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Críticas de Argoderse
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Críticas 254
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
15 de enero de 2019
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se suele decir que los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York cambiaron el curso de la historia. Parte de razón hay, pues ahí está la Guerra de Afganistán, la segunda Guerra del Golfo, las primaveras árabes, la brutal crisis económica o el resurgimiento de los nacionalismos. Y también a partir de aquel fatídico día, un hombre consiguió el poder absoluto de la primera potencia del mundo. Lo hizo desde la sombras, lanzando su caña de pescar y esperando con la paciencia de tantos años como burócrata a que un incauto (George W. Bush hijo) picara. Así es como Dick Cheney se convirtió en el 'capo' de Washington. Casi el amo del mundo. Haciendo y deshaciendo a su antojo, sin dar explicaciones y sin calibrar unas consecuencias aún hoy visibles.

O así al menos es como lo cuenta Adam Mckay (La gran apuesta) en El vicio del poder, su última película hasta la fecha con Christian Bale en el papel de Dick Cheney, el vicepresidente de Bush hijo, donde se aborda su ascenso desde la trastienda del poder hacia la cima del mismo. El 46º vicepresidente de los Estados Unidos, un superviviente nato y ejemplo del sueño americano, que aprovechó hasta el último resquicio legal para dominar la administración y, prácticamente, el gobierno global desde su despacho.

El vicio del poder, sin embargo, no es una biografía al uso, sino un relato satírico de cómo se mueve la política americana en los despachos, fuera de las urnas. Los entresijos del poder con momentos de comedia negra y ácidos diálogos que dejan muy mal parada a la administración estadounidense. Vividores de lo público durante décadas -todos los países tenemos chupopteros similares-, aberraciones humanes de traje y corbata que se ven reflejadas en un reparto espectacular.

El vicio del poder tiene una gran simbología y basa mucha de su fuerza en la potencia de las imágenes. Unas secuencias a veces caóticas porque se abarca tanto material que es imposible no fallar. De hecho quizá el montaje sea su punto más flaco dentro de un ritmo altísimo, que apenas te deja pestañear. Hay que estar muy atento a todo lo que sucede en pantalla, todos los títulos de crédito incluidos.

Con esta película, además, Mckay demuestra una evolución de su trayectoria donde la comedia, siempre presente, se ha estilizado. Dejando a un lado el surrealismo y el absurdo de trabajos como Los otros dos, Mckay pule su estilo propio aunque en esta ocasión se vuelve más fanático en su ataque a la administración de Bush hijo. En sus trabajos siempre hay algún destello de esa crítica -también a los medios de comunicación-, que ahora se hace más punzante. Utiliza a Dick Cheney para arremeter de manera frontal contra un republicanismo cínico, cateto y monstruoso.

Así pues, Adam Mckay es un cronista que desde su subjetividad trata de arrojar luz a las sombras que se han movido siempre en el poder. En esta ocasión, algo no muy lejano, que nos toca y se hace todavía sentir. No sé si El vicio del poder pasará a la historia del cine, pero estoy seguro que su provocación se va hacer notar por mucho tiempo. Y si eso sirve para valorar y pensar un momento antes de depositar el voto en la urna, sea bienvenida.

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9
9 de enero de 2019
24 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con un breve resumen del bagaje del Reino Unido desde la Segunda Guerra Mundial, la película nos sitúa 275 días antes del referéndum que está a punto de formular la mayor pregunta de la historia del país: dentro o fuera. Gracias a su ritmo endiablado y al brutal trabajo interpretativo de Cumberbatch, estás metido de lleno en todo el proceso político que ha hecho saltar por los aires la credibilidad de la Unión Europea.

En materia de cine político y cuasi periodístico, Benedict Cumberbatch es un filón. Ya lo demostró en El quinto poder. El actor británico posee un magnetismo al alcance de muy pocos. Sus gestos, su voz, su presencia inundan la pantalla. Se impone en cada secuencia. Domina cada renglón de guión, y con él en pantalla es prácticamente imposible no rendirse ante la evidencia de un magnífico actor.

