sales del cine bien jodido. Y deseando que llegue su próxima película.

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4
18 de diciembre de 2014
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando veo películas de ciencia-ficción parto de la base de que lo que voy a ver es eso, ciencia-ficción, que no es real, pero aún así necesito que haya una cierta credibilidad en lo que veo. Por ejemplo, si se trata de una película ambientada en el año 5268, pues me puedo creer casi todo lo que vea porque no tengo ni idea de cómo puede ser el mundo en ese año, siempre y cuando la película esté bien hecha. Pero si es una película en la que dicen que un meteorito está cayendo a la tierra y llega un tío con una escopeta y dispara al meteorito y desvía su trayectoria, salvando así a la humanidad, pues no me lo voy a creer. Ciencia-ficción si, pero dentro de un orden.

“Interstellar” es entretenidilla, pero tiene tantos errores y tantas cosas increíbles que termina siendo grotesca. Es imposible creerse lo que nos cuenta, imposible. A mí me condicionó mucho eso. Es una chorrada detrás de otra, con inexactitudes continuas, a pesar de lo cual, evidentemente hay muchísima gente que piensa que es un peliculón. Todo un misterio.

Se supone que se trata de un melodrama, y yo, que soy sumamente impresionable, no me emocioné lo más mínimo. Tal vez porque la intención se ve venir, se fuerza, y entonces ya no hace efecto, por lo menos a mí.

En cuanto al viaje espacial, muy flojito. Cuando vamos a ver una película de astronautas esperamos un viaje lleno de aventuras, en el que se transmitan al espectador las sensaciones que se debe experimentar estando mucho tiempo en el espacio: la soledad, el aislamiento, la incertidumbre, el peligro, las penurias físicas derivadas de estar mucho tiempo encerrado en una nave… etc. Pues nada de eso. El espectador no percibe absolutamente nada de eso. Están en una nave espacial como podrían estar en un autobús que va de Madrid a Segovia.

Nolan toma al espectador por tonto continuamente. Primero pensando que se va a tragar cualquier cosa que le cuente, por disparatada que sea. Y luego porque se afana por explicar las cosas continuamente. Y ¿como lo hace? Pues no se le ocurre otra cosa que hacer que los astronautas se lo expliquen unos a otros. Por ejemplo, para explicar lo que es un agujero gusano, un astronauta se lo pregunta a otro, y éste se lo explica. O sea, como si un ingeniero electrónico le explica a otro lo que es un circuito impreso.

Y además, no siempre lo explican bien. Como Nolan tiene la idea de que el espectador es tonto, ni siquiera se esfuerza en explicar las cosas con rigor científico, sino que hace unos diálogos chapuceros con frases pseudocientíficas y ya está. Qué más da, si el espectador no lo va a entender igualmente…

Nolan pretende plantear cuestiones filosófico-sociales y… tampoco. Quiere hablar del amor paterno-filial, del compañerismo, del sentido del deber, de la solidaridad, de anteponer el bien común al individual, pero nada de eso llega a las butacas ante un guión tan absurdo que hace que no te tomes nada en serio.

Tras esos vanos intentos de plantear temas filosóficos, viene el remate final de Nolan: El amor lo puede todo. Pero no el amor de pareja, no. El amor a la familia. Eso es lo que consigue salvar a la humanidad. No la ciencia, ni el valor, ni la solidaridad, ni el altruismo. El amor a la familia es lo que más puede. No el amor de pareja, que es más bien un obstáculo, ya que te atonta y te impide razonar objetivamente. El amor a a la familia es distinto, te da fuerza para superarlo todo, está en armonía con el resto de la humanidad y no hay agujero negro que se le resista.

Los actores tampoco se salvan de la quema. Matthew McConaughey resuelve la papeleta con cierta dignidad y Jessica Chastain también. En cambio el resto del lujoso elenco (Anne Hathaway, Casey Affleck, Matt Damon, Michael Caine, John Lithgow, etc.) no logran salvar unos personajes que no tienen gancho alguno.

Para que todo tuviera su coherencia, tampoco me gustó la música del afamado Hans Zimmer. Tediosa, irritante y hasta fuera de tono.

El desenlace final es vergonzoso, de lo peor que he visto nunca. Si toda la película es increíble, el final es directamente imposible. Un disparate.

En fin, un guión incoherente, unos diálogos pobres, una música mal utilizada, un trabajo de actores muy flojito… y ni siquiera hay un espectáculo visual de efectos especiales que salve la papeleta, que es lo mínimo que uno espera de una película de ciencia-ficción. En su lugar, muchos primeros planos de los astronautas. Bien, Nolan, chavalote.

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