La comedia no es solo risas y ligereza, también es un género perfecto para actuar como un francotirador. En este caso Wilder lanza, a través de la adaptación de la obra teatral homónima, un mensaje serio y reflexivo (la hipocresía de la prensa y la case política) sin renunciar a la carcajada, en ocasiones a costa de un humor muy negro, gracias a unos magníficos diálogos, un ritmo endiablado y un grupo actoral a la altura de lo que se les exige.
Aunque lo realmente destacable es ese tono de critica hacia el periodismo, a clase política y a la policía. Los periodistas solo buscan la noticia sensacionalista llena de morbo, adornando y exagerando los hechos hasta que estos pierden cualquier parecido con la realidad, mientras que la policía, representada por el sheriff, y el alcalde de la ciudad son capaces de dejar morir a un hombre (en este caso totalmente culpable, aquí la película -o el texto original- no se atreve a llegar a las últimas consecuencias), que ha obtenido un indulto del gobernador, solo para poder ganar las elecciones y continuar en su cargo pese a ser corruptos. La película se va volviendo más incisiva y dura por momentos, todos los personajes son auténticas hienas cuando no sociopatas (ese Matthau obsesionado con impedir la marcha de su mejor periodista y con una "fuerza invisible" justiciera que le protege). Los únicos personajes inocentes, por no ser tan egoístas y rastreros, son femeninos: por un lado la prostituta que durante 3 días acogió y cuidó del asesino antes de que cometiera el crimen, capaz de todo por protegerle, y por otro Peggy (Susan Sarandon) que representa la redención del protagonista y solo quiere casarse con su enamorado y ser feliz en Philadelphia.

Recomandada a: todos aquellos que saben que algo huele mal en Dinamarca.

Lo peor: que no se atreva a llegar más lejos en algunos aspectos.

Lo mejor: un reparto fantástico, un ritmo frenético y unos diálogos antológicos.

Si algo consigue Wong Kar-Wai es que su cine sea sobretodo sensorial, si en In the mood for love podíamos sentir la estrechez de los pasillos, la proximidad tan forzada como deseada e inadecuada y en My blueberry nights el dolor proveniente de la soledad y de las decisiones impuestas por otros, en Happy together sentimos distintas caras de la soledad: la producida por dos maneras muy diferentes de entender el amor, la soledad de saberse perdido en un lugar extraño, la soledad de ir a la deriva... pero también el bullicio de una cocina a pleno rendimiento o de un grupo de compañeros de trabajo jugando a fútbol en un callejón.
Todo esto se consigue gracias a esa capacidad que tiene Wong Kar-Wai para evitar que las imágenes tengan una mera función narrativa consiguiendo, con la estética, la preciosa fotografía y la música, fundir el mundo exterior que rodea a los personajes con su mundo interior, logrando que las emociones y las sensaciones dejen atrás la pantalla y lleguen hasta el espectador.

Recomendada a: quien quiera emocionarse con una película.

Lo peor: un par de momentos algo caóticos por su estructura narrativa (uno, que es cortico, oigan)

Lo mejor: todo.

Lo que hace interesante a esta película, a parte de una colorista estética procedente de la pintura pop surrealista que la aleja por completo de la icónica imagen de los clásicos de terror ambientados en caserones en medio de la nada habitados por niños tétricos, es un discurso que parece afirmar que una felicidad eterna (en este caso en forma de casita llena de muñecos, pasteles y cuadros de animales donde se vive en una navidad eterna) no es más que la mentira que construimos a nuestro alrededor para escondernos de una horrible verdad: el mundo es un lugar oscuro y cruel. Sin embargo la película se traiciona a sí misma con un final que apela a la esperanza.

Visualmente la película es de una belleza impresionante, barroca hasta decir basta, llena de colores saturados y detalles que pese a la alegría que transmiten consiguen crear una atmósfera de opresión y tensión, a lo que contribuye la banda sonora y unas buenas interpretaciones, destacando los tres niños protagonistas. Tal vez falla en el tercio final, con la entrada de unos personajes que rompen con la ambigüedad que hasta ese momento había imperado y un climax final que pese a ser terrorífico (ese flashback) no llegue a ser todo lo potente que podría haber sido, tanto por como lo cuenta, el recurso del flashback es demasiado simple, como por dejar cierto regusto amargo al dejar paso a la esperanza en vez de ir hasta las últimas consecuencias y arriesgarse con un final más oscuro.

Recomendada a: los que saben que los cuentos infantiles clásicos tienen mil caras.

Lo peor: un último tercio blandito que se resuelve de un modo excesivamente convencional cuando tenía material para arriesgarse mucho más

Lo mejor: la estética, las interpretaciones y la atmósfera enrarecida que consigue crear.

Tengo sentimientos encontrados con esta película: por un lado me parece que el apartado técnico es perfecto: el diseño de personajes es simple pero carismático, los escenarios espectaculares, detallados y preciosistas y una animación realmente espectacular. Pero por el otro lado, y aquí viene el aspecto más flojo, no me convenció como esta desarrollada la historia.
El inicio es demasiado lento para luego acelerarse demasiado en la búsqueda de las gemas y detenerse solo en unos pocos momentos, provocando que la evolución del protagonista se produzca un poco a trompazos y que los personajes secundarios pierdan el carisma que desprendían al ser introducidos en la historia resultando demasiado planos. Pero no solo eso, sino que el ritmo tan irregular de la película no nos permite disfrutar del mundo de Vision ni de sus criaturas, frustrando el sense of wonder que en un primer momento transmite cuando Wataru llega a Vision.
La verdad es una lástima, porque de haberse desarrollado mejor la historia, la película hubiera quedado más equilibrada. Sin embargo Brave Story cumple a la perfección su función de entretener y no se puede negar que tanto Wataru como Mitsuru con sus tribulaciones son una auténtica ancla para enganchar al espectador.

No puedo evitar emparentar "Prince of Persia" con "El halcón y la flecha" (de visionado obligado) en vez de "El ladrón de Bagdad" (también obligada) y eso que estilísticamente se parece más a esta última que a la fantasía medieval de Tourneur. Ver a un esforzado y carismático Jake Gyllenhaal como saltarín héroe de acción entre duna y duna me trae a la memoria al Burt Lancaster acróbata que tan pronto roba el corazón de la dama con una sonrisa o hace una voltereta mortal triple con tirabuzón hacia atrás mientras te dispara una flecha. Pero aquí acaban las coincidencias, porque si bien tanto Jack Tourneur como Mike Nevell son mercenarios con alma de artesanos, el primero siempre fue más apasionado y afrontaba cada nuevo proyecto como si fuese la película de su vida mientras que Newell, sin hacer mal su trabajo, demuestra que lo suyo es trasladar la flema británica a cada film que dirige.

Lo que le falta a "Prince of Persia" para ser la gran película de aventuras que podría haber sido es más energía y emoción. Es cierto que entretiene, que hay cierta química entre Gyllenhaal y Gemma Arterton (cuya sensualidad es totalmente desaprovechada), que Ben Kingsley y Alfred Molina son grandes intérpretes (aunque un tanto encasillados) y que visualmente es arrolladora, pero es tan fría e intrascendente (algo que en el fondo se agradece) que se olvida a los dos minutos.

Dos defectos más:
Primero esa referencia nada sutil al conflicto de Iraq, que más que darle fondo a la película lo que hace es volverla ridícula.
Segundo: la historia es bastante previsible, por lo que es muy fácil para el espectador avanzarse a lo que va a ocurrir.