Pero más allá del trabajo artístico de Cumberbatch y el resto del reparto y equipo técnico, el valor de Brexit: The Uncivil War está en su contenido. En su desarrollo argumental no importa tanto el quién, sino el cómo. De qué manera los británicos se dejaron llevar por esa ola de antieuropeismo que se ha contagiado a otros países como Francia, Italia o la misma España. Y la radiografía de este trabajo de la HBO da mucho miedo. Una imagen muy desalentadora de lo que está por venir.

Los lobbys, partidos y gurús políticos se han lanzado al eslogan fácil, conciso y directo de la melancolía por tiempos mejores. Una condición innata al ser humano y que se da en todas las generaciones. Cualquier tiempo pasado fue mejor. Esto antes no pasaba. Y un largo etcétera. Lo vemos en la cultura -nostalgia por el cine y las series de los ochenta, por ejemplo- la economía, la moda...Todo tiene un aire vintage que se encuentra instalado directamente en las emociones, no en la razón.

Y hacia los sentimientos fueron directamente los partidarios de la salida de la Unión Europea. Algo que han olvidado los partidos tradicionales. Si bien ahora están viendo esta oportunidad y se disfrazan de novedad y modernismo. Cuando no dejan de ser lo mismo de siempre. Sin embargo el monstruo se ha hecho cada vez más grande, incontrolable, alimentado por la fuga de datos que nosotros mismos hemos dado a las grandes corporaciones, redes sociales y a señores que no han sido elegidos por nadie. El cáncer de la falsa democracia se ha hecho viral y amenaza con metástasis de todo un sistema que se viene abajo.

De ahí la utilidad de la obra de un director que sigue la senda de un presente apocalíptico como ha hiciera dirigiendo capítulos de Black Mirror. Su pulso narrativo es más que notable, si bien algunos movimientos de cámara resultan mareantes y excesivos. Pero es que el sistema de hoy es así. Vertiginoso, extremo y exagerado. La política se ha reducido al absurdo y como cerdos nos hemos dejado arrastrar al barro.

Todavía hay tiempo de rectificar. Brexit: The Uncivil War es un aviso de cómo parar el extremismo y la polarización al que nos han dirigido nuestros dirigentes con nuestro consentimiento. No lo desaprovechemos.

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7
29 de diciembre de 2018
5 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nicole Kidman abandona por un momento ese glamour y la elegancia que siempre le rodea para bajar al barro de la acción en Destroyer, dirigida por Karyn Kusama (Æon Flux). No es la primera vez que la actriz australiana se adentra en este género, pues ahí están Días de trueno (1990) o El Pacificador (1997). Y pese a no ser su pecera, hay que decir que Kidman nada como ninguna en este mar de acción, crimen y drama. Se desenvuelve de manera sobresaliente en una película sucia que, además, destaca por su estilo narrativo.

Demacrada, polvorienta, casi un zombie, pasada de rosca y prácticamente consumida. Nicole Kidman dibuja un personaje devastado, roto y que sin embargo vuelve a tener la oportunidad de redimirse por el bien de aquellos que aún permanecen junto a ella. Al estar poco o nada acostumbrados a roles de este tipo para una actriz como la australiana, asombra aún mucho más su capacidad camaleónica para interpretar y dar forma a alguien como la inspectora Erin Bell.

