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España España · Barcelona
Críticas de Eduardo
Críticas 1.293
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
17 de diciembre de 2019
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Da la impresión de que, durante los años 30-50, los espías proliferaban en el Reino Unido como en ningún otro país del mundo. Gente educada, gente culta, gente solvente, gente de clase alta y media, se dedicaba a espiar con estupendo entusiasmo, a mayor honra y gloria de Pepito Stalin, el asesino del Kremlin (hoy hay otro en su lugar, pero todo el mundo mira hacia otro lado: como entonces). Trevor Nunn, avispado especialista en corte y confección, alejado de la gran pantalla durante bastantes años, vuelve por sus fueros con la historia de Joan Stanley, que en realidad enmascara la de Melita Norwood, una adorable anciana que había pasado secretos atómicos británicos a Rusia por amor a la humanidad, no al dinero. Una vez más, el cine inglés tan pulcro, refinado, perfecto en los detalles y... falto de alma. Pero la historia se sigue con interés, aunque conozcamos el final (nadie se atrevió a encarcelar a una dulce abuelita de 80 años). Falta, por supuesto, la tensión, la mala leche, el bisturí afilado de John Le Carré; en realidad, todos estamos deseando que la bondadosa Jane, a la que también traicionaron a cambio de un poco de amor y unos cuantos polvos, se saque de encima a esos estirados y reprimidos amantes del Brexit y vuelva a su casa a hacer calceta. Judi Dench, como era de esperar, borda el personaje con esos gestos apenas esbozados y sus miradas de soslayo, un papel hecho a su medida. El cuadro actoral que le acompaña es impecable, como en toda buena película british que se precie, y en todo caso destacaría a Sophie Cookson, Joan de joven, y a la morbosa Tereza Srbova. George Fenton acompaña con una buena banda sonora las imágenes (tampoco hay tanta música, como afirma mi amigo Boyero), y el efecto general es de amansada placidez. En efecto, Carlos, no ocurre nada malo por verla y oírla.
Eduardo
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5
15 de diciembre de 2019
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este es un proyecto personalísimo del actor Rupert Everett, perseguido durante años sin tregua, como director y guionista, una oda a su amado Oscar Wilde, uno de lo escritores más personales e imaginativos de la historia de la literatura. Nunca olvidaré la conmoción que me produjo la lectura de El retrato de Dorian Gray, a partir de la cual devoré sus cuentos y obras de teatro, sin dejar de lado la estremecedora, emocionante en grado sumo, Balada de la cárcel de Reading. No obstante, algo me rechina en el proyecto concluido, demasiado oscuro, demasiado aferrado a las sombras (aunque no había para menos). No creo que estemos ante el Wilde definitivo, y lo siento por Rupert. Su trabajo es encomiable, pero tal vez su descenso a los abismos es en exceso truculento. Gira en torno a los tres últimos años de vida del autor irlandés, pobre, enfermo y vilipendiado, incluso por aquellos que habían aplaudido su ingenio y coreado su nombre. Sí, por supuesto, existe la crítica a la sociedad de su época, hipócrita, moralizante y capaz de las peores aberraciones, no tan distinta de la actual, en realidad, pese a los avances en el campo LGBT. Hay una serie de buenos actores en juego, Colin Firth, la estupenda Emily Watson, Tom Wilkinson visto y no visto, y el "malo" de la función, el infausto lord Alfred Douglas, encarnado por Colin Morgan. Pero se me resistió el visionado, me resultó indigesto, y así debo consignarlo. Una lamentable ocasión fallida.
Eduardo
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1
15 de diciembre de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
José María Forqué siempre ocupará un lugar de honor en la historia del cine español por su Atraco a las 3, una comedia muy divertida, que también era una radiografía de la España de principios de los 60, algo que se le escapó a Madame Censura. Pero conviene no exagerar. Tras su interesante etapa de los 50, y a continuación de la película que hemos mencionado, su arte empieza a declinar y se instala en un cine más acomodaticio, más comercial, ramplón, incluso casposo. Yo he visto cosas del realizador aragonés que dan ganas de llorar (Estudio amueblado 2.P. El diablo bajo la almohada, pese a la presencia de la bergmaniana Ingrid Thulin y los galanes Maurice Ronet y Gabriele Ferzetti; o No es nada, mamá, sólo un juego, espeluznante delirio edípico, que ni siquiera David Hemmings consigue salvar del desastre). Pero con Zarabanda Bing Bing toca fondo. Se trata de una deplorable parodia de las películas de espionaje tan en boga en aquella época, todas deudoras de la saga Bond, carente de la menor gracia. Al ser una coproducción con Francia e Italia, amuebla el disparate con una serie de actores tan despistados como el proverbial pulpo en el proverbial garaje. Francia aporta el concurso de Jacques Sernas, galán ya desteñido, pero cubierto de capas de bronceado, muy lejos de sus gloriosos días de Helena de Troya, y la vivaracha Mireille Darc, que hasta sale fea, pobrecita mía. Sus diálogos son horrendos. Por parte italiana, acceden al desaguisado Venantino Venantini, en su habitual composición de playboy de charca, y la suculenta Marilú Tolo, con esos ojos verdeazulados hipnóticos y su cuerpo de diosa. Una pena que no eligiera bien sus películas. Además, la colaboración desinteresada de Daniela Bianchi, chica Bond en Desde Rusia con amor. Otro homenaje es la aparición de Harold Sakata, el lanzador de mortíferos sombreros de Goldfinger. En cuanto a la aportación española, José Luis López Vázquez en uno de sus más ridículos cometidos ante una cámara, y Guillermo Marín, elegante al menos. Lo de Mercedes Muñoz Sampedro, mejor no meneallo. La trama, por decirlo de alguna manera, gira alrededor de un cetro que se exhibe en el museo de Etnografía de Ibiza, si no recuerdo mal, y que se disputan diferentes facciones. Ah, y eso, sale ya la Ibiza pre hippy, con su sol y su mar y sus mujeres vestidas de negro, y parece que toda la troupe se lo pasó muy bien en semejante entorno, cobrando por rodar una memez. Nada, pero nada recomendable. Y la música... Oh, Dios mío, la música...