De fondo, un gran fotografía de una Los Ángeles inmoral, fría como las arenas del desierto que la rodean, oscura y mugrienta. Muy del estilo Grand Theft Auto V. Otro de los puntos fuertes de la película de Karyn Kusama, que filma con total libertad y sin cadenas una película que envidiaría el mismísimo y siempre recordado Tony Scott, muy dado a trabajos de este tipo donde la acción, a través de antihéroes -en este caso anti heroínas como Kidman- hacen las delicias del espectador -me recuerda por momentos a El fuego de la venganza-

Sin embargo en Destroyer se da un paso más. Su montaje, al principio, parece caótico. Incluso farragoso. Sin embargo tiene su significado, que cuando se compone como un puzzle termina por convencerte de estar ante una notable película. Un trabajo que guarda el equilibrio entre el entretenimiento puro y duro y el gusto por la técnica de rodar una historia, ya digo, sucia y truculenta.

Quizá le sobre algo de metraje para no llegar a las dos horas. Tal vez con menos duración la película sería perfecta. Pero obviando este punto, Karyn Kusama y sobre todo una brillante Nicole Kidman, cumplen sobremanera el expediente. Y de paso reivindican el papel que puede jugar la mujer en el género de acción, copado tradicionalmente por hombres.

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7
27 de diciembre de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"¿Y qué esperaban qué levitara o qué levantará un jet? Lo que están viendo es una proeza. No me creen ¿verdad? ¿Por qué no lo intentan?". La frase extraída de un personaje de Roma, de Alfonso Cuarón, bien podría resumir la película del director y guionista mexicano que está dando qué hablar estos días. Para unos: obra maestra; para otros: un soberano aburrimiento.

Y lo cierto es que ni una cosa ni la otra. Al menos para mi, pues tiene un poco de los dos extremos y entre ellos navega esta parte de la infancia del propio Cuarón, como ha reconocido en numerosas entrevistas sobre este viaje al seno de una familia de clase media-alta que vive en la Colonia Roma, en la convulsa Ciudad de México de los años setenta.

Y allí encontramos a la niñera y sirvienta Cleo -Yalitza Aparicio-, que dentro de esta familia vive sus particulares dramas erigiéndose, junto a la señora de la casa, Sofía -Marina de Tavira-, como la gran protagonista de esta tragedia rica en matices. Dos actrices que está muy bien en sus particulares papeles. La primera, todo contención; y la segunda, majestuosa, como una gran dama clásica.

Porque Roma es todo eso al final. Un drama sobre la rutina, los problemas y éxitos de la vida. Radiografía de conflictos matrimoniales, generacionales, parentales, sociales o personales. Es en todos estos puntos donde el trabajo de Cuarón va dando coletazos, mostrando las desigualdades sociales en su México natal o el papel fundamental de las mujeres que marcaron su infancia. Tanto la propia sirvienta como la matriarca, los dos pilares fundamentales de la familia.

Roma también es un retrato de la soledad que puede experimentar el individuo en su día a día. Un mazazo tras otro. Y con mucha simbología y escenas tan tremendas como la que ilustra el cartel de la propia película. Quizá la más desgarradora de todo el filme y que da sentido al trabajo más personal del cineasta hasta la fecha.

Así pues, la obra de Alfonso Cuarón, que se puede ver en Netflix, destaca por su introspección. Un trabajo muy detallista e íntimo que va de menos a más, ya que al principio cuesta entra en ella por el ritmo pausado -marca de la casa- que le imprime el director ganador de un Oscar por Gravity. Y al igual que esta última, técnicamente es una maravilla, pues la cámara del director mexicano regala planos brutales, con una fotografía de corte clásico y puro. Del gusto de los academicistas.

Ahora bien y por eso mismo, Roma no es apta para todos los públicos. Necesita de mucha paciencia y calma. Ya no solo por el ritmo lento que acompaña a toda la película, sino porque en definitiva no está contando nada más que los hábitos cotidianos de una familia adinerada, con su particular idiosincrasia.

Lejos de la técnica, el drama de los componentes de esta familia puede llegar a importarte un comino y entonces, la película de la que todo el mundo habla, se desvanece. Se convierte en algo tedioso. Pero si consigues zafarte de esa sensación y prestar atención a los detalles, Roma te convencerá.

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Springsteen on Broadway
Concierto
Estados Unidos2018
8,0
526
Documental, Intervenciones de: Bruce Springsteen, Patti Scialfa
10
22 de diciembre de 2018
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bruce Springsteen: el Boss, como nunca lo habíamos visto en Springsteen on Broadway. Hablamos del doble CD editado por Sony Columbia que Netflix ha rescatado -y con mucho acierto- para la pequeña pantalla. Y decimos acierto porque estamos en presencia del Springsteen más personal. Animado y emocionado por momentos, se confiesa abiertamente ante sus fans. Como siempre, en su salsa, subido al escenario del teatro Walter Kerr de Jujamcyn, en Broadway, con su guitarra, su poderosa voz, al piano y la armónica. Un espectáculo artístico y humano que vuela en sus dos horas y media de duración.

Y es que no estamos ante un concierto al uso en acústico. Al contrario. Springsteen on Broadway es una suerte de monólogo entre la cómico y lo trágico -como la vida misma-, donde el Boss habla de todo -y cuando lo hace, todos atentos- Con sinceridad y honestidad. Sin máscaras. De hecho arranca con una confesión tan brutal como que ha sido "un fraude", pues nunca pisó una fábrica, ni sabía conducir en su juventud, pese a haber nacido para correr. Y partir de ahí, con esa vena de showman que tanto saca en sus conciertos, la estrella del rock deja paso a la persona.

Desde la relación con su padre, un héroe, o su madre. Pasando por esa infancia en New Jersey, el amor y el desamor, la amistad, los primeros éxitos, los fracasos, la religión, la política.... No falta nada. Los que están y los que se fueron físicamente, como el propio 'viejo' del Boss o su gran AMIGO, Clarence Clemons, cuya pérdida fue "como perder la lluvia".

Todas esas frases descarnadas de este monólogo están acompañadas de música y muy buena. Caras B como Growin Up; 'temazos como My Hometown, Brilliant Disguise junto a Patti Scialfa -su bastón- o Thunder Road. Y por supuesto el significado y cómo surgieron himnos de la talla de The Promised Land o Born in the USA.

LAND OF HOPE AND DREAMS

A medida que Springsteen on Broadway se va desarrollando, el tiempo parece detenerse. Hay momentos lapidarios en que la emoción del Boss te embarga. Te llena. La haces tuya pues su arte te ha acompañado -si eres fan, claro- en toda tu vida. Ese es su mayor regalo, que en este trabajo en Netflix alcanza el clímax en The Rising y, acto seguido, como un puñetazo de magia, con Land of Hope and Dreams. Ese tren, el de Springsteen, donde caben santos y pecadores, putas y jugadores, corazones rotos, almas perdidas, perdedores y triunfadores, bufones y reyes.

Es imposible no subirte a bordo y dejar que el 'reverendo' Bruce Springsteen te conduzca a la Tierra Prometida. Como todo viaje, tiene sus momentos álgidos y sus baches. Una experiencia de vida que se resume en Springsteen on Broadway, donde vas dando saltos, como digo, de la alegría a la tristeza, sin dejarte, eso sí, un sabor amargo. Sino todo lo contrario. Como en sus actuaciones, una vez terminado el 'concierto-monólogo- del Boss, parece que has estado durante dos horas y media en una centrifugadora de sentimientos que, claro está, vas a seguir apreciando con el paso de los días.

Obviamente, todo esto te pasará si en algún momento de tu vida has tenido una experiencia Springsteen. Ya sea en sus conciertos -yo en dos- o con cualquiera de sus canciones. Y si no sigues al Boss, porque el rock no es lo tuyo o por la razón que sea, Springsteen on Broadway te vale como enseñanza vital, y descubrir que la persona está por encima de la imagen. Todo ello con un halo místico tan americano, tan pasional, que solo cabe quitarse el sombrero, una vez más, y dar las gracias al de New Jersey. Y a Netflix, que cada vez se supera más.

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