Eduardo
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5
12 de diciembre de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jean Bruce, prolífico novelista más inclinado a distraer al lector que a machacarle con sesudas teorías, escribió la primera novela de Hubert Bonniseur de la Bath, su agente OSS 117, en 1949, cuatro años antes de que Ian Fleming publicara Casino Royale, el primer Bond, James Bond. De la misma forma, la primera traslación fílmica de OSS 117 ocurrió en 1957, OSS 117 no ha muerto, dirigida por el oscuro Jean Sacha, con Ivan Desny en el papel del agente y la morbosa Magali Noël como chica de turno, adelantándose en cinco años a Dr. No, inauguración de la franquicia tal vez más exitosa y longeva de la historia del Cine. Bruce escribía como un poseso, y le funcionaba de maravilla, hasta que se emplastó contra un camión en su Jaguar, que conducía a excesiva velocidad. La desconsolada viuda, que no podía permitir la extinción de la gallina de los huevos de oro, se arremangó y continuó la serie como si tal cosa, y cuando ella palmó, sus dos hijitos la sucedieron en la faena, hasta contabilizar un total de 265 entregas.
OSS 117 desapareció de la gran pantalla hasta que el avispado realizador André Hunebelle, experto en cine de aventuras y similares, decidió aprovechar el tirón de la saga Bond para resucitar al agente, encarnado por primera vez por Kerwin Mathews en 1963, OSS 117 se dechaîne, inédita en nuestro país. Mathews era tan expresivo como una bosta de vaca, pero los niños de mi generación siempre le recordaremos como el Simbad de Simbad y la princesa, maravillosa película de culto que nos abrió los ojos a otros mundos pletóricos de aventuras, monstruos y lugares embrujados. Mathews repitió en Pánico en Bangkok, y después Hunebelle le susituyó por otro soseras, Frederick Stafford, que debutó en Furia en Bahía. En 1969, Hitchcock le eligió, por motivos que se me escapan, para protagonista de Topaz, una de sus peores películas, pero eso no sirvió para encauzar una carrera más decente del actor suizo, que acabó sucumbiendo a un accidente de aviación. En puridad, tal vez no debería dar el aprobado a Furia en Bahía, pero la nostalgia, a veces, es muy dictatorial. Si bien cuenta con menos medios que un Bond, su realización es decente, las peleas están bien coreografiadas, la fotografía es bonita y, además sale Mylène Demongeot, la gatita ronroneante más suculenta después de Brigitte Bardot, metro setenta de curvas y volúmenes, coronados por un rostro felino de besar y no parar. Lo que se dice interpretar, pues tampoco hay mucho que hacer, pero se lo perdonamos. Stafford se muestra hiératico cual esfinge, y entre los secundarios encontramos a Raymond Pellegrin, ducho en encarnar a cornudos (aún recuerdo cómo le hacía sufrir BB en La luz de enfrente) y a viscosos traidores. Dicho lo cual, y a los acordes de la intrascendente banda sonora de Michel Magne, por mí que vayan haciendo las posteriores, no pienso perderme ni una.
A modo de epílogo, añadir que, ya adentrados en el siglo XXI, el tándem de The Artist, formado por el realizador Michel Hazanavicius y el actor Jean Dujardin, rodaron dos secuelas del personaje, en tono paródico: OSS 117: El Cairo, nido de espías (2006) y OSS 117, perdido en Río... (2009). Se conoce que ambas gozaron de gran predicamento. Lo cual parece apuntar a que, muy posiblemente, Hubert Bonisseur de la Bath todavía no ha dicho su última palabra...
Eduardo
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5
11 de diciembre de 2019
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Las novelas de la Trilogía del Baztán son ideales para leer en el AVE, camino de Madrid, o en esas tardes de calor agobiante, cuando necesitas pensar en lugares lluviosos y fríos. Se leen sin pensar, son correctas, mantienen la intriga, y se olvidan en cuanto cierras el libro. En mi opinión, la más floja es la tercera, cuando el grado de imbecilidad de Amaia Salazar, su exagerado, incluso ridículo, sentimiento maternal consiguen que desees aplaudirle en la cara (algunas amigas comparten esa sensación conmigo). Redondo ya ha escrito, y publicado, la precuela, de modo que hay Baztán para rato. Con la película pasa lo mismo. Correcta, plana, sin personalidad, sin carisma, `pulcro telefilm de sobremesa, obediente vertido en imágenes del libro. Por suerte, el frío y la lluvia consiguen crear cierto ambiente, así como también las televisivas prestaciones de sus intérpretes. A Marta Etura le basta con poner cara de mala hostia (no es de extrañar, con los antecedentes de su personaje), bien secundada por Elvira Mínguez, otra que tal. Menos mal que por ahí anda Pedro Casablanc, una de las grandes revelaciones de los últimos años. Demasiado impecable para las barbaridades que cuenta, no se notan el dolor, la rabia, la locura, la mierda, el odio desaforado de seres enfermos y culpógenos. Pero te distrae, eso no lo vamos a negar.
Eduardo
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